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Aula Magna 2022: impacto y propuestas para enfrentar el cambio climático

  • Carlos Garatea
    Rector de la PUCP

*Discurso dado en la inauguración de Aula Magna 2022, el 14 de noviembre del 2022

Después de tres años terribles y en medio de un descalabro político e institucional, esta vigésima sexta edición de Aula Magna tiene su encanto pero también su desencanto. Tiene su encanto porque demuestra que la PUCP ha sabido conservar su dinamismo y su vida académica e intelectual durante 105 años, no obstante las marchas y contramarchas que atravesamos en el país. Tiene su desencanto porque el tema que nos convoca, “Impacto y propuestas para enfrentar el cambio climático”, ensancha la lista de urgencias que continúan sin atención; muchas, incluso, parecen agravarse a pesar del perjuicio que ocasionan a las personas, a la vida colectiva y a la naturaleza, a pesar del consenso que suele generarse en torno a que no debe esperarse un minuto más sin ser consideradas y eventualmente resueltas. Ya sabemos que, diga lo que se diga, hay una distancia infinita entre los discursos oficiales y la realidad, y otra, exactamente igual, aunque más profunda, entre el discurso y nuestra manera de ser y estar en el mundo. Permítanme una nota personal: durante los días de cuarentena, cuando se limpió el aire, volvió el trinar de los pajaritos y las estrellas aparecieron en el cielo limeño sin haberse ido jamás, pensé que, al abrir nuevamente la puerta y poner el pie en la calle, daríamos muestras de haber aprendido la lección, en particular en los espacios públicos. Pensé en el tránsito, en la basura, en la bulla. Error absoluto. ¡Qué ingenuidad! Al abrir la puerta el dinosaurio seguía ahí.

Los que más padecen el cambio, son, por lo general, los que menos contribuyen con él".

Hemos entendido muy poco sobre la manera en que dañamos al planeta y hemos hecho aun menos para evitarlo. Hay esfuerzos notables, pero las cosas no pintan bien. Hace una semana vi, en Buenos Aires, un grafiti que llama a encender las alarmas: “Despertá! no tenemos planeta b”. Así de sencillo: no tenemos planeta b. Determinismo puro y duro. Es cierto que los problemas tienen escalas y magnitudes diferentes, incluyen actores diversos, regiones, y poblaciones distantes y heterogéneas, pero, vistos en conjunto, todos afectan el medio ambiente y, por tanto, a largo plazo, ponen en riesgo la subsistencia de nuestra especie; ni qué decir sobre la pérdida de la biodiversidad que ya sufrimos en el planeta. En relación con esas escalas, por ejemplo, la discusión acerca de los gases del efecto invernadero, la elevación del mar y la agonía de los glaciares tienen una extensión planetaria mayor a la que ocasiona la contaminación procedente del transporte público en la Av. Abancay, de los mineros informales en Madre de Dios o de la basura y las toneladas de plástico que se acumulan a la salida de Piura. Mientras tanto, leo que la India se resiste a que Estados Unidos y Europa le exijan que no queme carbón si fue este lo que ayudó en su desarrollo. A pesar de las diferencias y de las posibilidades que tenemos para incidir en las soluciones, todos tienen un origen — digamos— común: la mano del hombre, un modelo rapaz de desarrollo, y la reticencia de los gobiernos a asumir e implementar un compromiso que amortigüe y evite el desastre ecológico. Dicho de otro modo: quienes destruimos el planeta vivimos en él. Peor aún: lo destruimos con la idea de vivir mejor. ¿Quién nos entiende? “La tierra —dice Serrat— cayó en manos de unos locos con carnet”.

De estos temas se ha ocupado el papa Francisco en su encíclica Laudato si'. Debemos girar la brújula. Pienso que ese cambio de dirección no se reduce a ser, porque implica un nuevo estar en el mundo".

Cuando pongo estos temas en retrospectiva y reconozco la gravedad de la amenaza, me pregunto si nosotros encarnamos el futuro de nuestros padres, de nuestros abuelos: ¿somos el futuro que imaginaron para nosotros?, ¿somos su futuro?, ¿querían esto? No es un juego retórico ni una provocación ni — espero— anticipo de locura. Simplemente invierto el destinatario y le doy un rango temporal inverso al que asumimos cuando hablamos del futuro de nuestros hijos y del país que aspiramos construir. ¿Somos el futuro que alguien deseó? No intento con este giro desligarme de lo que nos toca ni decirles que podemos escondernos bajo la resignación, tampoco pretendo caer en la fácil denuncia del pasado que oculta las pretensiones de pureza del presente. Cuando invierto el tiempo de las preguntas, asumo nuestra responsabilidad en el mundo y en el camino de desarrollo que queremos seguir. La ruta que nos trajo a este punto no cayó del cielo; la trazamos nosotros, la recorrimos nosotros, sí, nosotros, nuestros padres, nuestros abuelos: en suma, nosotros, seres humanos que aspiramos a un mundo feliz. Vaya paradoja. De manera que o nos corregimos o incrementamos el peligro.

El gran desafío es sabernos renovar, mantener los pasos que hemos dado, corregir los errores y asumir que debemos implementar nuevas estrategias".

En 1966, José María Arguedas se preguntó en un hermoso poema: “¿Es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor? No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses, en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio”. Arguedas nos pone ante los límites de la libertad, del saber, del crecimiento económico, de las culturas, de la vida; pero también del tiempo, y nos interpela en torno a la consciencia que tenemos de nosotros, del aquí y ahora, y de aquello que llamamos “futuro” en oposición a un “presente” que se nos escapa de las manos segundo a segundo.

De algunos de estos temas se ha ocupado el papa Francisco en su encíclica Laudato si’. Debemos girar la brújula. Pienso que ese cambio de dirección no se reduce a ser, porque implica un nuevo estar en el mundo. Hay en ello más que un salto semántico entre un verbo y otro. Entre uno y otro se instala el universo que distingue la liviandad de una pluma de la pesadez de una roca. No es solo cuestión de peso ni de textura. Es más complejo: de por medio hay un sistema de referencias, saberes, percepciones y deseos. Creo, por ello, que entre ser y estar también se despliegan nuestros deberes institucionales y arraiga una perpetua prueba de equilibrio que no cesa de desafiarnos ni de plantearnos nuevas tareas; es, sin duda, el espacio en que se genera la tensión que experimentamos en la vida universitaria. Me refiero a la tensión que vivimos entre la formación integral, la excelencia, el rigor académico, la tecnología y la historia, las tradiciones, la cultura, el empleo y un sinnúmero de retos que hemos encontrado luego de la pandemia y cuyos efectos —en nuestro caso— han reordenado algunas prioridades, pero no han cancelado valores ni principios ni el sentido de ser una universidad plural, católica y diversa que está en el Perú y en el mundo del siglo XXI. El gran desafío es sabernos renovar, mantener los pasos que hemos dado, corregir los errores y asumir que debemos implementar nuevas estrategias para formar mejores ciudadanos, jóvenes que vean, aprecien y experimenten una auténtica vida democrática y que, en ella, tengan clara consciencia de que el cuidado y el respeto del medio ambiente son dimensiones centrales para una convivencia anclada en el bien común, la libertad y la solidaridad. La urgencia de este tema cae de maduro. Por ello, el 2023 habremos de acentuar la formación democrática de nuestros estudiantes en un mundo ecológicamente responsable. Democracia y medio ambiente son dos caras de un único proyecto de vida común o, tal vez suceda como imaginó Borges, democracia y medio ambiente hacen una moneda de una cara.

El 2023 habremos de acentuar la formación democrática de nuestros estudiantes en un mundo ecológicamente responsable. Democracia y medio ambiente son dos caras de un único proyecto de vida común".

Queda claro que, como vamos, es imposible mitigar el cambio climático. Muchas veces oímos, sin embargo, a gobernantes, políticos y dirigentes que se revertirán los efectos del cambio pero se mantendrá el modelo de desarrollo; también hay de los que quieren tirar todo por la ventana. Algo no cuadra en esos razonamientos; algo falta o algo sobra; por lo pronto, consideremos que los efectos del cambio climático se distribuyen de manera desigual en el mundo y que se trata de una amenaza real. Los que más padecen el cambio, son, por lo general, los que menos contribuyen con él. Ulrich Beck, sociólogo alemán, fallecido hace poco, veía en el desastre ecológico la oportunidad para una acción colectiva: “Por primera vez en la historia, cada población, cada cultura, cada grupo étnico y todas las religiones del mundo están viviendo un futuro común que nos amenaza”. Su invocación es, a mi juicio, coincidente con la invocación por una ética ecológica recogida por la Laudatio sí, como eje de un modelo de desarrollo enraizado en el cuidado del medio ambiente. Con ese norte, hay cuestiones que deben plantearse: ¿quién origina el peligro?, ¿quién se ve amenazado?, ¿qué comunidades están en riesgo?, ¿cómo evitar el desastre?, ¿cómo formamos una consciencia ecológica en nuestros estudiantes?

El cambio climático es un proceso global que implica nuestra manera de encarar el futuro".

Ninguna es sencilla. Todas abren una bandeja de consideraciones y elementos que evidencian que el cambio climático es mucho más que inundaciones, tormentas, sequías, tornados y que, para no agudizarlo, hay que hacer bastante más que volverse vegano o seguir obedientemente algunos de los miles de consejos que inundan la publicidad de infinidad de productos y estilos de vida saludables. Todos carísimos, por cierto. El cambio climático es un proceso global que implica nuestra manera de encarar el futuro y que está enraizado en cómo nos apropiamos del vínculo con la naturaleza y, en general, con todo cuanto cabe en la palabra «entorno».

Termino citando otra vez a Arguedas. En el poema del que extraje el fragmento anterior, dice: «¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces, doctor?». Y agrega: «Saca tu largavista, tus mejores anteojos. Mira si puedes. Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne».

Declaro inaugurada esta vigésima sexta edición de Aula Magna. ¡Muchas gracias!

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