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Apertura del Año Académico 2023: 106 años de la PUCP

  • Dr. Carlos Garatea Grau
    Rector de la PUCP

*Discurso del rector Carlos Garatea en la Ceremonia de Apertura del Año Académico 2023, realizada el 24 de marzo

La mejor manera de darle sentido y contenido a nuestro aniversario es convencernos de que celebramos la existencia de la PUCP. Aunque decirlo así sea pomposo y muy caviar, es la verdad. Cumplimos 106 años. Doblamos la primera esquina del siglo y vamos hacia el siguiente. 106 años es mucho tiempo en un país sin instituciones, en el que ellas suelen desaparecer apenas dan los primeros pasos; un país en el que las buenas decisiones, las reformas sensatas y prometedoras, esas que nos devuelven la esperanza de que podemos avanzar en nuestro desarrollo, sufren los atropellos del poder y la arremetida de mafias que terminan derruyéndolas o reduciéndolas a cascarones adosados a pretensiones subalternas o cortoplacistas. La PUCP ha cruzado mil tormentas y le esperan otras más. Hoy estamos en la hermosa sala de NOS, convencidos de la misión y de los principios con los que el padre Jorge Dintilhac nos dio el empujón para empezar la travesía que nos ha traído a este puerto, 106 años después. Tenemos motivos para sentirnos orgullosos de nuestra Uiversidad y agradecidos de todos los que han hecho posible este viaje a lo largo de la historia del Perú.

Tenemos motivos para sentirnos orgullosos de nuestra Uiversidad y agradecidos de todos los que han hecho posible este viaje a lo largo de la historia del Perú".

¿Qué habrá tenido en la cabeza el padre Dintilhac cuando escribió el discurso inaugural? ¿Somos el futuro que imaginó? ¿Se reconocería en nosotros? Lo he pensado varias veces. Parecen trivialidades, pero, créanme, no lo son. 1917 está lejos y, a la vez, cerca del 2023. De aparecer el padre Jorge por esa puerta y de preguntarnos por la actualidad, le podríamos responder, con el respeto que amerita el encuentro: padre Dintilhac, disculpe, pero “cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces” (Don Quijote). Así le quitamos el peso de encima y nosotros mantenemos la tranquilidad. Los aniversarios tienen esa magia. Son como lámparas que alumbran el tiempo y lo dividen sin dañar su transcurso. Por una parte, invitan a admirar la consistencia de la memoria en nuestra identidad y, por otra, el futuro se abre como un horizonte infinito que, en nuestro caso, nos demanda dos cosas: una, estar convencidos de que una buena educación hace posible un mundo mejor, y, dos, que nuestra responsabilidad con los jóvenes es nuestra responsabilidad con el futuro del Perú. Nosotros no preparamos para recibir un diploma; preparamos para ser ciudadanos, personas, con derechos, saberes, fe y dignidad. Padre Jorge, esté donde esté, Ud. sabe que no somos una casualidad, sino una institución peruana que se ha hecho aprendiendo de los aciertos y de los errores propios de una comunidad viva y en movimiento.

Padre Jorge, esté donde esté, Ud. sabe que no somos una casualidad, sino una institución peruana que se ha hecho aprendiendo de los aciertos y de los errores propios de una comunidad viva y en movimiento".

Por ello nos duele tanto la muerte de 60 personas en medio del violento y reciente clima de protestas que nos recordó cuánto nos falta conocer en el país y qué poco dispuestos estamos a crear espacios para dialogar con serenidad, sin prejuicios ni distancias, sin la desconfianza e indiferencia que se han instalado entre peruanos. Dialogar en búsqueda del bien común es un ideal democrático que se niega a guiar nuestra vida social. Todavía parece inalcanzable. Una entelequia. Amigos míos, afirmemos algunos principios: No hay muerte buena. No se dialoga a gritos y es imposible dialogar con quien no quiere escuchar. Y, aunque sea de Perogrullo, permítanme agregar: nadie aprende a balazos ni a patadas a vivir en democracia. Algo más, una dimensión inherente para gozar de salud democrática es la comunicación y el uso del lenguaje. Lo señalo porque vemos cómo el cinismo exprime el lenguaje al extremo que deja de servir para comunicarnos y se convierte en arma de combate y medio de difamación. Parece sufrir un proceso inflacionario: mucho ruido, ningún significado, ninguna posibilidad de decir la verdad. Un ejemplo. Hace poco apreciamos a un congresista cruzar el hemiciclo para agredir a otro padre de la patria. Miles vimos la agresión. Miles. Un puñete artero por la espalda. Interrogado el agresor por su exabrupto respondió: “Yo no he ido a agredir, solo fue un golpe; un golpe, nada más”. Un golpe, nada más. Como dijo Cantinflas: “estamos peor, pero estamos mejor; porque antes estábamos bien, pero era mentira; no como ahora, que estamos mal pero es verdad”.

No hay muerte buena. No se dialoga a gritos y es imposible dialogar con quien no quiere escuchar. Y, aunque sea de Perogrullo, permítanme agregar: nadie aprende a balazos ni a patadas a vivir en democracia".

Cómo enseñamos a los jóvenes que la democracia es el mejor sistema de convivencia, si el episodio que acabo de narrar —incluyendo a Cantinflas, por cierto— es la escena más frecuente en nuestra vida cotidiana. Ganar a la juventud para las grandes tareas del saber y del vivir nos interpela como país y nos exige compromiso y esfuerzo como profesores universitarios, y, al mismo tiempo, en tanto profesores, nos obliga a ser conscientes del entorno, de sus carencias y virtudes; y a mantener firme y robusta la vocación de servicio inherente a la docencia. Un buen profesor trabaja para otros, no para sí; trabaja para las muchachas y los muchachos que nos confían sus ilusiones y sus anhelos; trabaja para lo que harán más tarde con lo que reciben en nuestras aulas. Este hermoso vínculo da sentido a nuestro quehacer; en él se define el universo de valores y principios que conducen nuestra institución desde que abrimos las puertas hace 106 años en dos aulas prestadas por el colegio La Recoleta, en la Plaza Francia.

Ahora, la memoria nos puede tender trampas, hacer olvidar detalles, confundirnos o hacernos extrañar lo que nunca jamás sucedió; pero lo que no podemos olvidar es el futuro. ¿Qué hay de esos bienes que los seres humanos hemos valorado siempre y no podemos cuantificar? Pienso en la sensibilidad, las emociones, la amistad, el arte, el saber, la curiosidad, las dudas, la empatía, la fraternidad, la equidad de género, y la lista sigue. ¿Son aún parte de nuestro futuro o los dejamos atrás, en el cajón de las cosas viejas, y buscamos cosas nuevas y menos complejas? Por cierto, ¿qué hacemos con quienes no logran subirse al tren del desarrollo? ¿Los abandonamos? Hay asuntos de fondo que debemos asumir si queremos avanzar. En ocasiones, parece que en el Perú nos estamos acostumbrando a ver solo la superficie, lo inmediato. Abandonar el interés por el fondo de las cosas genera la sensación de que el futuro ha dejado de estar en su sitio; incluso, admitámoslo, a veces, de tanto quedarnos en la inmediatez, rodeados por la inaudita mediocridad del entorno político, no sabemos dónde está ni por dónde debemos buscar el futuro.

no dejamos de crecer económicamente a pesar del desastre político y social de los últimos tres o cuatro años. Crecemos, pero estamos mal".

Trataré de explicarme: nadie duda de que sin más ciencia y tecnología, sin más investigación de punta en todos los campos del saber, será imposible que nuestro país alcance las condiciones necesarias para su desarrollo. Si no invertimos en ellas, estaremos siempre atrás. Pero mi punto es otro. Lo que quiero decir mira en otra dirección. Por lo pronto, tengamos presente que, a pesar de la crisis, el país crece económicamente. Para ser más preciso: no dejamos de crecer económicamente a pesar del desastre político y social de los últimos tres o cuatro años. Crecemos, pero estamos mal. Podemos discutir la velocidad del crecimiento y los porcentajes, pero crecemos y estamos mal. En alguna oportunidad Mirko Lauer escribió: “La realidad // está tirada por el suelo // un poco seca, un poco podrida”; y el padre Gustavo Gutiérrez observaba “Todo estaría bien si no fuera por la realidad”. Hace pocas semanas, Efraín Gonzales de Olarte ofreció dos ideas que quiero citar: “1. El producto per cápita promedio de Lima es 4 veces más alto que el del resto de regiones. 2. El crecimiento de Lima es divergente del crecimiento del resto del país; por tanto, la brecha económica se hace cada vez más grande. Esta divergencia se repite entre los centros y las periferias de las regiones”. Pues bien, algo falla. ¿Estamos bien y mal, al mismo tiempo? La paradoja merece discusión y análisis. ¿Es una virtud? ¿Un defecto? Obviamente, la crisis no es un problema científico ni tecnológico. Más bien, es la ausencia de cultura democrática —y de cultura a secas—, de falta de integración, de políticas públicas, de oportunidades. La vieja historia de desigualdades, abandono y corrupción que nos arrastra desde hace mucho y no logramos revertir aunque sea evidente para todos. ¿Por qué el crecimiento económico no genera el suficiente bienestar? ¿Cómo transitar de crecer a estar bien? Ciertamente que no lo haremos “quemando” la Constitución ni reculando en ideologías trasnochadas ni dejándonos seducir por la parafernalia e hipocresía de quienes lucran violando la ley. Sé que el tema da para mucho y es una prioridad nacional. Vamos, por ello, a considerarlo en el itinerario del año que ahora inauguramos. Debemos reunirnos a pensar y a hacer propuestas que eviten el descalabro. Sumemos esfuerzos. Convoquemos a egresados, a empresarios y a los buenos funcionarios públicos. La tarea es enorme y extremadamente compleja, pero no imposible si anteponemos el bien común y si nos aferramos a nuestros ideales y a nuestras responsabilidades docentes.

¿Por qué el crecimiento económico no genera el suficiente bienestar? ¿Cómo transitar de crecer a estar bien? (…) Debemos reunirnos a pensar y a hacer propuestas que eviten el descalabro. Sumemos esfuerzos. Convoquemos a egresados, a empresarios y a los buenos funcionarios públicos".

Me permito invocar a los especialistas a promover un debate sobre estos temas dentro y fuera de nuestra Universidad. Necesitamos crear un espacio sereno y argumentado para pensar en el país que queremos dejar a las generaciones venideras. Si hacemos como si nada pasara, habremos renunciado a nuestra misión institucional. ¿Cómo hacer? Insistamos, por ejemplo, en convertir el diálogo en un aspecto central de nuestra cultura política. Hablo de diálogo, no de monólogo; digo diálogo y digo, con él, saber escuchar, reconocer al otro, respetarnos y abandonar los estereotipos y caricaturas que inundan las redes sociales y el espacio público. El diálogo es un encuentro, no un combate. Les confieso que, en ocasiones, cuando oigo hablar de desarrollo me da la impresión de que estamos esperando la siguiente parada del tren, a la que se llega por inercia, merced a los rieles por los que se desplazan los vagones. Pero la realidad nos dice que algo no marcha bien. La ruta tiene problemas y los vagones amenazan con voltearse. Es evidente que la estabilidad no depende de los rieles ni del número de vagones. Falta asegurar el impulso, los ejes, el ritmo, los eslabones, para que todos converjamos en un camino. Habrán notado, por ejemplo, que las universidades no están incluidas en ningún plan de desarrollo nacional. No se oye a la academia y prácticamente nadie la convoca. Sé bien, por cierto, que en ocasiones la academia no quiere ser oída y prefiere encastillarse distante del ir y venir del entorno. En cualquier caso, el principal aporte que puede ofrecer una universidad es ser una buena universidad. Y una buena universidad no se define en un excel sino en lo que sucede durante una clase. Seamos, entonces, mejores profesores: dialoguemos más, asumamos nuestros límites, demos el ejemplo de una comunidad que avanza unida en su desarrollo, en la que cada uno de nosotros pone su grano de arena pensando en el bien común. Seamos conscientes de que la calidad educativa no se reduce a tener laboratorios, modernos edificios ni sílabus con bibliografía moderna y multilingüe. La calidad abarca una experiencia de vida, de ser universitario, de ser docente y de ser alumno. Queridas amigas, queridos amigos: la defensa de la calidad es la defensa del futuro, un alegato académico a favor del cambio y del derecho de los jóvenes a vivir en un mundo mejor que el que nos tocó en suerte. Nuestro aporte consiste en insistir en ello, una y mil veces, dentro y fuera de nuestro campus.

Me permito invocar a los especialistas a promover un debate sobre estos temas dentro y fuera de nuestra Universidad. Necesitamos crear un espacio sereno y argumentado para pensar en el país que queremos dejar a las generaciones venideras".

¿A dónde conducen estas ideas? Ellas tienen varias consecuencias. Ya adelanté una: crear espacios serenos de diálogo interdisciplinarios para pensar, entender el Perú y plantear propuestas plausibles. Necesitamos luz para salir del apagón. Ofrezco otra: instaurar una educación para vivir en democracia que incluya una sólida consciencia ambiental. Ya hemos empezado creando una comisión que hará una propuesta en unos meses más y hace una semana hemos asumido la coordinación de un nuevo grupo de trabajo en la Organización de Universidades Católicas de América Laguna (Oducal), concentrado en “Democracia, ética y ciudadanía”, lo que nos permitirá trabajar con más de 110 universidades latinoamericanas desde abril y ofrecer así ideas y propuestas que integren la educación universitaria y la vida democrática sin abandonar un centímetro nuestro quehacer académico y nuestra responsabilidad social. Se trata de un problema muy extendido en América Latina, por cierto. En el Perú, como saben, ha aumentado la insatisfacción en jóvenes y adultos respecto de los beneficios que trae la democracia a sus vidas; no queda claro qué esperan de ella ni qué puede ofrecerles; al mismo tiempo, la aceptación del Congreso está por los suelos y la mayoría de nuestros representantes prefieren concentrarse en menudencias, bufetes y en los tornillos que les aseguren mantenerse en sus asientos durante unos años más; y, aunque lo dicho sea suficiente para encender las alarmas, una reciente encuesta de Ipsos (13 de febrero) saca a la luz un tema de fondo que debería dar pie a una amplia discusión: 51 % de peruanos cree que el Congreso dio un golpe de Estado contra Pedro Castillo; solo un 43 % cree que Pedro Castillo intentó hacer un golpe de Estado. Las cifras incluyen, por lo demás, diferencias notables entre Lima y el resto del país. El resultado es desolador, pero la desolación está en las diferentes —opuestas, en realidad— percepciones y en la divergente valoración del mismo hecho. ¿Cómo explicar esos resultados? ¿Se han preguntado, por ejemplo, si entendemos lo mismo por democracia o lo que significa para un ciudadano vivir en democracia? ¿Son tangibles sus beneficios? Añado un ingrediente que puede resultar explosivo. Se está instalando lentamente el hábito de desconocer el triunfo del oponente y de sembrar dudas sobre el sistema de elecciones. Lo hemos visto con Trump, Bolsonaro y también entre nosotros. Si no se reconoce al ganador, no hay democracia. Si se pone en entredicho el sistema electoral sin fundamento, llevados por la amargura de la derrota, el desdén o una ideología, la democracia empieza a tambalearse porque esos señalamientos son misiles que apuntan al corazón de los principios y de las reglas que mantienen de pie a la democracia en cualquier parte del mundo. El daño puede ser terrible en países sin instituciones sólidas, como el nuestro, donde persisten brechas inmensas en educación, salud, trabajo y justicia y donde, para un abultado número de personas, la democracia no es percibida como garantía para alcanzar mejores condiciones de vida y un futuro digno.

La calidad educativa no se reduce a tener laboratorios, modernos edificios ni sílabus con bibliografía moderna y multilingüe. La calidad abarca una experiencia de vida, de ser universitario, de ser docente y de ser alumno".

¿Qué podemos hacer? Debemos trabajar en instaurar una educación que asiente valores democráticos y una consciencia ambiental. ¿Cómo? Para empezar, pongamos por delante el razonamiento, el debate, la imaginación, el juicio crítico, las capacidades analíticas e interpersonales, el diálogo y la argumentación, sin caer —claro está— en burbujas epistemológicas de cualquier tipo. Es fundamental promover la experiencia con culturas distintas, tener contacto con quienes ven el mundo de otra manera, con quienes piensan y hablan de otro modo, acercarse a ideas y lecturas que muestren y respondan a tradiciones e historias distintas a las nuestras, es decir, necesitamos un auténtico diálogo que permita vivir las diferencias y la interculturalidad. Esta apuesta de enseñanza y aprendizaje requiere flexibilidad, interdisciplinariedad y, sobre todo, voluntad.

La defensa de la calidad es la defensa del futuro, un alegato académico a favor del cambio y del derecho de los jóvenes a vivir en un mundo mejor que el que nos tocó en suerte. Nuestro aporte consiste en insistir en ello, una y mil veces, dentro y fuera de nuestro campus".

Los temas ambientales, por ejemplo, son interdisciplinarios; son, como saben, temas que requieren atención prioritaria. Nos estamos jugando la subsistencia de la especie humana. Tengo conmigo las desgracias y el daño ocasionado por las lluvias de la semana pasada pero también la contaminación de nuestros ríos, la pérdida de bosques, el calentamiento del mar, la basura, las toneladas de plástico que se exparsen por distintos lugares del mundo y tantos otros hechos que evidencian cuánto debemos cuidar a nuestro planeta y todo lo que nos falta admitir y evitar para tener un mundo verdaderamente sostenible. El último domingo, la prensa recogió una noticia, procedente del instituto Postdam para la investigación sobre el impacto del cambio climático, que anuncia la posibilidad de que el año 2024 sea el más cálido de la historia; incluso, dice que, por un corto tiempo, la temperatura podría estar 1.5° por encima de la media preindustrial, el límite que la humanidad se ha propuesto no rebasar. Terrible. Y, claro, cómo se mezclan congoja e indignación cuando un bebe de año y dos meses, llamado Emir, emerge vivo del río de barro y piedras que lo arrancó de los brazos de su padre en Jicamarca la semana pasada; un drama que nos recuerda a Evangelina Chamorro, la mujer que vimos sobrevivir hace siete años luego de ser arrastrada también por el lodo y las piedras en una de las quebradas del sur de Lima. La coincidencia es una desgracia. Nada parece haber mejorado desde que el fenómeno El Niño nos golpeó el 2017. Las historias, el dolor y la desolación se repiten igualitos siete años después. Nuevamente la indiferencia, la desidia y la corrupción se unen en perjuicio de los más débiles y nuevamente la naturaleza nos recuerda nuestra fragilidad.

Debemos trabajar en instaurar una educación que asiente valores democráticos y una consciencia ambiental".

En consecuencia, junto a preocuparnos en ofrecer una propuesta que refuerce los principios democráticos en nuestros estudiantes, debemos asegurar una consciencia ambiental. La democracia y el medioambiente son, sin duda, dos dimensiones del desarrollo de la civilización. Con ambos nos jugamos el futuro: con uno, el de la convivencia; con el otro, el de nuestra especie. Ambos implican normas, leyes, conductas; ambos tienen dimensiones económicas, sociales, éticas; ambos implican atender culturas, maneras de relacionarse con el entorno; pero, sobre todo, a mi juicio, ambos desafían a la educación. En este sentido, de todas las dimensiones implicadas en una perspectiva que integre la formación democrática y la consciencia ambiental, algunas ya citadas, quiero mencionar dos más: la empatía y la importancia de dar el ejemplo. La empatía es el reconocimiento del otro; dar el ejemplo es actuar en coherencia con lo que se predica. Son principios esenciales para una vida social sana, para relacionarnos con el entorno y la naturaleza; sin embargo, hoy por hoy, la historia reciente de nuestro país los ha convertido en las joyas de la corona que debemos recuperar en la vida cotidiana desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche. Empatía y dar el ejemplo implican maneras de concebir la enseñanza y de actuar dentro y fuera del aula. No es asunto de teorías, ni de pizarra, sino de práctica, del día a día, de la casa común. Tiene un requisito simple y gratuito: voluntad. Pongamos nuestra voluntad en ser empáticos, fraternos y seamos coherentes entre lo que decimos y hacemos. No hay misterio y es extremadamente sencillo.

Pongamos nuestra voluntad en ser empáticos, fraternos y seamos coherentes entre lo que decimos y hacemos. No hay misterio y es extremadamente sencillo".

Unos años atrás, Fernando Aramburu, el gran escritor vasco, autor de la estupenda novela Patria, razonaba en torno a las desigualdades, la inevitable incertidumbre del futuro y la diversidad de hombres, mujeres, creencias y culturas que coexistimos en este planeta que sufre por obra y gracia de nosotros una rauda y efectiva autodestrucción, lo siguiente:

«Sólo la conciencia de estar destinados a vivir en la incertidumbre, sólo la humildad de considerarse seres falibles, solo la conciencia de estar expuestos al riesgo del error puede permitirnos concebir un auténtico encuentro con los otros, con quienes piensan de manera distinta que nosotros. Por tales motivos, la pluralidad de opiniones, de las lenguas, de las religiones y de las culturas de los pueblos debe ser considerada como una inmensa riqueza de la humanidad y no como un peligroso obstáculo (131)».

Llego al final. Creo en las convicciones, en el compromiso y en la fe de nuestra PUCP. Ellos, junto con otros actores del país, pueden contribuir a remontar la cuesta en la que nos encontramos y cuya pendiente nos quita el aire y pone a prueba la fuerza de nuestras piernas para no perder la esperanza que nos lleva a dar cada paso. Remontar la cuesta no será obra de uno, sino de todos; no será en beneficio de uno, sino de todos. Prendamos las luces altas para que juntos veamos lejos y en grande. En ello pensó el padre Dintilhac. Sé que si ingresa por esa puerta estaría orgulloso de la PUCP, aunque nosotros estaríamos aterrados por el milagro.

Creo en las convicciones, en el compromiso y en la fe de nuestra PUCP. Ellos, junto con otros actores del país, pueden contribuir a remontar la cuesta en la que nos encontramos".

Quiero terminar contándoles un secreto. Para llegar aquí he necesitado 3,427 palabras. Para decir lo mismo, Blanca Varela necesitó 9. Lo hizo formulando un bello anhelo que hice mío desde la primera hasta la última línea. Quiero compartirlo con ustedes. Blanca Varela nos invita a “convertir lo íntimo en externo sin usar el cuchillo”. En ello descansa la esencia de nuestra labor como profesores, como miembros de una comunidad académica y católica, y como ciudadanos de este gran y hermoso país llamado Perú.

Declaro inaugurado el año académico del 2023.

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Maria Teresa Labarthe Villena

Excelente discurso. Importantísima la iniciativa del proyecto de las Universidades q se pondrá en marcha en abril, DEMOCRACIA,ETICA Y CIUDADANIA. Si los jovenes honrados y bien preparados se comprometieran y entraran a formar parte de la política del país, habría muchas posibilidades de éxito . Ya no hay lugar en el asiento de los espectadores, todos deberíamos ponernos de pie y hacer patria en la medida q nos toque. Felicitaciones Carlos Garatea, eres un Rector de lujo como se merece La Universidad Católica. Que tu discurso cale hondo en cada uno de los estudiantes, es la esperanza para las generaciones q nos siguen hagan del Peru, un pais del q todos nos sintamos orgullosos, donde las oportunidades sean para todos para poder asi eliminar las diferencias y la violencia

Javier Casabona

Salvo por el error ortográfico de la Oducal, me pareció un discurso con el que me sentí identificado. La realidad demanda realizar esfuerzos enormes; principalmente, en el sector educativo.
En algún punto previo a la pandemia , en uno de los primeros ciclos de facultad (Derecho), no me sentía parte de un país donde la democracia, como sistema de gobierno, era útil; porque la realidad contrastaba demasiado con lo que aprendía de los textos y de los discursos de los profesores .
Es terrible pensar que estamos en una sociedad donde ya no se enseña cursos de Cívica, ni la Constitución, ni sobre el ejercicio de los derechos fundamentales, es decir la mayor parte de los jóvenes peruanos crecen sin aprehender normas de convivencia social básicas.
Se ha dejado de lado lo más importante, además de que todavía hay una endeble promoción sobre la idea del cuidado de nuestro medio ambiente en el que día a día vivimos.
Sin lugar a dudas, la PUCP abrió mi panorama sobre la realidad de nuestro país, pero los jóvenes del Perú no sólo se encuentran en esta universidad. Por ello, sería muy buena idea, si se quiere contribuir con el desarrollo del país, que egresados y docentes de nuestra casa de estudios vayan a colegios privados y estatales y difundan las ideas democráticas que compartimos y animen a los jóvenes a no limitarse, sino que estudien para que puedan prosperar en el ámbito personal, pero también para que generen un impacto positivo en nuestra sociedad. Sólo de esa manera reconduciremos al país hacia un espacio de díalogo y debates, en donde los actos de violencia sean cada vez menos.

Fredetick Cooper Llosa

Un mensaje muy elegíaco pero ajeno a los problemas de la PUPC. Escasa o nula comunicación de las autoridades rectorales con los profesores. Inexistencia de mecanismos para operar económicamente como universidad privada. Ineficacia en los vínculos con universidades de provincias, y muchos otros aspectos igualmente críticos.