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Cuando a nadie le importa la OEA

El principal foro político de la región se encuentra en su peor momento. Además de la crítica existente en relación a su inoperancia frente a casos que implican la defensa de la democracia, como el golpe de estado en Honduras (2011) o la seguridad internacional, como la violación de la soberanía y la integridad territorial de Ecuador por parte de Colombia (2008), en la actualidad dos de sus principales miembros (EE.UU. y Venezuela) parecen haberse puesto de acuerdo, cada uno desde su reducto, para atacar a la OEA.

  • Óscar Vidarte Arévalo
    Profesor del Departamento de Ciencias Sociales

Si bien históricamente se ha asociado el financiamiento que la OEA recibe de la potencia mundial con el poder que este país ejerce sobre dicha institución, resulta paradójico que la derecha estadounidense cambie de discurso y busque eliminar los aportes estadounidenses a la OEA. Obviamente, su crítica se concentra en lo poco que ha podido hacer la OEA frente a gobiernos como el de Hugo Chávez, tan cuestionados en su manejo democrático. Aunque pareciese más un instrumento de enfrentamiento a la política exterior de los demócratas, y a pesar de que ciertamente Venezuela ejerce un importante liderazgo en la OEA a partir de su influencia política y económica sobre algunos países de la región (fundamentada en el petróleo), esta novedosa posición de los republicanos parece negar el hecho que la OEA constituye el principal foro de diálogo con América Latina y el Caribe, y el rol que ha ejercido EE.UU sobre esta organización desde su creación, aunque ciertamente hoy venido a menos.

De la misma forma, el gobierno venezolano también ha sido muy crítico con la OEA, a tal punto que ha sugerido reemplazarla por una organización plenamente latinoamericana, sin EE.UU. ni Canadá. Durante la última década, Hugo Chávez se ha enfrentado recurrentemente con el organismo regional, considerándola una herramienta de la política exterior de los EE.UU. Un último ejemplo de esta situación se presentó en enero de este año, luego de las críticas del Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, a la llamada Ley Habilitante, la cual permitía a Chávez legislar por decreto durante 18 meses. A pesar de lo señalado, también es cierto que Venezuela utiliza el canal que brinda la OEA para reprochar la política de los EE.UU. Justamente en junio pasado, el gobierno chavista lo denunció por imponer sanciones contra la estatal petrolera venezolana PDVSA, atentando, supuestamente, contra la seguridad de su país.

Es evidente que la OEA se encuentra sumida en una encrucijada, muy criticada y poco defendida. En este último sentido, el papel que deberían ejercer países como Brasil y México, lamentablemente, se ha visto reducido ya sea por la misma crítica que pueden tener hacia dicha institución o debido a problemas de índole interno que acaparan toda su atención, tales como corrupción y narcotráfico respectivamente.

La relevancia de un organismo de esta naturaleza puede ser medida, en términos realistas, por el interés que genera en las potencias. Es así que, sea el motivo que fuese, parece claro que la OEA no es una prioridad para ninguno de los países más importantes de la región, y aunque José Miguel Insulza trate de comprender esta situación en forma positiva («Nosotros estamos en el centro, y buscamos conciliar al conjunto de los países de la región…») , el futuro de la OEA no es muy promisorio.

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