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Noticia

Narda Henríquez, premio al Legado y la Trayectoria en LASA 2018

La profesora principal del Departamento de Ciencias Sociales y directora del doctorado en Sociología PUCP acaba de recibir el premio al Legado y la Trayectoria de la Sección Perú, en el último Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), en Barcelona.

  • Texto:
    Suny Sime
  • Fotografía:
    Tatiana Gamarra

Si digitamos su nombre en el Sistema de Bibliotecas PUCP, nos arroja 141 resultados, mucho más que el promedio de sus pares. Dentro del vasto recorrido académico de la Dra. Narda Henríquez, destacan sus estudios en movilizaciones sociales, pobreza, género y violencia política. Empezó su carrera docente en nuestra casa de estudios en medio de los agitados años 70. Dictó cursos sobre movimientos sociales, sociología urbana y regional, asuntos demográficos, políticas de población y salud. En pleno proceso de migración interna, junto a sus alumnos y colegas, hacía autocensos en las nuevas zonas pobladas. “Era una etapa de mucha relación de las ciencias sociales con lo que estaba pasando en el país, sobre todo con sectores en condiciones de vulnerabilidad y donde sin embargo había muchas condiciones para la organización. La solidaridad y la organización colectiva era la marca de la época. Eso ha cambiado bastante”, cuenta.

Los estudios de género siempre estuvieron situados de manera transversal en su quehacer académico. A finales de los 70, organizó un taller de estudios de la mujer en la PUCP con la colaboración del Instituto de Estudios Sociales de La Haya. Era la primera vez que se hacía una actividad académica en torno a este tópico en la Universidad. Una década después, junto a Patricia Ruiz Bravo, Norma Fuller y Cecilia Rivera, fundó el Diploma de Estudios de Género en la PUCP. “En ese momento pensamos que iba a ser una experiencia corta, de unos cuatro o cinco años, para introducir la temática”, comenta.

Luego, el diploma se volvió maestría. Ahora también tenemos al Grupo de Investigación en Estudios de Género y la Cátedra Unesco de Igualdad de Género. “Me parece muy significativo que hayamos podido mantener los estudios de género en la PUCP. Es un logro colectivo”, señala. También resalta su labor por los derechos humanos como investigadora de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR): “Ha sido una experiencia muy dolorosa, muy desafiante. Todavía hay mucho por hacer”.

¿Cuál es la lectura que tiene respecto a la conducción de los movimientos feministas en el Perú?

Quiero responder esta pregunta desde una perspectiva histórica. En el Perú, tenemos la particularidad de que el desarrollo de circuitos feministas fue también parte de una etapa en que las mujeres estaban organizándose masivamente en barrios. Por un lado, espacios como vaso de leche y comedores populares autogestionarios, y dirigentes como María Elena Moyano ponen de relieve el aporte de las mujeres a la alimentación familiar, al desarrollo local y al tejido institucional en un momento de crisis, donde hay cólera, recesión económica y violencia política. Y por otro lado, está el feminismo que, a la vez que acompaña a estos movimientos, tiene sus propias demandas, como ampliar las posibilidades de desarrollo de las mujeres. El cambio más importante fue la profesionalización de las mujeres. Y eso dio lugar a que surgieran núcleos de mujeres pensando su situación, reflexionando sobre sí mismas, tanto a nivel profesional como popular.

Otra parte importante del movimiento de mujeres, en sentido amplio, y del movimiento feminista, en particular, ha sido visibilizar su contribución a la vida social y política. Hablo de las mujeres de los pueblos originarios amazónicos o de las comunidades campesinas quechuas, que han participado activamente en las luchas sociales, pero no han sido reconocidas. La experiencia de las mujeres es pluricultural. Eso es muy bueno porque aporta a que tengamos relaciones más igualitarias entre varones y mujeres, y a que sepamos reconocer que la experiencia humana es diversa y múltiple. Cuando hablamos de estudios de género, hablamos de la condición humana, de cómo vivimos y cómo nos pensamos, de las instituciones y las relaciones de poder a nivel global.

Hemos llegado a los extremos de una violencia brutal y sofisticada. Por una parte, antes las mujeres no denunciaban porque estaban sometidas a más presiones y no tenían tanta información como ahora. Por otra parte, tenemos más vocación de desarrollarnos en el mundo público. Estamos rompiendo cada vez más barreras invisibles, que desestabilizan a los que quisieran vernos recluidas a espacios controlables. Barreras invisibles, pero muy sensibles para quienes han tenido el control de nuestros cuerpos y nuestras mentes. Hay que trabajar mucho con los jóvenes, varones y mujeres. Ellos no son necesariamente el problema. Muchas veces se piensa que el feminismo se opone al desarrollo de los varones. Lo que pasa es que se han desestabilizado sus libertades. Hay que trabajar conjuntamente con ellos.

Usted hace una distinción entre los movimientos de mujeres y los movimientos feministas. En las zonas rurales, por ejemplo, se manifiestan estos movimientos pero no necesariamente tienen un vínculo con la Academia, surgen sobre todo desde la misma práctica. ¿Hay una crítica a una visión hegemónica o eurocéntrica?

Las movilizaciones en general, no solo de mujeres, sino sociales, surgen de una práctica concreta. La Academia interpreta y analiza lo que está ocurriendo en la sociedad. Y algunas académicas están más o menos cerca de la práctica; otras, más distantes. No podemos estar de espaldas a la realidad. Ahora, cuando hablé de movimientos de mujeres en un sentido más amplio, me refería que había muchas mujeres en los 70, como todavía hay ahora, que pueden estar de acuerdo que no debe haber discriminación ni violencia, pero no necesariamente se llaman feministas.

Tenemos que reconocer que el feminismo surge de sectores medios y urbanos. Y la nuestra es una sociedad compleja; por eso, tenemos que cuestionar todos los conceptos. El término género tiene que ser construido y deconstruido. En ese sentido, creo que los estudios de género han interpelado a otras disciplinas. Algunas sociólogas, como Agnes Heller, ponen el acento en la vida cotidiana, es decir, cómo hay un mundo privado que tiene que ser politizado. También hay diferencias culturales. Podemos decir que en los últimos años han existido diversos núcleos de desarrollo del feminismo y cada uno tiene una agenda. En Brasil, por ejemplo, se desarrolló fuertemente el feminismo desde las mujeres afro, para poner de relieve el asunto del racismo. En Bolivia, hay feminismos que prestan más atención a la ecología o a la comunidad.

Mucha gente en el Perú se resiste a usar los términos “enfoque de género” o “perspectiva de género”. La sola palabra “género” asusta, incluso enoja. Más allá del desconocimiento, ¿cuáles son las causas de este fenómeno?

La sociedad peruana está viviendo una transformación muy acelerada, en espacios con mucha vulnerabilidad, donde hay una cultura política de competitividad y de sálvese quien pueda. Aunque eso se pueda manifestar en un miedo o crítica a los estudios de género, lo que hay es una falta de comprensión de lo que está cambiando en la sociedad. Ha habido mucha discusión en torno a la diversidad sexual. Y ese tema sí asusta. Hay una falsa dicotomía entre reconocer que el enfoque de género debe ser parte de la educación escolar y creer que va a formar a sus hijos de una manera distorsionada.

“Género” está corriendo el riesgo de volverse un tabú, como fue “sexualidad” en mi generación. Ocultar la realidad sí me parece un error muy grande que va a tener graves repercusiones si no contribuimos a que gradualmente, con un sentido pedagógico, se introduzcan estos temas en la currícula educativa, también universitaria. Estamos tratando que la Universidad sea más equitativa, menos discriminadora, más inclusiva. Lo he dicho varias veces, considero que un curso sobre género debería ser parte de la formación profesional de todos.

El feminismo ha quedado situado en la Academia y ha perdido espacio político. ¿Cómo explica esta tensión? ¿Cree que es posible aunar ambas plataformas ahora en torno a la causa feminista?

Es una tensión ciudadana. La mayor parte de los individuos no siempre está dispuesta a dar su tiempo. Algunos sociólogos dicen que ahora se calcula mucho el costo-beneficio, como si esto fuera un hecho económico. Algunos sindicalistas plantean hasta qué punto movilizarse cuando se sabe que se va a lograr algo. Yo creo que es una parte, pero no es el caso de quienes se movilizan en torno al feminismo o los derechos de la mujer, porque el objetivo no es un bien tangible. Los derechos pueden ser tangibles, pero hay otros objetivos más, que son culturales, subjetivos. Por eso pienso que el feminismo es más una corriente cultural y que permea la opinión pública, aunque la gente no se llame feminista.

Actualmente la práctica individual se ve favorecida por la debilidad de las organizaciones colectivas y partidos políticos. Hay otras formas de acción colectiva muy efectivas para las nuevas generaciones, como las redes virtuales. Esto se evidenció con #Niunamenos. El rasgo más importante de esa movilización es que fue nacional. Lo que quiere decir que en las ciudades intermedias hay núcleos de mujeres dispuestas a salir como tales o como feministas por sus derechos, y eso es nuevo y muy importante. El cambio no se ve en uno o dos años, sino desde una perspectiva histórica.

En el caso del Perú de los 70, hubo una gran ola de movilización social, de desarrollo de la izquierda y de crecimiento de los primeros núcleos feministas. Fue parte del mismo proceso. Es difícil explicarlo por separado. Ese modelo de transformación estructural tenía en cuenta la situación de la mujer, pero no le daba prioridad, era un tema de segunda línea. Entonces se tuvo que formar grupos como Flora Tristán y Manuela Ramos. Entre ese momento y ahora, el problema es que los partidos en todo el mundo no tienen la solidez que tenían antes y las nuevas generaciones tienen que volver a construir formas políticas. Sí creo que es necesaria una forma política. Ahora, ¿será una en redes?, ¿una en pequeños núcleos? No lo sé, pero sí valoro mucho la movilización ciudadana. Creo que ha sido determinante en los últimos años.

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