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José Luis Rivarola, el filólogo

Ha muerto José Luis Rivarola que, aunque no fue mi profesor en sentido estricto (cuando ingresé ya había partido a Europa nuevamente), fue una de las personas que definió mi vocación. En el verano de 1996, Luis Jaime Cisneros, por esas cosas que tenía el maestro de querer encausar vocaciones (le había hecho la confidencia de mi especial aversión por los cursos escolares de lenguaje), me dio en una oportunidad dos artículos para conversar sobre ellos: uno de gramática y otro de historia del español del Perú (este último de José Luis Rivarola). Al llegar a casa leí esforzadamente el primero y verifiqué que mi prejuicio hacia la gramática no era vano; luego, ya sin mucho ánimo, comencé a leer a Rivarola; solo la introducción transformó mi desánimo en avidez. Rivarola trazaba en unas cuantas páginas llenas de lucidez y de magnífico estilo el derrotero de los estudios sobre el Español del Perú. Y entonces comprendí que la gramática no lo era todo.

Gracias a Rivarola descubrí que estudiar la Lengua pasaba, sí, por estudiar la gramática, pero también por estudiar la historia y la cultura asociadas a esas manifestaciones lingüísticas. Descubrí que estudiar el Lenguaje no era aprender solo un conjunto de normas (¡felizmente!) o el estudio de estructuras formales; el estudio del lenguaje suponía también desentrañar el proceso por el cual esas normas se habían creado (y sus límites), pero sobre todo que esas estructuras formales se volvían significativas en las personas, no solo de manera individual, sino colectiva, pues allí, además, gracias al paso de una generación a otra, a los cambios que sufrían las lenguas por el uso y a la valoración que se daba a sus hablantes estaba su más viva gravitación. Conocí, por ello, a Rivarola como se debe conocer a un intelectual: leyéndolo. Cursaba el segundo ciclo de Estudios Generales Letras y me sentía afortunado pues a diferencia de muchos de mis condiscípulos había descubierto lo que quería hacer con mi vida, quería estudiar el lenguaje en su compleja relación con la historia y la cultura.

Dos años después (recién entonces conocí a José Luis en persona), Luis Jaime me instaló como asistente en Lexis, la revista que Rivarola fundara en 1977 (el año en que nací), y comprendí que su preocupación por los estudios lingüísticos y literarios (Rivarola era un filólogo, término subvaluado injusta y arbitrariamente) no se detenía en sus investigaciones particulares. Él sabía que era necesario intercambiar ideas con otros especialistas. Pero sobre todo sabía lo que años más tarde Aníbal Quijano denunciaría como un signo de colonialidad del saber, y esto era que no solo en Europa y en los Estados Unidos se producía conocimiento, sino que el Perú, y particularmente la Universidad Católica, era un lugar donde las ideas bullían y por ello era necesario abrir un espacio para que esas ideas delinearan un flujo de creatividad y de rigor académico. Por todo esto, la muerte de Rivarola la sentimos muy hondamente todos quienes, incluso secretamente, nos consideramos sus alumnos.

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