Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página

No basta un fenómeno natural para que ocurra un desastre, se requieren condiciones de vulnerabilidad

  • Guiselle Romero Lora
    Profesora del Departamento de Ciencias de la Gestión y Directora de la Maestría en Gobierno y Políticas Públicas
  • Foto:
    Andina

El Perú, especialmente varias regiones costeras, viene afrontando en estas semanas los embates del ciclón Yaku que viene dejando a su paso pérdidas humanas y materiales. Si bien aún está en estudio la relación entre Yaku y otros fenómenos recurrentes en el país, lo que es cierto es que, producto del cambio climático, los fenómenos naturales, especialmente los de este origen, se intensificarán tanto en su intensidad como en su recurrencia.

De acuerdo con los datos del Centro de Investigación en la Epidemiología de Desastres (CRED), si se comparan los períodos 1979-1988 y 2009-2018, se observa una intensificación de los desastres naturales en América Latina. Así la frecuencia de las sequías se ha incrementado de 17 a 42 eventos, las inundaciones de 118 a 265, las tormentas de 39 a 114 eventos. Sin excepción, los países de la región han padecido algunos de los 1,848 desastres ocurridos en los últimos 40 años. (Guerrero y Lacambra, 2020) 

El Perú no es ajeno a esta tendencia. Así, han pasado apenas seis años desde el fenómeno de El Niño costero, que produjo estragos en diferentes zonas del país producto de las lluvias y activación de las quebradas.

«Hemos observado en los últimos días, pero también con ocasión del fenómeno de El Niño costero, que la infraestructura pública ha colapsado generando un círculo vicioso de construcción y reconstrucción en las mismas condiciones y se han despilfarrado los recursos públicos. En cuanto a la infraestructura privada, se observa una cultura de informalidad e incumplimiento de la ley sumado a un escaso enforcement de las autoridades locales, lo que contribuye a viviendas precarias que colapsan ante cualquier fenómeno natural».

Por muchas décadas, se ha mirado a los desastres como sinónimo de eventos naturales o actos de dios que era imposible gestionar, pero lo real es que no basta un fenómeno natural para que ocurra un desastre sino que requieren condiciones de vulnerabilidad de las personas y los asentamientos humanos (Cepal, 2014). Así podemos encontrar casos de países que enfrentan de mejor manera los fenómenos naturales.

Lavell (1993), que viene enfatizando desde hace más de tres décadas en la naturaleza social de los desastres, señala que existen diez componentes de la vulnerabilidad que potencian la ocurrencia de un desastre. Uno de ellos, que se hizo evidente en el fenómeno de El Niño costero y hoy con el ciclón Yaku, es la vulnerabilidad física. Esta se refiere a la ubicación de la población en zonas de riesgo, en muchos casos debido a la pobreza y la falta de alternativas para ubicarse en zonas más seguras. Contribuyen a ella la falta de planificación urbana en el crecimiento de muchas de nuestras ciudades, sin dejar de mencionar actividades ilícitas referidas al tráfico de terrenos y habilitaciones urbanas en zonas inseguras.

Otra dimensión es la vulnerabilidad técnica, que se refiere a las inadecuadas técnicas de construcción de edificios e infraestructura básica. Hemos observado en los últimos días, pero también con ocasión del fenómeno de El Niño costero, que la infraestructura pública ha colapsado generando un círculo vicioso de construcción y reconstrucción en las mismas condiciones y se han despilfarrado los recursos públicos. En cuanto a la infraestructura privada, se observa una cultura de informalidad e incumplimiento de la ley sumado a un escaso enforcement de las autoridades locales, lo que contribuye a viviendas precarias que colapsan ante cualquier fenómeno natural.

Finalmente, otra dimensión es la vulnerabilidad institucional. En el 2011, en el Perú, se aprobó la Ley del Sinagerd y la Política Nacional de Gestión de Riesgo de Desastres, la cual se ha actualizado recientemente al 2050. Este marco legal e institucional ha sido reconocido como una de las reformas más ambiciosas en gestión de riesgo de desastres. Pero, como en muchas cosas, somos campeones en normas pero no en su implementación, así diversos factores influyen en ello, uno es la capacidad estatal tanto política, analítica como operativa. Para la implementación efectiva, se requiere del concurso de los tres niveles de gobierno y de la sociedad en su conjunto.

Como decía al inicio, los fenómenos naturales serán más recurrentes y más intensos, así que avisados estamos. Toca trabajar y abordar las dimensiones de vulnerabilidad, emplear los recursos disponibles para una prevención efectiva y no volver a lamentarnos.

Referencias:

  • Comisión Económica para América Latina-Cepal. 2014. Manual para la Evaluación de Desastres. Santiago de Chile: Naciones Unidas.
  • Guerrero, Roberto y Sergio Lacambra. 2020.  “Disasters and Loss of Life: New Evidence on the Effect of Disaster Risk Management Governance in Latin America and the Caribbean”. IDB Working Paper Series IDB-WP-01126. Washington, D.C: Inter-American Development Bank.
  • Lavell, Allan. 1993. “Ciencias sociales y desastres naturales en América Latina: un encuentro inconcluso”. Revista EURE. 19(58). pp. 73-84.    

Deja un comentario

Cancelar
Sobre los comentarios
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los comentarios pasan por un proceso de moderación que toma hasta 48 horas en días útiles. Son bienvenidos todos los comentarios siempre y cuando mantengan el respeto hacia los demás. No serán aprobados los comentarios difamatorios, con insultos o palabras altisonantes, con enlaces publicitarios o a páginas que no aporten al tema, así como los comentarios que hablen de otros temas.
Orlando A. SANCHEZ RAMIREZ

Interesante análisis en el establecimiento del tipo de vulnerabilidades, por un lado nos lleva a una reflexión de como lograr que entiendan los actores de los tren niveles de gobierno para mitigar las consecuencia del desastre y por otro lado fomentar la organización vecinal como un aspecto de reconstruir el tejido social. Gracias por sus apreciaciones.

carmen altamirano

excelente análisis