Abelardo Oquendo: el lector como artista
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Peter Elmore
Egresado de la PUCP. Docente en University of Colorado Boulder
A principios de la década de 1980 conocí, en el taller de crítica literaria que él conducía en la Católica, a Abelardo".
“A veces creo que los buenos lectores son cisnes aun más tenebrosos y singulares que los buenos autores”, escribió Jorge Luis Borges. La cita de Borges se aplica con fidelidad a Abelardo Oquendo, uno de los intelectuales más libres, agudos y brillantes del Perú moderno. El arte de leer no fue para él un culto privado y exclusivo, sino un don que compartió generosamente a través, sobre todo, de la dirección de revistas, la gestión editorial, la crítica literaria, la enseñanza académica y esa forma amable de la inteligencia que es la conversación.
A principios de la década de 1980 conocí, en el taller de crítica literaria que él conducía en la Católica, a Abelardo, de quien había leído ya dos textos de altísima calidad: su prólogo a la poesía de Javier Sologuren y el ensayo que precede a la primera edición peruana de Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro. Esas piezas admirables tendrían que reunirse —con sus otros prólogos, reseñas, introducciones a antologías, columnas y entrevistas— en un volumen. Desdeñoso como era de la figuración, Abelardo disuadió en varias ocasiones a quienes hubiéramos querido reunir las páginas dispersas de su obra escrita. Por la memoria del amigo que ya no está y para el beneficio de los lectores, la publicación de ese libro es ahora una tarea urgente.
Con Mirko Lauer, Abelardo fundó y animó dos proyectos culturales de gran altura: la revista Hueso húmero, que desde su aparición ha publicado 68 números, y la editorial Mosca Azul, cuyo impresionante catálogo roza los 500 títulos. Mosca Azul fue un sello ejemplar y el inventario de sus autores –entre los que figuran desde Pablo Macera y Luis Alberto Sánchez hasta Franklin Pease y Alberto Flores Galindo, pasando por Aníbal Quijano y Maruja Barrig— da una imagen muy precisa de lo que se leía y discutía en los medios intelectuales del Perú en las décadas de 1970, 1980 y 1990. La editorial –cuyo nombre evoca un pasaje memorable de José María Arguedas— hizo su aparición en 1973 y cumplió una función que ninguna otra casa o institución podía realizar del mismo modo. De hecho, es imposible hacer una historia de la vida intelectual moderna en el Perú sin referirse a la labor editorial de Mosca Azul.
Hueso húmero —el título, por supuesto, alude a uno de los poemas más bellos y más tristes de César Vallejo— fue acaso la creación de Abelardo en la que puso más de sí mismo. Fundada en 1979, ha mantenido a lo largo de los años su perfil y su identidad. Cosmopolita y comprometida con la cultura nacional, abierta al debate intelectual serio y provocador, persistente en su compromiso con formas y medios —la creación literaria, la música erudita, el ensayo, la historia intelectual, que Abelardo conocía y apreciaba como pocos—, Hueso húmero es casi un retrato de los gustos, las preocupaciones y los intereses de su director. Hueso húmero está innegablemente en el mismo plano donde se hallan Amauta, Las moradas y Amaru. Como José Carlos Mariátegui y Emilio Adolfo Westphalen, Abelardo Oquendo demostró que, en el Perú, la revista es un género mayor.
En sus múltiples facetas, la obra de Abelardo Oquendo se consagró a tender puentes y abrir puertas: los goces que él había conocido desde temprano en la lectura –los del encuentro y del hallazgo—supo compartirlos con varias generaciones de artistas e intelectuales del Perú. Cuánto duele saber que ya no lo tenemos entre nosotros.
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