Lenguaje, género y sociedad
Un informe de la Real Academia Española critica las guías de lenguaje “no sexista” pues algunas de sus recomendaciones rompen normas gramaticales y dificultan el entendimiento entre sus hablantes. Lingüistas y sociólogos de la PUCP explican sus posturas frente a la relación entre lenguaje, género y sociedad.
Texto:
Jonathan Diez
¿Puede el lenguaje mostrar, a un nivel abstracto, la jerarquía de los sexos? Muchas veces, es difícil comunicarnos sin usar el género masculino para referirnos a ambos sexos. Por ejemplo, es común que un profesor llegue a clase y salude a todos diciendo: “buenas tardes, alumnos”. Lo que quiere, en realidad, es saludar a alumnos y alumnas, hombres y mujeres. Para algunos, el uso del masculino, en este caso, se podría tildar de “sexista” al no hacer “visible” a la mujer. ¿Por qué?
Es innegable admitir que el lenguaje que usamos tiene una carga sexista, esto es más evidente en expresiones diarias, como las que podemos encontrar en las redes sociales, y que son obviamente discriminatorias: “El ajedrez no es juego de damas”. Es decir, expresiones con una marcada perspectiva androcéntrica. Lo complejo del debate radica en que algunas instituciones consideran que es sexista, incluso, algunas construcciones genéricas con artículos determinados en masculino. Por ejemplo, la oración “Todos los estudiantes deben leer para el examen” también sería sexista, al igual que la planteada anteriormente, cuando, en realidad, se refiere a fenómenos distintos. Y es que existe una discusión de fondo del uso de las palabras y cómo estas se relacionan con la inclusión o no de la mujer en la sociedad.
Palabras y sexismo
No hay dudas de que el sexismo es parte muy arraigada de la realidad social del Perú. Y el lenguaje, la manera cómo articulamos las palabras, es parte de este sistema. Lo vemos en titulares de diarios y en la televisión. Sin embargo, ¿es preciso sostener que el idioma español es sexista por el predominio gramatical del género masculino? ¿Puede un idioma ser sexista en sí mismo? ¿O somos los usuarios (véase el masculino) quienes damos cargas discriminatorias al usar de determinada manera las palabras?
Al respecto, el Dr. Jorge Pérez, docente del Departamento de Humanidades, explica que el idioma español es un sistema que debe valerse de generalidades. Para el especialista, decir que el idioma es sexista porque el género masculino es lo “no marcado” (no necesita ser especificado) es mezclar debates de diferentes planos. El profesor sostiene que hay una confusión entre género gramatical y sexo, y basar la argumentación en esta idea es un error.
“El género es una propiedad de la lengua. Cuando hablamos o escribimos, debemos hacer la concordancia de género entre sustantivo y adjetivo porque esta es una propiedad formal de las palabras, pues estas no tienen sexo, sino género. Si no, no se podría hablar. Los sustantivos tienen género gramatical, algunos pueden ser femeninos y masculinos (mesa y escritorio, por ejemplo). Las lenguas funcionan con generalidades y el género es una de ellas. Por eso, en nuestro idioma, usamos el género masculino con dos funciones: para referirnos a sustantivos de dicho género (escritorio, tren) y también como término genérico. Decir que el lenguaje es sexista por el simple hecho de hacer divisiones entre masculino y femenino para los términos es errado”, explica el lingüista.
Entonces, desde este lado de la orilla, la pregunta sería: “¿Por qué, entonces, el género masculino se ha configurado como “lo normal” o genérico en el tiempo en vez del femenino?”. El profesor Pérez responde que la configuración de un idioma responde a cambios históricos, y que el idioma es un fenómeno vivo, que cambia y se adapta a las diferentes sociedades. “La Real Academia Española (RAE) realizó un trabajo monumental para entender cómo hablan las 400 millones de personas que hablan español en El Salvador, Nicaragua, Argentina, etc. Este estudio no te dice ‘así se debe hablar’, sino ‘cómo se habla’ en diferentes lugares donde la lengua castellana predomina”, explica el docente. Así, no es lo masculino lo único ‘no marcado’ en el idioma. Lo mismo sucede con número y tiempo: el singular puede incluir al plural (ejemplo: “el perro es el mejor amigo del hombre”. Esta expresión se refiere a perros y perras en plural), y el presente puede incluir al pasado y al futuro (ejemplo: “Mañana no hay taller” significa “Mañana no habrá taller”).
Género y lenguaje
Desde la perspectiva de género, la situación cambia. En España, diversas instituciones –universidades, entre ellas– publicaron las guías en cuestión de lenguaje “no sexista” y se enfrentaron a la RAE acusándola de sexista, y de propiciar un uso del lenguaje androcéntrico y que discrimina a la mujer al no visibilizarla. Esto en el contexto de una lucha mundial por reconocer los derechos de grupos minoritarios y la proliferación del llamado lenguaje políticamente correcto. En el Perú, ya se habla de lenguaje inclusivo.
Aquí, entramos en el plano de las construcciones y representaciones, y cómo estas se relacionan con la manera que usamos las palabras. La Dra. Patricia Ruiz Bravo, docente del Departamento de Ciencias Sociales, opina, desde este ángulo, que el lenguaje debe representar lo que existe y si lo femenino no va a estar representado en la manera de comunicarse, pues va a estar ausente, subrepresentado e invisibilizado.
“El tema no es si el lenguaje es sexista o no como sistema. La perspectiva es otra: el lenguaje nombra procesos, califica situaciones. Si al momento de nombrar, el sistema está estructurado para dejar fuera a un grupo, este está subrepresentando. Claro, el idioma no es sexista en ese sentido, no tiene esa autoría para serlo, pero sí tiene la capacidad de nombrar y no nombrar, de visibilizar. El lenguaje te dice lo que existe y si se obvia a la mujer es como si no existiera. Por ejemplo, cuando decimos la palabra ‘presidente’ nos imaginamos automáticamente un hombre y no una mujer”, sostiene.
Lo que plantea Ruiz Bravo es que el lenguaje (las palabras, en el fondo) es una herramienta simbólica del sistema de género que opera en el Perú, y que reproduce la discriminación y desigualdad respecto de hombres y mujeres. “Si una sociedad tiene un sistema de género que discrimina, el lenguaje es parte de él indefectiblemente. El lenguaje crea femineidades y masculinidades. Es común ver en colegios en zonas rurales cuando un profesor utiliza, vinculado a lo masculino, adjetivos como ‘fuerte’, ‘aguerrido’, ‘audaz’; y cuando se refiere a lo femenino: ‘dulce’, ‘cuidadosa’, ‘maternal’. El uso social del lenguaje prioriza ciertas características, y reproduce un sistema de género binario y discriminador”, reflexiona la socióloga.
Lenguaje y poder
En el Perú, el tema se inserta en el contexto de políticas de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. La Dra. Fanni Muñoz, socióloga y directora de nuestra Maestría en Estudios de Género, desde una perspectiva política, sostiene que lo fundamental para luchar contra el sistema de género es implantar políticas de igualdad de oportunidades desde el centro del Estado. La profesora opina que las guías normativas de lenguaje inclusivo sí podrían funcionar, pero deben estar dentro de un marco de políticas de género como categoría ontológica, en términos de ver de otra manera la realidad, de aclarar bien lo que se entiende por género.
“Los cambios gramaticales no van a cambiar la sociedad, necesariamente. El problema es más profundo. Hay que entender el lenguaje como práctica social y su vínculo con el poder. La discusión se ubica aquí, y parece que algunos no entienden la diferencia entre lenguaje y lengua hablada. El lenguaje representa al otro en la vida cotidiana y esta representación tiene una carga simbólica muy fuerte. Entender las políticas de género desde la jerarquía de poder entre hombres y mujeres, en una relación de subordinación que se expresa en el lenguaje, es un primer paso. Cuando hablamos de lenguaje, hablamos de poder. Hay que entender el lenguaje desde una perspectiva de género y no solo desde el plano normativo gramatical”, argumenta la docente.
Tenemos, pues, un debate en el que palabras ‘inclusión’ y ‘sociedad’ son parte de un sistema de género históricamente androcéntrico. Es positivo abrir el debate sobre el tema desde un enfoque interdisciplinario: la lingüística y los estudios de género. Al final, somos los hablantes quienes decidimos cómo expresarnos y de eso depende el devenir del sexismo en el lenguaje: de cambiar nuestra perspectiva cultural de las relaciones de poder, más allá de normas y reglas que se quedan en lo superficial. Parafraseando al filósofo Ludwig Wittgenstein: los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
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La posición de la RAE
El lingüista y profesor de la Universidad Complutense de Madrid (España) Ignacio Bosque escribió un artículo, en representación de la Real Academia Española, -suscrito por 26 miembros de la Academia-, titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”. En este se sostiene que, si bien existen y son reales algunos usos verbales sexistas, las guías de lenguaje “no sexista” que han publicado diversas instituciones, como municipios, universidades, institutos, etc., obvian que no puede haber discriminación pues “no hay correspondencia entre género gramatical y sexo”. Argumenta el texto que estas guías caen en lo absurdo y que es imposible cambiar la manera de hablar de cientos de millones de personas.
Según Bosque, no se pueden modificar los cánones más tradicionales del idioma, por más que sea muy probable que la perspectiva androcéntrica occidental haya influenciado en la manera que hablamos y escribimos. Desde este ángulo, Pedro Álvarez Miranda, catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid (España) y miembro de la RAE, pone un ejemplo: si una persona tiene tres hijos y dos hijas, una persona dirá que tiene cinco hijos. No dirá que tiene cinco hijos o hijas, ni cinco hijas e hijos, ni cinco hijas / hijos. Según estas guías, el hombre tendría que decir: “Mi descendencia la forman cinco unidades”. Y nadie habla así, según el especialista.
El texto cuestiona estas nuevas guías y arguye que su conclusión es “injustificada e insostenible” por una razón central: “suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían ‘la visibilidad de la mujer’”. Es decir, para la RAE hay una contradicción entre lo que sería el lenguaje “no sexista” que plantean estas guías y las formas estructurales de nuestro idioma.
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