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Recuerdos de la PUCP

ltimo texto escrito por Luis Jaime Cisneros para PuntoEdu en la semana en que fue distinguido como Profesor Emérito.

  • Por Luis Jaime Cisneros

En agosto de 1948 inicié el dictado de mis clases en la Católica. En octubre del 2009 tuve que abandonar el dictado. Los años, la salud respaldan la decisión.

Pero recordar lo vivido reconforta en grado sumo y confirma que uno sigue perteneciendo a la casa. Sobre todo porque descubre cuánto ha aprendido de ese diálogo con estudiantes y colegas que la universidad implica. Esos diálogos solían conducir a monografías o tesis que los estudiantes redactaban como testimonio de su vocación estudiosa. De esos antiguos alumnos tengo gratos y tristes recuerdos.  Triste, ciertamente, es recordar a Alfonso Cobián, primer dirigente estudiantil que llegó joven a la cátedra de Filosofía y terminó sus días, en Europa, en pleno goce de una beca. Triste fue haber perdido contacto con Javier Heraud, estudiante y poeta, víctima de su ilusión adolescente. Más tarde, fue dura la ausencia de Alberto Flores Galindo.

En estos largos sesenta años de docencia, dictando en Estudios Generales y en Letras, he tenido la suerte de descubrir el valor de la amistad con una serie de estudiantes que hoy son autoridad acá en la casa. Tengo clara memoria del fervor con que, acá en Pando, Marcial Rubio, desde su perdida oficina, nos convocaba para ser testigos de sus progresos en la computadora. Y para seguir con autoridades, tengo siempre presente el examen de ingreso de Salomón Lerner, con su terno oscuro, explicando su tema ante un jurado asombrado por las cualidades del expositor. Y tengo presente el día en que la profesora Maucchi me habló de un alumno suyo, Mario Montalbetti, que debía conversar conmigo’. Esa conversación viene durando ya varias décadas, a lo largo de las cuales, Mario ha sido un auxiliar imprescindible.

Tengo también en la memoria la ayuda que me brindó Carlos Trivelli, uno de mis últimos jefes de práctica. Tengo también presentes las tesis de Ricardo González Vigil, la de Mirko Lauer. ¡Y no podemos olvidar la hermosa tesis de Enrique Carrión sobre un texto colonial! Si algún día me sintiera con ánimo de escribir lo que significó este largo trajín de los sesenta años, muchos serían los nombres de colegas y estudiantes que enriquecieron mi vida con su amistad y su conversación.

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