Discapacidad y respeto en la PUCP
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Enrique Rispa
Predocente del Departamento de Ciencias de la Gestión
No es correcto decir ‘minusválido’, ‘inválido’ o ‘discapacitado’
En el 2011 tuve que aprender a enseñar (y a vivir) con una discapacidad. El 7 de diciembre del 2010 me amputaron la pierna derecha, a un nivel “AK” (arriba de la rodilla), producto de un tumor cancerígeno agresivo que no dejaba otra alternativa. Gracias al apoyo de la Facultad de Gestión y Alta Dirección seguí dictando y tuve que aprender a manejar un salón de 20 alumnos, de entre 17 y 20 años, ajenos a muchas realidades cercanas que, en muchos casos, no les interesa. Me pareció que debía contarles cómo es vivir con una discapacidad en la PUCP y despertar en ellos algo de conciencia.
Una de las primeras cosas que aprendí fue utilizar los términos adecuados. No es correcto decir ‘minusválido’, ‘inválido’ o ‘discapacitado’. Estas palabras tienen una connotación negativa, de ser menos, de no ser capaz o no valer igual que los demás. Un término aceptado es el de ‘persona con discapacidad’. Se enfatiza la palabra ‘persona’ como recordatorio de que somos seres humanos, que sentimos y pensamos, y que también podemos valernos por nosotros mismos a nuestro modo.
El término ‘de moda’, acuñado por el Movimiento de Vida Independiente de España en el 2005, cada vez con mayor aceptación en organismos como la OMS y la ONU, es el de ‘persona con diversidad funcional’. Probablemente, para muchos este término no hace referencia a discapacidad y, precisamente por ese motivo, es el más adecuado. Estamos acostumbrados a que las palabras tengan una identificación clara de la deficiencia de la persona, lo cual fomenta la discriminación. Lo que realmente ocurre es que somos personas que tenemos diferencias funcionales (motricidad, visión, audición, etc.) no tan distintas a las diferencias en talla, color de piel o sexo.
El objetivo de esta definición es que seamos inclusivos desde la manera como nos expresamos hasta ser parte activa de la sociedad, con ciertos acondicionamientos como rampas en los centros comerciales, asientos reservados en el transporte público, espacios preferenciales en los estacionamientos, acceso a señales braille, señalética visible, entre otros. Pero, sin duda, lo más importante y, a la vez, lo más difícil de conseguir en este proceso de ser inclusivos, es lograr que a las personas que no tienen discapacidad realmente les importe. Mientras alguien cercano o uno mismo no sea una persona con diversidad funcional, no tomamos conciencia de lo importante y valioso que es vivir inclusivamente. Cada vez más las personas se aíslan y se vuelven más indiferentes, por eso siempre vemos que personas que no tienen por qué ocupan los lugares de parqueo reservados.
En la PUCP me ha pasado que, estando con otra persona en silla de ruedas, al llegar el ascensor el pabellón H, tres alumnas ingresaron primero y nosotros dos nos quedamos afuera. Puse la mano en la puerta y les pedí que salgan, haciéndoles ver que debían respetar la preferencia. Este es un pequeño ejemplo de todas las experiencias que vivo a diario en la calle, restaurantes, centros comerciales, cines y demás lugares públicos.
Si bien todo esto se ve afectado por la falta de información, difusión y conocimiento; lo que más falta es formación en principios y valores como seres humanos, algo tan básico que parece haberse perdido: el respeto hacia las demás personas que debería aprenderse en casa y luego en el colegio y, en este caso en particular, a las que presentan diversidad funcional.
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