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Nuestra Universidad y sus grandes temas

  • Efraín Gonzales de Olarte
    Ex rector pro tempore y docente del Departamento de Economía

La PUCP siempre saldrá de situaciones críticas gracias a su fortaleza moral, que está inscrita en la conciencia de cada uno de nosotros, profesores, alumnos y trabajadores".

* Palabras ofrecidas durante la Inauguración del Año Académico 2019

Monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Catolica del Perú; Su Eminencia Monseñor Carlos Castillo Matasoglio, Arzobispo de Lima y Profesor de nuestra Universidad; Doctor Jaime Saavedra Chanduví, Director de Educación del Banco Mundial y ex alumno de nuestra Universidad, Dr. René Ortiz Caballero, Secretario General; Monseñor Nicola Girasoli Nuncio Apostólico; Dra. Nadia Gamboa encargada del Vicerrectorado de Investigación, Dr. José Gallardo KU, encargado del Vicerrectorado Administrativo, Dr. Salomón Lerner Febres Rector Emérito; señoras y señores rectores de universidades amigas que nos honran con su presencia; señoras y señores decanos y jefes de departamento; queridas y queridos profesores, estudiantes y trabajadores no docentes de nuestra universidad; señoras y señores que nos acompañan en esta noche.

En primer lugar, quiero dar a todos ustedes y a toda la comunidad universitaria la más cálida bienvenida a esta ceremonia de apertura del año académico 2019. Vuestra presencia realza la importancia de este acto.

Nuestra universidad fue fundada un 24 de marzo de 1917 por el sacerdote de los Sagrados Corazones Jorge Dintilhac y cinco laicos católicos. En aquel entonces, con motivo de la inauguración de la Universidad Católica y como consta en los Cuadernos del Archivo de la Universidad, el padre Dintilhac señaló: “En los claustros de la nueva universidad, crecerán a la par la ciencia y la religión, sin estorbo ni conflicto, pues son ellas hijas de un mismo padre y destellos de la misma luz, que al juntar sus rayos en el espíritu del joven disiparán incertidumbres y dudas y lo introducirán en la región de la luz, de la verdad y de la vida”.

Después de 102 años de vida podemos decir que la universidad inspirada en aquellas palabras de su fundador ha llegado a metas muy altas, tanto desde el punto de vista académico como institucional y ha logrado trascender mucho más allá de los confines de su campus. Nuestra universidad está considerada como la mejor del Perú y una  de las mejores universidades del continente. Somos un referente para el país y nos proyectamos con humildad a cumplir nuestra misión de promover el desarrollo humano a través de la educación en todos los niveles, especialmente en el nivel superior. Sin embargo, tenemos grandes retos hacia el futuro.

Nuestros fundadores y continuadores estarían satisfechos con los frutos alcanzados a partir de las semillas que sembraron y nos toca a nosotros seguir su huella, aunque en tiempos distintos, en una sociedad más compleja, más globalizada pero también más desigual, más secularizada, más influenciada por la ciencia y la tecnología y agobiada por problemas climáticos globales, lo que en su conjunto ha cambiado y cambiará más nuestra cultura. Los códigos sociales y éticos que nos permiten funcionar, se van redefiniendo constantemente en la dialéctica del diálogo entre fe y razón, elemento central del quehacer académico de una universidad católica.

En esta ocasión quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre los temas centrales de nuestra universidad:

1. Su modo de ser académico.

Como dice nuestro nombre, somos: universidad y católica. La universidad es la unidad de la diversidad del conocimiento en todas sus disciplinas, nos debemos a la búsqueda de la verdad científica, la verdad humanística, la verdad social, pero todas estas verdades son relativas y pasajeras, la universidad es el lugar de la duda y de la respuesta permanente, esa es su razón de ser. El conocimiento, sin embargo, ha crecido a tasas exponenciales, hoy se duplica cada tres años, la universidad tiene como desafío el incorporar ese conocimiento en la formación de los estudiantes y en la investigación.

Los grandes desarrollos tecnológicos y científicos –tanto en las ciencias duras como en las humanas, los grandes debates en el pensamiento contemporáneo, nos obligan a cambiar periódicamente nuestras formas de enseñar y aprender, nuestros modos de investigar, nuestras estructuras institucionales, a revisar constantemente nuestras bases éticas y a modificar nuestras reglas de comportamiento. La universidad debe ser la conciencia social de todos estos cambios y transmitirlos a sus alumnos y a toda la sociedad. Esa es nuestra gran responsabilidad en el primer tercio del siglo XXI. Tocará a las nuevas generaciones definir cuáles serán nuestras responsabilidades en los dos tercios siguientes.

En una universidad católica el pensamiento científico y humanístico se confrontan entre sí y  con el pensamiento trascendente: es ahí donde el diálogo entre fe y razón toma un sentido fundamental. Nuestro ethos católico se nutre de la teología, de la ética cristiana y del pensamiento social de la iglesia que deben iluminar nuestro quehacer académico, tanto en la enseñanza, la investigación como en nuestro relacionamiento con la comunidad para buscar y promover el bien común. La formación integral que proponemos y buscamos debe promover el diálogo entre las verdades relativas y absolutas con la verdad transcendente, para lograr que nuestro quehacer académico alcance niveles compatibles con la complejidad humana y al mismo tiempo concilie la espiritualidad con el desarrollo del saber.

Hacia adelante, hay que superar el enfoque de la universidad de los siglos pasados que se caracterizó por ser disciplinar, donde el conocimiento se desarrolló de manera segmentada y especializada.  Las carreras que tenemos son altamente especializadas: Abogacía, ingeniería, filosofía, educación, psicología, física, matemática, por mencionar algunas de  las cincuentaitrés que tenemos en la universidad.

Sobre esta base y en virtud del poder del conocimiento acumulado que tienen las disciplinas y sus múltiples aplicaciones hemos llegado a la necesidad de entender los fenómenos naturales, sociales y humanos de manera más integral, más compleja, quizás holística. Así, nuestra formación ha ido pasando de la multi-disciplinariedad a la interdisciplinariedad y a la trans-disciplinariedad. La universidad del siglo XXI deberá aspirar a una formación en la que la especialización, sin dejar de existir, dé espacio a la integración, al intercambio, a la fertilización y transformación múltiples para acometer los problemas  de la humanidad: la necesidad un desarrollo humano integral que supere las desigualdades e injusticias, la violación de los derechos humanos, la discriminación y la violencia de todo tipo, en particular la relacionada con el género, la corrupción, los retos de la migración, el cambio climático y los efectos de los acelerados cambios tecnológicos basados en el enorme desarrollo científico cuyos efectos es difícil prever.  Todo esto, sin descuidar  nuestras relaciones como comunidad universitaria, cuyos problemas cercanos y cotidianos debemos acompañar y atender. Una universidad se debe a su comunidad, a su país a su sociedad.

2. El modo de pertenecer a la católica y su moral

El “espíritu de la casa” es un concepto que se invoca a menudo para denotar una forma de ser y hacer en la Católica. En primer lugar, hay una clara identificación con los valores que caracterizan a la Universidad: libertad, tolerancia, honradez, solidaridad, caridad, todos ellos provienen del ethos humanista y católico.

En segundo lugar, es conocido que en la universidad se puede “meter la pata pero no la mano”. Es decir, nos podemos equivocar, lo reconocemos y nos rectificamos, pero no es posible aprovecharse de manera particular de los recursos de la comunidad. Hay un fuerte sentimiento de responsabilidad colectiva, de dignidad y de autoestima en todos los niveles que promueve la honradez y el respeto por los bienes comunes.

Es por ello que los principios éticos y los valores morales, bases de nuestro estatuto, nos han orientado en momentos difíciles, como sucedió el año pasado. La PUCP siempre saldrá de situaciones críticas gracias a su fortaleza moral, que está inscrita en la conciencia de cada uno de nosotros, profesores, alumnos y trabajadores.

En tercer lugar, los miembros de la universidad están permanentemente vigilantes sobre lo que  sucede en la católica, sobre lo que se hace y no se hace, siempre hay una voz que no está de acuerdo con algo o con alguien. Esta conducta ayuda mucho a corregir errores, a reconocer omisiones, a crear y restablecer derechos. Por ello, yo redefiniría nuestro ser como una universidad católica protestona.

Gracias a ello hemos logrado muchas cosas: hemos sido la primera universidad en instaurar la defensoría universitaria, en crear una dirección de responsabilidad social,  una comisión contra el hostigamiento sexual, en la lucha contra la violencia contra la mujer, en crear el programa “clima de cambios”, para concientizar a la comunidad sobre los problemas ambientales y el cambio climático. Pero quizás lo más significativo de esta vigilancia es: haber logrado aprobar nuestros estatutos después de 40 años con la participación de toda la comunidad universitaria, estatutos que incluyen la libertad de elegir a nuestras autoridades, de reconocer nuestras legítimas propiedades heredadas, ajustados a la legislación peruana,  todo ello dentro de nuestra pertenencia a la Iglesia.  Estos estatutos permiten escuchar todas las voces, nos regulan institucionalmente y nos orientan moralmente. Sin embargo, poco se habría hecho si no hubiera mediado la voluntad del Papa Francisco para solucionar este vacío de manera consensual y definitiva.

Este conjunto de valores, comportamientos, acciones y libertades constituyen, pienso, el “espíritu de la casa” y es mi deseo que trascienda a las futuras generaciones.

3. Encarar los desafíos del siglo XXI: Internacionalización, globalización y el desarrollo científico/tecnológico

A diferencia de hace 102 años, hoy vivimos en un mundo internacionalizado, que ciertamente nos condiciona y al mismo tiempo nos propulsa al intercambio y al relacionamiento académico, a demostrar nuestra valía en comparación con otros países y otras universidades. El entorno internacional es un desafío en la medida que nuestro propio desarrollo como universidad ha de depender de factores externos, que a menudo nos condicionan y también nos obligan a mayor creatividad y esfuerzo. Para ello nos debemos preparar constantemente,

Por otro lado, la globalización caracterizada por la ampliación de nuestras fronteras académicas, por el acceso libre a casi todo el conocimiento en todas las disciplinas de manera prácticamente gratuita, pero también por el establecimiento de estándares universitarios universales, nos desafía de manera irreversible a alcanzar los niveles de lo que se ha denominado “universidad de nivel mundial”. Nuestras acreditaciones y la participación en los rankings internacionales son los medios que nos permiten estar a la altura de la globalización, que en el mundo universitario se ha convertido en una competencia muy aguda y demandante.

La inteligencia artificial, el blockchain, el bigdata, machine learning, el internet de las cosas, la robótica, son el resultado del acelerado avance científico y tecnológico de los últimos cincuenta años, que estoy seguro transformará nuestro quehacer en menos de una década. El incorporarnos a este nuevo paradigma científico-tecnológico es un imperativo y al mismo tiempo un desafío fascinante. El inmenso arsenal de información cuantitativa y cualitativa que hoy se almacena en diversos lugares, la creciente capacidad informática de poderla procesar, la retroalimentación de esta información gracias a la inteligencia artificial, nos está obligando a cambiar nuestros métodos de enseñanza, nuestra pedagogía, pero sobre todo tiene y tendrá un inmenso impacto en la investigación. El desafío para nosotros es utilizar todo este conocimiento y enriquecerlo para mejorar el bienestar de nuestra sociedad, para promover el desarrollo humano de cada persona con sus propias características, para ampliar las oportunidades de todas y todos. Utilizar todo esto para el bien común.

4. El rol social de la universidad

La PUCP ocupa un lugar importante en la sociedad peruana. Tiene una indiscutible reputación de calidad académica y de liderazgo institucional y se ha hecho escuchar en momentos críticos de nuestro país. Este es un patrimonio logrado de manera colectiva que hace mayor la responsabilidad de la universidad frente al Perú.

Esto nos compromete con nuestro país y con nuestro propio quehacer, pues tenemos el privilegio de poder investigar y pensar lo que somos y hacemos como sociedad y como personas, lo cual nos hace ser una suerte de conciencia social ilustrada y crítica. Esta gran responsabilidad la debemos asumir de manera consciente y responsable. Para ello debemos no sólo defender la autonomía universitaria, entendida como la independencia basada en la pluralidad de enfoques y en el poder de la investigación científica y humanística, sino que la debemos saber utilizar para el bien común. La autonomía y la libertad son dos valores que debemos cuidar y cultivar todos los días.

Por ello, nuestro rol social va más allá de la buena formación y la investigación de frontera  útil a la sociedad. Todos los miembros de nuestra comunidad: profesores, estudiantes, trabajadores y egresados nos involucramos tanto personal como institucionalmente en los problemas de nuestro país.

El padre Felipe MacGregor recordado rector y modernizador de nuestra universidad afirmaba: “En la intensa vida vivida por el Perú en 1969 la Universidad Católica tuvo la valentía y decisión para estar presente como universidad, es decir, para llevar adelante su labor propia y además ocuparse de discernir, juzgar, criticar, aportar nuevas ideas a problemas tales como la reforma de la administración pública, la reforma de la organización universitaria, la reforma agraria, el pacto regional andino, etc. Todos estos asuntos han sido tratados en cursos, lecciones, debates, informes, análisis de situaciones, propuestas de soluciones alternativas. La Universidad como institución cumplió así esta parte de su tarea” (Cuadernos Archivo de la Universidad N° 9, 1998, pp. 29).

Esta tarea la seguimos haciendo y la debemos continuar en estos tiempos de turbulencia política, de corrupción institucionalizada, de violencia social y de género, pero hay que reconocer también de grandes cambios. Debemos ser una universidad para el Perú y para el bien común.

Déjenme terminar citando al Papa Francisco, cuando se dirigió a los estudiantes de la Universidad de Estudios Roma 3, en 2017:

“La universidad es un lugar privilegiado en el que se forman las conciencias, en una estrecha confrontación entre las exigencias del bien, de la verdad y la belleza, y la realidad con sus contradicciones”.

La PUCP creo que es ese lugar.

Gracias.

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