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“El campo de los movimientos feministas no ha cambiado”

La Dra. Verena Stolcke es catedrática emérita del Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona. Conversamos con la reconocida académica, pionera en la antropología histórica, tras su paso por la PUCP.

  • Verena Stolcke
    Dra. en Antropología Social por la Universidad de Oxford
  • Texto:
    Suny Sime
  • Fotografía:
    Tatiana Gamarra

¿Qué tiene que ver la raza con el sexo?

De ello hablo en mi libro Racismo y sexualidad en la Cuba colonial. Intersecciones, que ha sido reeditado el año pasado en Barcelona. El original inglés fue publicado por Cambridge University Press en 1974. Trata sobre qué tiene que ver la raza con el sexo en la sociedad colonial cubana. Hice una extensa investigación en el Archivo Nacional de la Habana en 1967 y 1968, donde encontré una documentación extraordinaria. A principios del siglo XIX, surgió una ley que introdujo la metrópoli y se hizo extensiva a lo que quedaba de las colonias, sobre la prohibición y sanción de matrimonios interraciales o desiguales. Había muchos padres que se oponían al matrimonio de su hija o hijo, por el “peligro” que implicaba que se casara con alguien socioracialmente inferior. Y esas oposiciones suscitaban causas legales donde estos hijos e hijas las ponían en cuestión. Es una larga historia, casi el siglo entero hasta la abolición de la esclavitud en Cuba (1880), en que se afianza una sociedad esclavista, de clases, donde el criterio racial juega un papel fundamental en la clasificación y descalificación de las personas. Pero hay un detalle muy interesante: sí, es una sociedad profundamente desigual, pero que al mismo tiempo se caracteriza por la idea de que los individuos son libres para decidir. Los jóvenes apelaban a ese derecho, mientras que sus padres actuaban desde una perspectiva jerárquica, de raza-clase.

Durante esos años, nacieron sus hijas y tuvo un acercamiento a los estudios de género. Usted ha dicho que se hizo “feminista en la cocina”, apelando a la vida del hogar, la familia, la maternidad. ¿Cómo así?

Exacto, yo cuidando de mis hijas. Esta es una anécdota. Estaba en la Universidad de Oxford, escribiendo justamente sobre la cuestión racial, y Octavio Ianni, un sociólogo que había estudiado la cuestión racial en Brasil, fue a dar unas conferencias. Le dije a mi marido que quería ir a oírlo y me dijo “no, voy yo”. Me acuerdo que me quedé parada mirando, a través de la ventana de la cocina, cómo se iba al seminario. Ahí fue que pensé “aquí hay algo que no está bien, no hay derecho”. Esto no condujo a ningún drama profundo, sino más bien a una revelación.

¿El hecho de que usted haya vivido en varios países, como Argentina, Cuba, Brasil, Alemania, Inglaterra, determinó su acercamiento a la antropología?

Sí, yo tenía una curiosidad enorme que giraba en torno a cómo funcionan las sociedades y a su diversidad. Tiene que ver con mis antecedentes: nací en Alemania un año antes de la Segunda Guerra Mundial y la viví siendo una niña. Los niños no nos dábamos cuenta de algunas cosas. Después de la guerra, cuando llegamos a Argentina, tenía muchas preguntas: ¿qué pasó?, ¿qué es esto del racismo?

Se crió en Sudamérica, pero se formó en Europa. ¿Fue un reto investigar la realidad latinoamericana desde la metodología antropológica occidental?

Sí, pero cuando fuimos a Cuba en el 67, yo había hecho un año de Antropología en Oxford, es decir, que había aprendido algunas cosas, ciertos fundamentos. Entonces, toda esta experiencia en Cuba posrevolución fue muy intuitiva. Yo siempre me digo que fue una suerte no haber leído antes “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, de Engels y Marx. ¿Qué pasa cuando tienes un marco teórico? Es una especie de corsé y metes toda la información dentro. Creo que fue muy positivo interpretar lo que estaba leyendo, desde mis antecedentes, mi biografía.

Usted adquirió un compromiso que luego fue volcado en su trabajo de investigación. ¿Considera que siempre tienen que estar unidos el compromiso y la investigación?

Ahora estoy investigando sobre biotecnología, tecnologías reproductivas y clonación. Y siempre, en todas las investigaciones que hago, hay una inquietud política y feminista.

¿Cuánto ha cambiado la metodología de las Ciencias Sociales a lo largo de los últimos 50 estos años?

No es que hayan cambiado, sino que se han desarrollado los temas y perspectivas. Todo el campo de los movimientos feministas tampoco ha cambiado. Han acontecido nuevas situaciones. La gente joven se posiciona de manera distinta que nosotras hace 40 o 50 años. Esto es interesante, porque finalmente hoy se hace una reflexión en torno a todas estas transformaciones de los últimos años, cuya cuestión central es la superación de la reducción de las relaciones de género y estructuras de poder a las diferencias biológicas. Hoy parece obvio, pero no fue tan obvio. Fue un proceso. A mí me quedó claro que esas naturalizaciones son políticamente legitimadoras, tanto en el caso de las relaciones de género o estructuras de poder como en el caso de las cuestiones raciales.

Usted también ha escrito un artículo que se llama “La mujer es puro cuento: la cultura del género”, donde pone en discusión este término.

Sí, porque creo que lo que no hay que hacer desde un proyecto de movilización y transformación política es usar un lenguaje que la mayoría de personas no entiende. Y “género” es una palabra que la mayoría no sabe de qué va. No se nos ha ocurrido ni una palabra mejor, aparte de hablar de hombres y mujeres. Creo que es una mala idea. No hay que llamar las cosas con nombres abstractos o altisonantes que la gente no entiende.

¿Para qué nos visitó?

Organizadores: Maestría en Historia de la Escuela de Posgrado y Especialidad de Historia de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la PUCP

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Verena Stolcke

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