El cine no es un oficio para débiles. Ni para distraídos. Cada detalle en el proceso de realización de una película cuenta y mucho. Desde la elección de actores, el guion, las locaciones, la dirección de arte, la fotografía, pasando por la edición final, hasta la promoción de la cinta. Esto lo saben muy bien todos aquellos que están dentro del negocio cinematográfico. Pero también saben que el éxito, alcanzar la gloria, no depende solo de ellos, sino también del público, del visto bueno de la gran audiencia. Alfred Hitchcock ya lo había dicho alguna vez con sabiduría: “Para mí, el cine son cuatrocientas butacas que llenar”. Y no puede ser de otra manera.

Sin el público, el cine no tiene razón de ser. No existe, simplemente. En el país se viene discutiendo, desde hace un tiempo, la posibilidad de un auge del cine nacional, de un momento nuevo y positivo para los cineastas peruanos. Algunas cintas en el 2013 y en este año, por ejemplo, han logrado lo que normalmente solo conseguían películas como Spiderman, Transformers o El Señor de los anillos, los llamados blockbuster de Hollywood: convocar grandes cantidades de espectadores. Las cifras, en ese sentido, han sido claras: a la película ¡Asu mare!, del cómico Carlos Alcántara, asistieron 3 millones de personas; a Cementerio General, de Dorian Fernández-Moris, 727 mil; y, a El Vientre, de Daniel Rodríguez, 215 mil.

¡215 mil!, ¡727 mil!, ¡3 millones! ¿De dónde salió tanto público interesado en el cine peruano? Tal vez, valdría la pena hacerse una pregunta: ¿cómo entender este singular auge si, en teoría, no somos un país significativamente cinéfilo? Algunos especialistas y críticos han afirmado que nuestro cine aún está en pleno crecimiento, es una suerte de industria que todavía está en construcción. Mientras que otros, en cambio, se empeñan en afirmar que se vive actualmente un boom en lo que se refiere a producción de filmes peruanos, vale aclarar. Pero la verdad es que nuestro cine tiene diferentes matices, dimensiones, y su situación no puede entenderse a partir de uno, dos o tres taquillazos.

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