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"En esta casa de estudios, aprendí a escuchar, a dialogar, a soñar"

  • Carmen Rosa Coloma
    Docente del Departamento de Educación PUCP

*Discurso de la doctora Carmen Rosa Coloma, docente del Departamento de Educación PUCP, con motivo de la ceremonia “Maestros y maestras, toda la vida”, evento donde se brinda homenaje y reconocimiento público a los docentes de nuestra Universidad que pasan a la condición de jubilados.

Con mucha emoción asisto a esta ceremonia. A esta fase que -por más que queramos ser positivos, quitarle trascendencia, y huir de la retórica y de la emotividad- representa el tránsito a una etapa diferente en nuestras vidas que se presta al balance y a la reflexión.

Sin duda, me ayuda a reflexionar sobre el tiempo vivido en esta casa de estudios, mi casa de estudios, mi espacio de desenvolvimiento profesional.

Es una reflexión que apela a la memoria y a la historia para dejar constancia y testimonio de un trayecto como docente y de mi agradecimiento sincero a todos los que lo han hecho posible. Muy especialmente a los alumnos con los que tuve el gusto y placer de interactuar como mediadora de conocimientos, de experiencias y de saberes. Al personal administrativo que me acompañó en las diferentes actividades como autoridad académica y como docente. A mis colegas de los diferentes departamentos académicos y facultades, y en particular a la Facultad de Educación.

¿Cómo encontrar las palabras justas para expresar mi gratitud y mi reconocimiento?

Si a los 39 años como profesora ordinaria, sumamos mi época de estudiante y de profesora contratada, son 47 años de vida en la Universidad. Desde mi primer día de labores en la PUCP, mi vida se ordenó en torno a ella, sin tomar en cuenta que, un día, esta casa de estudios nos invitaría a partir. Y ese día ha llegado.

«Hoy estoy despidiéndome de vosotros sabiendo que he conseguido mucho. Primero, aprendí las habilidades profesionales necesarias para mi trabajo gracias, en gran medida, a los consejos y ayuda de quienes fueron mis maestros. Aprendí también a trabajar en equipo, y a respetar y aceptar otros puntos de vista. La vida profesional que he compartido con vosotros ha estado llena de humanidad y eso lo debo a la Universidad».

Mirando hacia atrás, recuerdo empezar a trabajar llena de ilusión y con ganas de aprender, esperando encontrar un ambiente de trabajo estupendo, perteneciendo a un equipo unido y dentro de una gran institución.

Hoy estoy despidiéndome de vosotros sabiendo que he conseguido mucho. Primero, aprendí las habilidades profesionales necesarias para mi trabajo gracias, en gran medida, a los consejos y ayuda de quienes fueron mis maestros. Aprendí también a trabajar en equipo, y a respetar y aceptar otros puntos de vista. La vida profesional que he compartido con vosotros ha estado llena de humanidad y eso lo debo a la Universidad.

En este momento, lo que más valoro es vuestra ayuda en mi crecimiento personal. Me habéis enseñado a superar las dificultades de los tiempos difíciles y a compartir las alegrías de los momentos felices. Hemos compartido tantas experiencias que he sentido que pertenecía a una familia profesional. 

Ha sido un largo periodo y un privilegio tener oportunidades de aprendizaje con profesionales de primer nivel de diversas disciplinas. Algunos, inicialmente, fueron mis profesores y luego mis compañeros con quienes compartí, intercambié inquietudes, dudas, información, expectativas y proyectos. En estos espacios, aprendimos a conocernos mejor y a trabajar juntos.

Aquí aprendí que la búsqueda del bien común se plasma en un logro al ver a mis antiguos alumnos desempeñarse profesionalmente, imbuidos en valores que esta casa de estudios nos transmitió. Aprendí que el compromiso por el desarrollo de nuestro país no solo pasa por ejercer nuestro rol docente a cabalidad sino también en participar activamente en los diferentes espacios de intercambio con el sector público. Aprendí que la defensa de los derechos humanos y el ejercicio de deberes convergen en nuestras aulas, en nuestro ejercicio laboral y profesional. Asimismo, aquí aprendí que la protección de deberes y derechos de la mujer y de los niños se basan en un acercamiento a su naturaleza particular desde las diferentes disciplinas; y que el reconocimiento de la diversidad cultural parte del reconocimiento de nuestra identidad, de la valoración de lo que somos, de lo que creemos.

Aprendí todo esto en mi casa de estudios, en el contacto con especialistas de primer nivel de diversas disciplinas, como derecho, filosofía, sociología, ingeniería, economía, gestión, con quienes comparto, una vez más, este momento. Sin duda, aprendí a escuchar, a dialogar, a soñar.

«Aquí aprendí que la búsqueda del bien común se plasma en un logro al ver a mis antiguos alumnos desempeñarse profesionalmente, imbuidos en valores que esta casa de estudios nos transmitió; y que el compromiso por el desarrollo de nuestro país no solo pasa por ejercer nuestro rol docente a cabalidad, sino también en participar activamente en los diferentes espacios de intercambio con el sector público».

Ha sido un placer asumir cargos de diversa responsabilidad en gestión. Desde la Secretaría Académica, pasando por la jefatura de departamento, coordinación de maestrías, hasta el decanato en diferentes periodos. Hemos atravesado momentos, a veces difíciles, de la vida en colectividad en los que hemos “fabricado” numerosos recuerdos. El trabajo del día a día ha sido, es y será una fuente de aprendizaje.

Así que, con palabras simples, con un texto lleno de sinceridad, les digo que estoy muy agradecida.

Extiendo mi agradecimiento y mi afecto más sincero a todos los compañeros de los distintos departamentos, a los miembros de la PUCP, y a los equipos de gobierno que se han sucedido en estos años y han hecho que me sienta siempre en mi casa, dándome muestras, en todo momento, de una amistad y cordialidad ilimitada.

Estamos en una época compleja, donde la posmodernidad habría de suponer, en sus aspectos más negativos, “un vacío ideológico que sería el causante, entre otros, del individualismo hedonista y su corolario de consumo compulsivo, de necesidad de goce inmediato, de triunfo de lo efímero y lo provisional, así como de lo virtual sobre lo real”.

Hoy, en un mundo cada vez más globalizado, la ortodoxia política que lo rige se fundamenta en la innovación, la competitividad, la productividad y el mercado. La educación, lo estamos viendo, no escapa a estos imperativos y las consecuencias no siempre son tan beneficiosas como cabría esperar. Lo estamos constatando en la escuela pública, en diversas instituciones educativas, en los diferentes niveles, donde la aplicación de rígidos criterios de productividad, amparados en la crisis económica, está en el origen de la pérdida de muchos de sus valores y hacen peligrar su identidad.

En este complejo contexto, tenemos que pensar el rumbo de la educación, ¿A dónde va la escuela? ¿A dónde va la universidad? ¿Qué queda de la escuela como principio de igualdad, de ciudadanía y de valores democráticos en una vida comunitaria? ¿Cómo debe actuar la universidad frente a los vacíos generados en la escuela desde la docencia, la investigación y el vínculo con el entorno?

Vivimos, pues, en una nueva era, posmoderna o hipermoderna, muy diferente de la de nuestros comienzos esperanzadores como docentes, inmersos en el nuevo orden mundial del neoliberalismo, del neocapitalismo y de la globalización, que es su consecuencia más inmediata.

Globalización, simulacro, espectáculo, realidad virtual, individualismo, consumismo y hedonismo. Estos son algunos de los conceptos básicos que rigen nuestra sociedad, y que modulan las conciencias y los espíritus de muchos de nuestros estudiantes en los diferentes niveles de la educación. Luchar contra ello es posible a través de valores como igualdad, respeto, ciudadanía, solidaridad, democracia, inclusión, integración e interculturalidad. Valores que solo son factibles a través de buenas prácticas educativas y de proyectos ilusionantes que las altas instancias exigen, como buenos regidores hipermodernos: altos niveles de competitividad, de rentabilidad, de impacto y de excelencia. Palabras, todas ellas, altisonantes, abstractas, espectaculares en espacios educativos desfavorecidos.

«Es esta casa de estudios, he conocido a mucha gente que, en el compromiso con su labor (docente y administrativa), lucha a diario por que lo virtual no contradiga lo real, por que educación y didáctica hagan de la necesidad virtud y por que el pensamiento global sirva para impulsar las buenas prácticas de la acción local. Compañeros y compañeras que me hacen creer que no todo está perdido».

Es esta casa de estudios, he conocido a mucha gente que, en el compromiso con su labor (docente y administrativa), lucha a diario por que lo virtual no contradiga lo real, por que educación y didáctica hagan de la necesidad virtud y por que el pensamiento global sirva para impulsar las buenas prácticas de la acción local. Compañeros y compañeras que me hacen creer que no todo está perdido. Tenemos que reflexionar y lograr una forma eficaz y profunda de abordar la realidad, que proceda con orden, precisión, sutileza, con capacidad de relacionar diversos temas entre sí y llegar a conclusiones óptimas que hagan más fácil la vida o bien nos sirva para ayudar a los demás.

El docente es el corazón del sistema educativo, es este nivel educativo el que permite a los individuos expandir sus conocimientos y habilidades, también favorece su comunicación tanto oral como escrita. Es en la universidad donde las personas logran ser capaces de entender y dominar conceptos e ideas abstractas e incrementan su comprensión sobre sus comunidades y el mundo.

Es la educación superior la que dota a las y los estudiantes de las competencias que se requieren en un mundo laboral en constante evolución. Además, resalta que, para aquellos estudiantes que se encuentran en una situación vulnerable, la educación superior les permite aspirar a una seguridad económica y a un futuro estable. Información que corrobora la ONU, pues los estudios demuestran que los egresados de universidades tienen “una vida útil más prolongada, un mejor acceso a servicios sanitarios, mejores prácticas alimentarias y de salud, más estabilidad y seguridad económica, más empleo estable y satisfacción laboral”.

Considerando la importancia de este nivel, queda por sentado el valor del docente universitario y es posible imaginarse las exigencias al mismo. Bien lo dice Esteban Venegas: “ser profesor es una responsabilidad enorme”. Además de las funciones tradicionales del profesor universitario (la docencia, investigación y gestión), los docentes de educación superior deben dominar al menos cinco tipos de conocimientos para realizar satisfactoriamente sus funciones: el conocimiento científico especializado, el conocimiento cultural, el conocimiento psicopedagógico, el conocimiento de la práctica docente y el conocimiento personal sobre sí mismo. Esto requiere, además, de una formación adecuada y de otras habilidades, como aptitudes pedagógicas, creatividad, vocación, conciencia de su responsabilidad social y rasgos específicos de personalidad (paciencia, tolerancia, flexibilidad, sentido del humor, entre otros).

Por ello, las universidades son espacios donde no solo se estudia una carrera y se consigue un título que quizás abra la puerta de la empleabilidad, sino donde la persona se forma a conciencia para vivir una vida en plenitud, para servir así a toda la sociedad actuando como referente de estabilidad ética y social (Campbell, 2014).

Se trata de formar universitarios que, con independencia de sus carreras, tengan una mente abierta y flexible, y sean capaces de  adentrarse con todo rigor en los temas de estudio como en los asuntos más sencillos de sus vidas cotidianas.

Una persona así formada será lo que Taleb califica como alguien «antifrágil» (2013). Un ciudadano que, ni siquiera en el momento de crisis mundial como el que nos hallamos, le tiene miedo a la incertidumbre de la vida y a lo que el destino le pueda deparar. Tampoco teme a la reflexión ni a la búsqueda de la verdad ahí donde se encuentre. En tal sentido, el exceso de especialización educativa, como señala Newman (2009), estrecha la mente sometiéndose a unos cuantos referentes técnicos, perdiendo de vista la plenitud de la realidad y de la ciencia estudiada.

Por eso, uno de los objetivos de la educación consiste en formar la inteligencia humana en una sensibilidad y gran apertura que le otorgue distancia, y señorío intelectual y afectivo para no amarrarse a ideas preconcebidas ni a prejuicios. Reconociendo que ambas áreas, la técnica y la humanística, facilitan una mejor comprensión de las problemáticas de fondo que rodean a la realidad social (Rumayor, 2019).

«La universidad es una comunidad humana en sentido pleno. No solo debido a que las personas estamos en continuo aprendizaje, sino porque necesitamos a los demás para que nos ayuden a crecer en virtudes, a desarrollar nuestra capacidad de conocer y amar».

La universidad es una comunidad humana en sentido pleno. No solo debido a que las personas estamos en continuo aprendizaje, sino porque necesitamos a los demás para que nos ayuden a crecer en virtudes, a desarrollar nuestra capacidad de conocer y amar.

Es necesaria una visión comunitaria que lleve a los docentes a compartir sus trabajos e investigaciones, propiciar el desarrollo de la interdisciplinariedad y al crecimiento de las ciencias, y al establecimiento de lazos de amistad entre ellos y con sus alumnos.

Por eso, lo que mejor puede ofrecer un universitario a la sociedad es aquello que más perdura en el tiempo, y trasciende la propia vida y la de otros. No es un programa de intervención en una comunidad concreta durante el transcurso de sus estudios, sino una formación intelectual y humana muy sólida, difícil de obtener en otro lugar que no sea la universidad y que aportará valor a la sociedad en todo su conjunto.

La primera tarea de un universitario, aunque no sea la única, es el estudio intenso de un conjunto de ciencias, de conversaciones y polémicas intelectuales con sus profesores y compañeros, y la lectura reposada de muchos libros para alcanzar una enorme expansión de la mente, haciendo así crecer las facultades intelectuales al máximo de sus posibilidades. 

Un intelecto educado, que se ha formado moralmente y ha alcanzado un carácter, tiene un impacto en la vida de la sociedad mayor que cualquier acción física que pueda hacer en beneficio de los otros. Así, la persona estará contribuyendo activa y de modo constante a la transformación del bien común en todo su conjunto, como un sistema en el que todo tendrá que ver con la búsqueda del bien, la verdad y la belleza.

Puede que hoy todo tenga que adaptarse y ser visto bajo otra óptica, considerando aspectos que cualquier universitario puede mejorar como leer mucho, organizar mejor el acceso a las redes sociales, calibrar más los propios hábitos de estudio, de reflexión y descanso. Junto a ello sería necesario promover conversaciones y tertulias sobre temas de actualidad y de tipo intelectual, evitar la dispersión y las pérdidas de tiempo en tareas vacías o charlas frívolas, mejorar la atención en los estudiantes y dedicar tiempo abundante, no solo de calidad, a la vida familiar y a los amigos.

Hoy todavía no sabemos, y está por demostrarse, si con el predominio de este «espacio virtual», propio de las universidades a distancia y que hemos tenido que aprender a usar a toda prisa durante el confinamiento, se alcance una similar eficiencia formativa que en las universidades tradicionales. Lo que sí parece claro es que es importante que exista un lugar agradable y motivador.  

«Hay que tener esperanza, ya que todavía existen los que se sienten parte de una comunidad en la búsqueda de la verdad y la excelencia de la mente. Estos profesionales son los enamorados de su ciencia y tratan de motivar a sus alumnos cuando enseñan».

Hay que tener esperanza, ya que todavía existen los que se sienten parte de una comunidad en la búsqueda de la verdad y la excelencia de la mente. Estos profesionales son los enamorados de su ciencia y tratan de motivar a sus alumnos cuando enseñan.

Actualmente, podemos advertir una visión de la universidad instrumentalizada. Es decir, útil para lograr otros fines que no apelan a lo más hondo de la persona humana, sino a su capacidad de hacer, como homo faber más que como homo sapiens. La universidad orientada a la producción de mano de obra alimenta lo que la pedagogía crítica ha denominado cultura empresarial, que está destinada al «surgimiento de trabajadores dóciles, consumidores apolíticos y ciudadanos pasivos» (Giroux, 2001, p. 47).

Así encontramos que muchos afirman que la universidad será apta si prepara a las personas para los negocios o para brindar competencias técnicas y profesionales. Pero es poco habitual que se la considere como un ámbito en el que se busca formar, transformar a la persona desde una perspectiva integral con una visión humanista.

Es necesario enfatizar, como señala Polo y Martínez (2018), que los jóvenes que pasan por la universidad se han de convertir en universitarios. Y ser universitario es «incrementar el saber»: buscar la verdad y comprometerse con ella.

Si la universidad tiene que cumplir una función social y tiene que hacerlo gallardamente, ese aporte tiene que ser interdisciplinario. El que adquiere el espíritu universitario no lo pierde jamás, no piensa que estudiar es un almacenaje de datos; sino que es algo más vital, es crecer en saber. De este modo, la universidad será capaz de intervenir en el mundo en el que vive, buscando la verdad y procurando el bien para ser agente de cambio social.

«El que adquiere el espíritu universitario no lo pierde jamás, no piensa que estudiar es un almacenaje de datos; sino que es algo más vital, es crecer en saber. De este modo, la universidad será capaz de intervenir en el mundo en el que vive buscando la verdad y procurando el bien para ser agente de cambio social».

Los universitarios pueden adquirir, con la formación integral, las claves para generar un desarrollo de la sociedad, en el que consideremos en nuestros procesos de decisión y de gestión las implicaciones de nuestras acciones, también pensando en el «mundo que viviremos» y que toda acción tiene un trasfondo moral.

No hay acciones ni contextos de la vida humana que sean moralmente neutros. Un mundo sostenible es aquel en el que sus ciudadanos han crecido en virtudes, y estas los conducen a saberse protagonistas –con su trabajo, con su hacer– del logro de una sociedad más justa (principalmente en términos de justicia distributiva) y más solidaria. Así cada persona podrá desarrollar una vida digna de ser vivida.

Es vital para la Universidad la formación de la persona humana en una visión del mundo que le proporcione los elementos intelectuales para lograr esa cosmovisión. Por ello, la PUCP tiene el fin irrenunciable de cultivar y proponer hacia afuera ciertos valores que le son propios. Su misión hoy es humanizar al mundo desde la verdad, el bien y la belleza, como señala Gardner.

De hecho, ello nos permite considerar que la formación humanista se encuentra entre los fines intrínsecos de nuestra Universidad.

Considerando que ahora ha llegado el momento de retirarme. Es con palabras simples y con toda sinceridad que expreso que estoy muy agradecida, de corazón, por los buenos momentos que hemos vivido juntos en este segundo hogar; y espero que sigamos disfrutando de todo lo realizado.

He tenido la suerte de crear lazos con ustedes que van más allá de las relaciones profesionales y espero que perduren en el futuro.

Hasta siempre.

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