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Chinchero en el ojo de la tormenta

  • Luis Andrade
    Docente del Departamento de Humanidades

El mismo ministerio que ha celebrado hace pocos días la diversidad lingüística en el Perú es el que está avalando la destrucción de Chinchero".

Entre las paradojas que nos han tocado vivir a los peruanos en los últimos tiempos, destaca la siguiente: el mismo ministerio que ha celebrado hace pocos días la diversidad lingüística en el Perú es el que está avalando la destrucción de Chinchero. Este distrito cuzqueño, enclavado en pleno Valle Sagrado, es el escenario de un paisaje cultural irreemplazable para la historia peruana, paisaje que viene siendo amenazado por el proyecto de construcción de un aeropuerto internacional que reemplazaría al colapsado terminal aéreo Alejandro Velasco Astete de la ciudad del Cuzco.

Esta contradicción resulta increíble. Por un lado, se celebran las 48 lenguas indígenas peruanas, se premia a sus hablantes más destacados, se inicia la documentación y el registro de los idiomas amazónicos más amenazados y, por otro, se respalda un proyecto que atenta contra parte invalorable del patrimonio cultural de todos los peruanos y peruanas.

Los expertos ya han señalado las debilidades de los argumentos presentados por la ministra Ulla Holmquist en su reciente defensa del proyecto: la funcionaria ha asegurado que no se afectará el patrimonio por la construcción del aeropuerto y ha afirmado que en el Perú debemos dejar de oponer la defensa de la herencia cultural con el desarrollo. Es muy fácil darse cuenta, sin embargo, de que, en una zona en la que el paisaje mismo es patrimonio, la primera afirmación de Holmquist resulta poco creíble. Como ha recordado el historiador Juan Carlos Estenssoro, el más decisivo legado del arte inca es justamente “el arte del paisaje”, es decir, la delicada e inteligente intervención humana en el paisaje natural, saber que se encuentra inmejorablemente representado en el Valle Sagrado del que Chinchero constituye parte esencial.

En cuanto a la integración de patrimonio y desarrollo, las cosas no son menos preocupantes. Para la historiadora del arte Natalia Majluf, “la proyección misma del aeropuerto de Chinchero puede verse como una expresión de la falta de criterio del Estado para fijar la ruta de un desarrollo verdaderamente sostenible”. La historiadora Gabriela Ramos, por su parte, ha recalcado que los operadores del proyecto ya han removido tierras sin contar con el requisito legal mínimo del Certificado de Inexistencia de Restos Arqueológicos (CIRA). La ministra ha afirmado que el CIRA vendrá después de una serie de proyectos de evaluación arqueológica sumamente minuciosos y que la remoción del terreno ha ocurrido en un espacio muy restringido del área, pero no ha explicado por qué se han producido ya estas acciones.

Esta lógica de hechos consumados recuerda los procedimientos de gobiernos anteriores cuya performance, ahora lo sabemos bien, se ha ubicado en las antípodas de un desarrollo que tenga entre sus horizontes la defensa efectiva del patrimonio cultural. Por cierto, la ministra tampoco ha explicado por qué, antes de serlo, firmó la petición que viene circulando exitosamente a nivel internacional el grupo “Salvemos Chinchero y el Valle Sagrado de los Incas”.

Gabriela Ramos también ha señalado la relación directa que existe entre el proyecto y una concepción depredadora del turismo, estrechamente asociada a las lógicas extractivas de los tiempos modernos: “El aeropuerto se construye porque quieren hacer de Machu Picchu una especie de embutido donde tratarán de meter más gente violando todas las recomendaciones internacionales hasta que reviente”. No sin pasmo, la prensa internacional se ha hecho eco de este aspecto alarmante del proyecto.

En los últimos años, el Viceministerio de Interculturalidad, respaldado por diferentes actores de la sociedad civil, entre ellos, los del sector académico y miembros de las organizaciones indígenas, ha emprendido esfuerzos serios por formar traductores e intérpretes en lenguas originarias, por empezar a certificar a servidores públicos que manejan estos idiomas, por velar de manera seria por los derechos lingüísticos de las hablantes de estos códigos minorizados. De este modo, ha empezado a llevar a cabo, por primera vez en nuestra historia republicana, una política lingüística con posibilidades de ser pluralista y justa en el largo plazo. Ahora, el mismo ministerio se ha sumado, con las declaraciones de la ministra, a un proyecto que a todas luces atenta contra parte central del paisaje cultural en el Perú.

Esta incoherencia lleva a pensar que la atención de la diversidad lingüística constituye tan solo una faceta de esos nuevos modelos de desarrollo que algunos científicos sociales han denominado “neoextractivistas”. Al mismo tiempo que celebran y defienden parte de la diversidad cultural y lingüística, estos modelos no tienen reparo en atentar contra escenarios claves para la memoria de los pueblos en nombre de una modernidad mal entendida y con endebles raíces en la historia. Como ciudadano y como lingüista, espero estarme equivocando, pero si el proyectado aeropuerto se lleva finalmente a cabo, tendremos un ejemplo claro de que este es el modelo que impera en el Perú de hoy.

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