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Informe PuntoEdu sobre obsolescencia programada

¿Se malogró tu celular un año después de comprarlo? Puede deberse a la obsolescencia programada, una práctica que reduce intencionalmente la vida útil de un producto para que el consumidor tenga que adquirir uno nuevo. Nuestros especialistas analizan cuáles son los impactos que genera y qué alternativas tiene.

Desde hace 117 años, el mismo foco alumbra una estación de bomberos en la ciudad de Livermore, Estados Unidos. Su increíble longevidad llama la atención en una época en que las modernas bombillas LED funcionan en promedio 10,000 horas, las computadoras son útiles por tres años, las cámaras fotográficas brindan 100 mil disparos y el smartphone se renueva cada año.

Si actualmente disponemos de grandes avances tecnológicos, ¿por qué los electrodomésticos y dispositivos electrónicos duran poco tiempo? Por lo general, se cree que es por un uso inapropiado por parte del usuario, pero muchas veces la respuesta está en la obsolescencia programada.

Muerte planeada

El concepto de obsolescencia programada se refiere a la reducción de la vida útil de un producto de manera intencionada por parte de sus fabricantes. La finalidad es que el consumidor se vea forzado a comprar un aparato nuevo.

“Las empresas se aseguran de que haya una renovación de sus productos, pues estos ya no funcionan correctamente o no cuentan con un soporte adecuado”, señala Jorge Benavides, ingeniero electrónico e investigador del Grupo IoT–PUCP. De esta manera, el objetivo de la industria cambia. “Ahora no se busca crear el mejor dispositivo electrónico posible, sino generar necesidad en los consumidores”, asegura el ingeniero de software e investigador del Grupo Avatar, Francisco Pariona. El Dr. César Beltrán, coordinador del Grupo de Inteligencia Artificial–PUCP, también considera que la duración está planificada. “Creo que las compañías sí limitan sus equipos a un determinado tiempo de vida”, señala.

Los inicios de esta práctica se remontan a cuando la producción en masa florecía, pero existía la duda sobre si los consumidores podrían seguirle el ritmo. ¿Qué pasaría cuando todos tengan todo? Para prevenir la escasez de compradores, el cártel Phoebus –donde se juntaron un grupo de empresas, entre ellas Philips y General Electric– previó acortar la vida útil del foco, que pasó de funcionar 2,500 horas a solo 1,000. La obsolescencia programada ganó adeptos durante la gran depresión norteamericana, pues se vio como una forma viable de salir de la crisis.

Uno de los primeros en denunciar esta práctica fue el periodista Vance Packard. En su libro The Waste Makers, clasifica a la obsolescencia programada en tres tipos: por función, que implica que un producto se desecha al aparecer uno nuevo que cumple mejor su papel; por calidad, que ocurre cuando el aparato se descompone después de cierto tiempo debido a un mecanismo puesto a propósito por sus fabricantes; y por deseo, el cual se refiere a la moda. “A pesar de que el producto se encuentra en buenas condiciones y cumple su funcionalidad, los fabricantes y medios de comunicación te hacen pensar que no es lo que deberías tener en ese momento”, acota Pariona.

La obsolescencia programada se utilizó a lo largo del siglo XX y se mantuvo como un secreto a voces. Recién en el nuevo milenio se generó un debate interesante sobre el tema. En el 2003, un grupo de usuarios le ganó a Apple un juicio por no ofrecer baterías de recambio para los iPods. La empresa creada por Steve Jobs también ha tenido, en los últimos meses, aproximadamente 60 demandas a nivel mundial por ralentizar los iPhones de modelos antiguos. Por su parte, desde el 2014, se impuso en Francia multas de € 300,000 y 2 años de cárcel para aquellos fabricantes que programen la muerte de sus productos y, el año pasado, el Parlamento Europeo aprobó un informe donde insta a la Comisión Europea a adoptar medidas para prolongar la duración de los electrodomésticos.

¿Un mal necesario?

Se podría argumentar que sin la obsolescencia programada, la economía, simplemente, se desplomaría. “Poniéndonos de abogados del diablo, esta práctica de reducción de la vida útil de los productos era considerada una estrategia válida en el mercado para mantener los procesos de crecimiento”, señala la Dra. Marta Tostes, docente del Departamento de Ciencias de la Gestión.

Los defensores de esta práctica sostienen que sin ella disminuiría el empleo en la industria. Para el Ing. Jorge Benavides, se debe tomar en cuenta que las empresas se orientan a obtener resultados trimestrales. “Como los consumidores son finitos, buscan forzar que renueven sus equipos con más frecuencia”, señala.

Por el lado tecnológico, hay un sector que piensa que la disminución de la rentabilidad de las empresas disminuiría los fondos para invertir en I + D. “Si se requieren productos de manera más rápida, va a haber más investigaciones y esto da pie a que se realicen descubrimientos”, señala Pariona. El círculo se completa cuando los resultados obtenidos buscan ser rentabilizados. “Las compañías quieren que su inversión en investigación genere ganancias, lo cual significa que, en un par de años, la nueva tecnología desarrollada ya tiene que estar en el mercado y desplazar a la antigua”, explica el Dr. Iván Sipiran, miembro del Grupo Inteligencia Artificial–PUCP.

Cabe preguntarse si la obsolescencia es un mal necesario. La Mg. Fátima Toche, egresada de Derecho de la PUCP, tiene una postura clara: “Es una estrategia comercial que incentiva el consumo”. Para el Dr. Sipiran, es difícil que se logre regular en un futuro cercano la obsolescencia programada: “Estamos en el boom de la tecnología, la cual cambia rápidamente en muy poco tiempo y las empresas enfocan sus ganancias en la venta de equipos”, reflexiona.

Una de las soluciones a esta práctica es diversificar la oferta. Eso significa que las empresas no se limiten solo al hardware sino que se enfoquen en el servicio. “Se tendría que asegurar tanto al consumidor que ha comprado un equipo hace un mes como al que lo adquirió el año pasado que tendrán el mismo nivel de funcionalidad”, comenta Benavides. Un ejemplo es Amazon, que ofrece un hardware duradero y barato, pues su negocio radica en vender a través de él.

Actualmente, cuando un equipo se malogra, es difícil repararlo. Al final, la opción más viable es cambiarlo por uno nuevo. En vista de ello, otra alternativa para disminuir la obsolescencia programada es que las empresas ofrezcan un soporte de mantenimiento de calidad, que te asegure poder arreglar los desperfectos de aquello que adquiriste.

Por su parte, en el 2017, el Parlamento Europeo brindó recomendaciones para terminar con la obsolescencia programada. Entre ellas se encontraba instar a la Comisión Europea a que tome medidas que garanticen a los consumidores productos de calidad, así como incentivos fiscales en la producción de artículos duraderos y reparables, y el fomento de un mercado de segunda mano que genere empleo y disminuya el desperdicio electrónico. Otra interesante propuesta es crear una etiqueta que indique cuánto dura un producto y qué posibilidades tiene de ser reparado.

Defensa del consumidor

Mientras que en países como Francia, España, Estados Unidos, Brasil y Finlandia ya han existido denuncias contra compañías por el uso indiscriminado de obsolescencia programada, en Perú aún no se conoce un reclamo ciudadano al respecto. “Si ni siquiera tenemos la consigna de la tecnología como motor de desarrollo del país, difícilmente nos interesaremos por la protección al consumidor en este tema”, dice Benavides.

“Hasta donde tengo conocimiento, no existe ningún proyecto de ley en nuestro país que trate específicamente sobre la obsolescencia programada”, manifiesta Fátima Toche. La abogada hace énfasis en que este problema está en cierta medida cubierto por el Decreto Legislativo 1044, el cual regula la publicidad para la venta de productos. Allí se señala que las empresas no pueden mentir ni inducir al error a los consumidores sobre características, atributos y aptitudes de sus bienes o servicios. “Si las empresas incorporan adrede mecanismos para hacer obsoletos los equipos en un tiempo determinado sin informar al consumidor, estarían yendo en contra del principio de veracidad y podrían ser denunciados ante Indecopi”, agrega.

Se podría pensar que es responsabilidad del comprador informarse antes de adquirir un producto. “El consumidor está en desigualdad de condiciones y no tiene por qué tener el conocimiento técnico”, acota Toche. En ese sentido, es Indecopi el que debe asumir el importante rol de fiscalizar que los proveedores de bienes y servicios expliquen con claridad las características de sus productos.

Francisco Pariona, investigador del Grupo Avatar, propone una solución: “Podría indicarse porcentualmente cuánto ha mejorado la última versión de un gadget respecto del anterior, a fin de que el consumidor evalúe si vale la pena adquirirlo”. Además, añade que las legislaciones nacen cuando hay precedentes, por lo cual el primer paso es que los mismos consumidores exijan transparencia por parte de las empresas.

Caducidad ambiental

La obsolescencia programada no solo consume el dinero de los usuarios, sino también los recursos naturales. El proceso de compra y posterior desecho de los dispositivos electrónicos generan una gran contaminación. Según el estudio “The Global E-waste Monitor 2017”, elaborado por la Universidad de las Naciones Unidas, que pertenece a la ONU, en el 2016 fueron descartados, a nivel global, 44.7 millones de toneladas métricas de aparatos. En ese informe se señala que en el Perú producimos 5.8 kilos de basura electrónica por habitante y 182 mil toneladas en conjunto.

“Considero que debe regularse la obsolescencia programada desde el derecho ambiental, pues implica la responsabilidad social del país y las empresas con el medio ambiente”, dice la Mg. Fátima Toche. Una medida urgente es reciclar los aparatos, que, según el citado informe de las Naciones Unidas, se realizó adecuadamente solo en un 20% alrededor del mundo. “Las mismas compañías telefónicas deberían tener políticas para el recojo de celulares e incentivar a los usuarios a hacerlo, por ejemplo otorgándoles un bono especial en su plan”, señala el Dr. César Beltrán como una alternativa.

Para la Dra. Tostes, una de las razones principales de esta contaminación es el predominio de la economía lineal, que se caracteriza por producir, vender, consumir y finalmente desechar. “Se debe virar a una economía circular, que implica entender que mis residuos moverán procesos productivos futuros”, señala.

Abordar el tema de la obsolescencia programada no es solo importante para el consumidor actual, sino también implica tener responsabilidad con las generaciones futuras respecto a la contaminación generada. Es necesario abordarla antes de que nuestro mundo también quede obsoleto.

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