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En el centenario de José Agustín de la Puente Candamo

  • Dr. José de la Puente Brunke
    Decano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas PUCP

Este 22 de mayo se cumplen cien años del nacimiento de José Agustín de la Puente Candamo (1922-2020). Siendo su hijo, puede resultar fuera de lugar decirlo, pero lo afirmo porque es rigurosamente cierto: fue una figura clave en la historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Unido a nuestra casa de estudios casi desde la cuna, a partir de la cercana amistad de mis abuelos con el P. Jorge Dintilhac –del cual fue además su alumno en el colegio de la Recoleta-, mi padre consideró siempre la PUCP como su casa.

Revisando su archivo personal, y sobre todo el interesantísimo epistolario que nos ha dejado, podemos reconstruir buena parte de la historia de nuestra Universidad. Tuvo como sus principales maestros a José de la Riva-Agüero y a Víctor Andrés Belaunde, a los que trató mucho pese a no haber sido alumno formal de ninguno de ellos. De Riva-Agüero siempre destacó la coherencia que mostraba entre su pensamiento y su actuación. Fue directo colaborador de Belaunde en los afanes por fundar el Instituto Riva-Agüero, en 1947. Solo tenía 24 años el 18 de mayo de ese año, cuando se fundó el Instituto, del cual fue su primer secretario.

«Fue un maestro en el más pleno sentido del término. Su magisterio influyó decisivamente en muchísimas personas, como lo hemos podido comprobar a través de muy numerosos testimonios recogidos luego de su fallecimiento». 

Conservamos una carta del mismo año, en la que Víctor Andrés Belaunde le escribe: “Tú has sido el que más ha trabajado en tan noble y trascendental empresa”. El Seminario de Historia que mi padre creó en el Instituto fue un semillero de vocaciones de historiadores. En las sesiones que organizaba, él orientaba a los estudiantes en cuestiones metodológicas y les transmitía su pasión por el conocimiento del pasado peruano. Son varios los discípulos suyos que han escrito sobre el compromiso y el entusiasmo con los que se entregó a esa tarea. 

Lo que más le apasionaba era la docencia y muy en especial en el ámbito de los Estudios Generales Letras. Fue un maestro en el más pleno sentido del término. Su magisterio influyó decisivamente en muchísimas personas, como lo hemos podido comprobar a través de muy numerosos testimonios recogidos luego de su fallecimiento. Transcribo uno de un estudiante que fue su alumno en Estudios Generales en el semestre 2013-2: “Yo estudié Derecho en la PUCP. Sin embargo, puedo decir con total seguridad que el mejor profesor que tuve en la Universidad fue el Dr. De la Puente. Recuerdo con mucho cariño y admiración sus clases pues no solo enseñaba sino que me transmitía una pasión increíble por la historia del Perú”.

En ese entonces, mi padre tenía ya 91 años y pudo desarrollar su pasión por la docencia hasta los 93. Fue profesor en la PUCP durante 68 años: desde 1947 hasta 2015. Lo que muchos de sus discípulos destacan es que combinaba el rigor académico con el amor por el Perú. Tal como lo refirió el P. Armando Nieto, “nos enseñó a conocer y amar el Perú, con sus luces y sus sombras, sin falsos triunfalismos ni tampoco deprimentes augurios para el porvenir”. 

«Pero, por encima de todo ello, lo que más recuerdan quienes lo trataron es su caballerosidad, su discreción y la delicadeza de su trato, al igual que su coherencia de vida».

Además de docente fue un acucioso investigador, como lo prueban los numerosos libros y artículos que publicó. Destacó también en la gestión académica como decano de la Facultad de Letras y como jefe del Departamento de Humanidades y, durante muchos años, como director del Instituto Riva-Agüero. Pero, por encima de todo ello, lo que más recuerdan quienes lo trataron es su caballerosidad, su discreción y la delicadeza de su trato, al igual que su coherencia de vida. Todo esto lo resumió muy bien el Dr. Salomón Lerner Febres, nuestro rector emérito, en el libro que la PUCP publicó en 2002 en homenaje a mi padre:

“Hombre profundamente convencido de la verdad cristiana, ha sabido ser en su vida consecuente con los principios que profesa y por eso se ha convertido para quienes bien le conocen en modelo de honestidad. Estudioso de nuestra historia, ha sabido eludir la banalidad que a veces resulta de la fascinación que suscitan los hechos aislados para acercarse con profundidad a aquellos temas esenciales que recorren el proceso por el que la nación peruana se va constituyendo”. 

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