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"El problema es que no hemos democratizado las salas de cine”

A sus 82 años, ‘Pino’ Solanas no se detiene. Hoy senador, antes diputado y candidato a la presidencia argentina, es uno de los más importantes cineastas latinoamericanos. En 1968, estrenó La hora de los hornos, su primer largometraje. Esta trilogía documental trata, en modo de denuncia y reflexión, sobre neocolonialismo y liberación. Un año después, junto con Octavio Getino, publicó el manifiesto “Hacia un Tercer Cine” y fundó el Grupo de Cine Liberación. Ha recibido innumerables reconocimientos, entre ellos, el Oso de Oro del Festival Internacional de Cine de Berlín a su trayectoria.

  • Pino Solanas
    Director de cine argentino
  • Texto:
    Suny Sime

En esta edición del Festival de Cine de Lima PUCP, se proyectó La hora de los hornos, que este año cumple 50 años. Hace poco fue exhibida en la sección Cannes Classics. ¿Qué clase de cambios, a nivel formal y de fondo, ha visto en todo este tiempo en el cine?

Inicié esta película en el año 65 y realicé la mayor parte de esta bajo la dictadura del general Onganía, de manera absolutamente clandestina. Como había censura, yo quería hacer una película con la misma libertad con la que un escritor escribe un libro. Me propuse hacer un fresco histórico, social y político. En esa época, yo filmaba con 16 mm. Las tomas más largas tenían 26 segundos, porque se acababa la cuerda. Como tardé tres años en hacer la película, al final pude hacer algunas tomas largas en cámara 35. Nadie sabía que estaba haciendo esto, de lo contrario, no lo habría podido terminar. Y, para hacerlo, tuve que llevarme 170 latas a Roma, donde unos amigos italianos, los hermanos Taviani y Valentino Orsini, me ofrecieron su productora para que pudiera terminarla. Esta es una película que hice contra todos. La primera pregunta que me hacían era “dónde vas a pasar esta película si es una gran denuncia contra la dictadura”. Pero yo tenía confianza, porque ya había proyectado cortometrajes prohibidos en barrios populares, en proyecciones privadas, y la gente acudía, precisamente, por la falta de información. Me cargué al hombro la idea de producirla, realizarla y al mismo tiempo impulsar su distribución, ya que contaba con un grupo de compañeros, donde estaba Octavio Getino, pieza muy importante en la elaboración de la investigación, guion y difusión de la película.

Hoy se ha producido una revolución en la tecnología con el sonido y las cámaras digitales. Se ha democratizado el lenguaje del cine. Hoy cualquier joven, sin mucho dinero, puede tener un equipo. A partir del 2001 comencé a filmar una saga de largos documentales sobre la crisis social y política argentina contemporánea, y lo hice con una camarita de dos mil dólares. Esas películas se han proyectado en Venecia, Cannes, Berlín. La revolución tecnológica también permite hacer cine con muy poca gente. Ahora, si no tienes salas, la puedes mandar a las redes; aunque así no puedes recuperar dinero, porque es gratis. Pero esto sale más del corazón y de la cabeza que de la idea de vivir de esto.

¿Cree que Latinoamérica ha ingresado a un proceso de emancipación cinematográfica de lo canónicamente establecido en Occidente? ¿O aún no?

El problema de nuestras democracias es que lo comunicacional todavía no se ha abierto lo suficiente como para asegurar la pluralidad cultural. Por supuesto, las grandes obras encuentran su lugar. Así uno ve que, en Estados Unidos, de los 300 o 400 largometrajes que ahí se hacen por año, solo 10 o 15 son interesantes. Del resto nadie sabe ni que se hicieron. Los medios audiovisuales, la televisión y las salas de cine están en poder del sistema americano. Es una vergüenza. Eso habla de la situación de dependencia de un país. Todo ese bombardeo de imágenes y de problemáticas ajenas es colonización cultural. Saca el eje de los problemas, lo coloca en otra parte. Más que distribución, el problema es que no hemos democratizado las salas de cine y nuestros gobiernos son responsables de ello.

Uno debería concebir un proyecto político, estético y ético de manera integral. Usted es un ejemplo de ello. ¿Cómo hace para yuxtaponer las funciones de senador y cineasta?

Yo soy cineasta de los grandes temas del país, que son los que trato también en el Senado. Empiezo una investigación y de allí saco una película, un ensayo, muchos artículos, proyectos de ley. Forma parte de un todo. En Argentina, los senadores tenemos casi tres meses de vacaciones. Yo no empleo ese tiempo para ir a la playa, sino para filmar. Hago una de estas películas, como Viaje a los pueblos fumigados, con dos o tres colaboradores, los que entramos en un automóvil, no más. Yo hice 5 ficciones y 17 guiones de ficción que nunca se filmaron. Ahora no podría hacer una película de ficción, porque, como hecho industrial, necesita programarse con fechas inamovibles. Este cine que hago es uno que adapto a mis posibilidades. Soy yo el productor principal, el que se compromete a terminar la película y entregarla en fecha.

¿Considera que hay un legado vivo del Tercer Cine en el presente?

Por supuesto. Algunos asocian el Tercer Cine al cine de denuncia política y militante, como La hora de los hornos. Ese es un error. Tercer Cine es un cine de descolonización cultural. Es desde dónde te ubicas para mirar y expresar el mundo. Es un cine que parte de las necesidades, anhelos, sueños u objetivos que tienen nuestros pueblos para realizarse plenamente. Actualmente, no se realizan plenamente, solo ciertos sectores, las capas altas e intermedias. Y las capas bajas sufren las consecuencias del descarte, como diría el papa Francisco, ni hablar de las comunidades indígenas y los pueblos originarios.

El desarrollo político de nuestras naciones no va al ritmo de los avances tecnológicos. Hoy Argentina se enfrenta a una crisis no solo económica, también social. Y esa misma imagen se puede extrapolar a toda Latinoamérica. ¿Cuál es su visión del devenir político de la región?

La región está en problemas. Todas nuestras sociedades están atravesadas por la corrupción, no solo la macrocorrupción, de la mafiocracia, también la coima de los estratos más pequeños. Creo que nos tenemos que preparar para una gran cruzada, que es la de refundar éticamente nuestras sociedades desde la enseñanza. No se puede gobernar en nombre del pueblo y al mismo tiempo promover asociaciones ilícitas para quedarse con el sobreprecio de la obra pública. Esto lo vemos en casi todos los países. Yo milito grandes causas. La causa independentista es una de ellas. San Martín, Sucre y Bolívar eran defensores a ultranza de la ética pública. Con esta bandera, están la independencia económica, la soberanía política, la justicia social y la defensa ambiental. Yo promuevo la encíclica Laudato Si, porque es uno de los mayores documentos culturales de nuestro tiempo, que el papa Francisco escribe no solo para los católicos, sino para todos, pues el cambio climático y el calentamiento global no son problemas exclusivos de una religión o un grupo. Es un tratado de ecología integral y de un extraordinario humanismo. 

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