Una despensa selecta: la biodiversidad y los productos orgánicos
En el contexto de las celebraciones por el Día Mundial de la Alimentación, Juan Alberto Gonzales reflexiona sobre el valor de los productos orgánicos y la biodiversidad en el Perú.
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Juan Alberto Gonzales
En los últimos años han crecido los negocios agroindustriales en nuestro país, sobre todo los denominados de «cultivos orgánicos». Se definen así a los cultivos cuya producción es natural: sin aditivos químicos, ni otra sustancia que contenga material sintético. Los productos orgánicos tienen una alta demanda en diversos mercados mundiales, en los cuales se encuentra inserta la noción de la alimentación sana (healthy food). En su búsqueda, no se escatima en pagar altos precios (en especial si se han seguido criterios ambientales y sociales para su producción), en comparación con productos que no cumplen con las regulaciones indicadas.
Pese a este crecimiento, no todos esos productos (producidos a escala considerable en Perú) pueden ser vendidos a mercados extranjeros. Entre las razones tenemos la falta de capital, de organización entre los productores, de mercado, o falta de tecnología para envasarlos y transportarlos según las especificaciones internacionales. Quienes han podido ver esta oportunidad como nicho para desarrollo de mercado local ya desarrollan la oferta de canastas orgánicas tanto de hortalizas, huevos, lácteos, café, hasta mermeladas e infusiones aromáticas y hierbas con propiedades medicinales.
El Perú no es un monoproductor y no debería intentar serlo. Si bien nuestras tierras disponibles para el cultivo no son vastas, su calidad es muy alta. Pero, ese potencial puede ser puesto en riesgo, si se decide sobreexplotarla o cultivar en ella productos que destruyan su equilibrio medioambiental.
Nuestros suelos más fértiles, con el material genético oriundo, se encuentra en riesgo por diversas razones. Entre ellas tenemos la lotización de terrenos para construcción, la priorización de la extracción de minerales, el cultivo de productos alterados genéticamente, robo de material genético, etc. Por ello, proteger nuestra biodiversidad es un imperativo tanto para el presente, como para nuestro futuro.
La gran diversidad en la generación de productos orgánicos es una posibilidad de desarrollo real para nuestro país. Deberíamos empezar a vernos como una pequeña despensa o boutique de Delikatessen que se distinga por la calidad y diversidad de sus productos más que por la cantidad. Una muestra de que nos encontramos en ese camino, es el gran esfuerzo de diversos sectores de la sociedad civil (organizaciones de productores, cocineros, ecologistas, etc.) para fomentar estos cultivos y dar a conocer al mundo la variedad de nuestros productos.
En la década de 1990, se acuñó el término «soberanía alimentaria«, el cual nos refiere a la necesidad que tienen los pueblos de proteger el equilibrio de su producción, así como poder elegir qué tipo de alimentos consumir y evitar la dependencia de otros países. Hoy, sigue siendo de vital importancia la necesidad de proteger esta soberanía. Si bien importamos parte de nuestro consumo, nuestros pueblos han desarrollado durante siglos, formas de producción sostenible que se pueden beneficiar de la tecnología. Tanto el Estado como la sociedad civil, deberían prestar mayor atención a este sector e invertir en él. Es necesario brindar un marco legal que proteja la biodiversidad, así como medios y herramientas para la capacitación y organización. Nos referimos no solo a la producción, distribución, mercadeo y control de calidad, sino también a la búsqueda y creación de mercados para colocar los productos, en los cuales se trabaje bajo el concepto de «comercio justo».
Nos encontramos cerca de definir las leyes que regulen el uso de transgénicos (material genéticamente alterado) en nuestro país. A pesar que la FDA (entidad que se encarga de la administración de drogas y alimentos de los EEUU) los defina como el equivalente sustancial a una planta convencional, tanto en calidad, como en seguridad para la salud; la realidad parece ser otra, pues la comunidad científica internacional, no se pone de acuerdo acerca de las consecuencias que este tipo de organismos genéticamente modificados trae consigo, tanto para el medio ambiente, como para la salud de las personas.
Finalmente, para nadie es una novedad los altos niveles de desnutrición y la baja calidad de alimentación que se mantienen en nuestro país, a pesar de que se hable de un crecimiento macroeconómico sostenido. Al celebrarse un nuevo Día Mundial de la Alimentación, se hace necesario reparar en el rol que juegan los alimentos tanto en nuestro presente, como en nuestro futuro.
Lee otro punto de vista sobre el tema: «En Perú no sabemos cuándo estamos comiendo un transgénico» (entrevista a Ana Sabogal)
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