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Nuestro futuro con las montañas

  • Fernando Bravo Alarcón
    Sociólogo y docente del Departamento de Ciencias Sociales

Entre los días 10 y 12 de diciembre, la ciudad del Cuzco fue sede del simposio internacional Las montañas: nuestro futuro, organizado por el Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y en Ecosistemas de Montaña (Inaigem), con motivo del quinto aniversario de su creación. Este evento tuvo como gran eje temático la situación de los ecosistemas de montaña tropicales ante la progresiva elevación de las temperaturas, y sus impactos sobre los entornos sociales, económicos y ecosistémicos de sus zonas de influencia.

Las exposiciones y pósteres fueron presentados por una gama de expertos provenientes en su mayoría de las ciencias biofísicas, quienes premunidos de data y resultados, producto de estudios científicamente pautados, mostraron preocupantes revelaciones sobre el futuro de las montañas y nevados tropicales en un contexto de cambio climático, o, como ya prefieren otros decir, de cambio ambiental global. A estas presentaciones se sumaron otras que informaban del trabajo que el Inaigem y otras direcciones del Ministerio del Ambiente (Minam) ejecutan en torno a los glaciares tropicales, los servicios ecosistémicos, las contribuciones nacionalmente determinadas, entre otros.

El evento logró convocar a más de 400 participantes, muchos de ellos jóvenes estudiantes universitarios, lo que indica que los asuntos ambientales, climáticos y las políticas públicas  asociadas generan un gran interés entre las nuevas generaciones, esto aseguraría la continuidad y crecimiento de una masa crítica comprometida científicamente –y por qué no políticamente– con el destino de las montañas y glaciares en el Perú.

La perspectiva social e histórica fue minoritaria dentro del conjunto de ponentes, pero atravesó en gran medida sus inquietudes y la del público participante. Y es que no podía ser de otra manera: el cambio climático tiene un innegable componente biofísico y ambiental, pero es, también, un fenómeno social y político cuyas consecuencias seguramente trastornarán la forma en que el ser humano se organiza como civilización. Para el caso peruano, todos los indicadores corroboran que su población y territorio son altamente vulnerables a sus perturbadores efectos.

Cabe resaltar que fueron académicos de la PUCP, como los antropólogos Teófilo Altamirano y Julio Postigo, así como la socióloga María Teresa Oré, los ponentes que pusieron de relieve la contribución de las ciencias sociales en los asuntos ambientales y climáticos, aporte que ya ha sido reconocido y requerido por los propios actores supranacionales. Por ejemplo, la Unesco, en su Informe mundial sobre Ciencias Sociales 2013, demandó intensificar las investigaciones sociales sobre las causas, vulnerabilidades y repercusiones humanas del cambio ambiental global. Por su parte, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, en su quinto reporte de evaluación (Climate Change 2014: Mitigation of Climate Change), indicó explícitamente que las ciencias sociales y las humanidades pueden contribuir al proceso de toma de decisiones en el contexto del presente cambio climático.

Otro aspecto importante que emerge del simposio es la ya clásica y persistente brecha entre la ciencia y la política, dificultad de la que el Inaigem es sumamente consciente. Por ello, las presentaciones se plantearon el problema de cómo los productos de la investigación científica en materia de ecosistemas de montaña podrían trascender los contextos académicos, y trasladarse al mundo de las decisiones para transformarse en acciones de política pública, concretas y medibles. Este es un reto que, por supuesto, no es exclusivo del Perú. La experiencia internacional en torno a cómo la política global enfrenta el desafío climático indica que las posiciones de indiferencia, así como las escépticas y negacionistas, están muy presentes en las instancias políticas, mediáticas e incluso académicas, pese a que la ciencia ya ha entregado datos, tendencias y escenarios que corroboran y reafirman lo que previos hallazgos científicos han reportado. Basta ver los escasos compromisos emergentes de la reciente COP 25, que una vez más minimiza el aporte de la ciencia. En otras palabras, no basta la ciencia para convencer al político. Tampoco para hacerlo con el influencer y con el ciudadano de a pie, más preocupado en su empleo o en su seguridad.

Los expositores y panelistas coincidieron en la importancia de las montañas y glaciares como factores que modelan el clima, suministran agua dulce, sustentan biodiversidad y bosques, facilitan cultivos alimentarios, pero, sobre todo, albergan a grandes poblaciones, cuya supervivencia y prácticas culturales dependen de dichos ecosistemas. Por tanto, las montañas no han de ser vistas como simples elevaciones rocosas coronadas de hielo y nieve. Ellas configuran entidades socioculturales con las que las comunidades andinas, por ejemplo, han desarrollado prácticas, cosmovisiones, tecnologías y conocimientos que no pueden ser desestimados. Es claro que las montañas han de ser tratadas como accidentes geográficos de gran importancia ecosistémica y estratégica, pero también como apus con las que las comunidades andinas se han relacionado ancestralmente.

Por último, en auspiciosa coincidencia, el simposio culminó con la reconfortante noticia de la creación, por parte del Estado peruano mediante el Decreto Supremo 012-2019-Minam, del Área de Conservación Regional Ausangate en la región Cuzco, con el objetivo de proteger ecosistemas de glaciares y pajonales altoandinos.

Resta insistir que todas estas revelaciones científicas en torno a las montañas tropicales habrán cumplido su propósito si, luego de un tratamiento didáctico y sensibilizador, logran convertirse en una causa ciudadana que obligue a los políticos y tecnócratas a implementar políticas científicamente respaldadas y socialmente legitimadas en favor de estos tan maltratados ecosistemas.

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