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Pueblos sin territorio: pueblos muertos

El profesor Stefano Varese está en Lima invitado por el Programa de Estudios Andinos de nuestra Universidad para dictar una serie de conferencias sobre movimientos indígenas y globalización. Esta semana lo buscamos para que nos aclare, desde una perspectiva crítica y etnohistórica, la naturaleza de estos movimientos.

  • Stefano Varese

¿Cuáles son las características de los movimientos indígenas en la actualidad?

Actualmente, está muy en boga verlos como movimientos sociales nuevos. Nuevos en el sentido de que se manifiestan en relación con otros movimientos sociales propios de esta época: el feminista, el de los derechos sexuales y otros movimientos populares que son más bien de clase. Ese análisis me parece un poco chato en términos de historia, pues claramente no son nuevos si recordamos que desde la invasión de las Américas por parte de Europa en el siglo XVI es claro que los indígenas han resistido.

La resistencia ha sido continua pero se ha traducido en manifestaciones sociales y culturales adecuadas a su época. Entonces, si uno mira las cosas teniendo en cuenta los últimos cinco siglos se da cuenta de que siempre hubo resistencia indígena y manifestaciones de oposición. Lo claro es que el eje de toda resistencia ha sido el territorio: «Nosotros somos pueblos de esta parte específica del mundo». Esto es muy complejo, pues no es una idea que surja en un mundo mercantilizado.


¿Cuál es esa postura en la actualidad?

Lo que vemos ahora es la adecuación de esa resistencia para mantener el territorio y la autonomía. Y aquí hay una aparente paradoja: el colonialismo español no fue tan totalizante como el neocolonialismo de los liberales del siglo XIX. A los españoles nunca les interesó tomar posesión de los territorios. La encomienda, en ese sentido, fue un sistema bastante inteligente, pues tomaba posesión de la fuerza de trabajo pero dejaba que aquella fuerza de trabajo también se reproduzca en sus comunidades.

El liberalismo del XIX, por su parte, precisaba de ciudadanos independientes, con títulos de propiedad. Así empezó a imponerse una ideología de propiedad privada en el aspecto individual, que contradecía una larga tradición de uso comunal de la tierra y concepción del territorio como «integral».

Pero bien, ¿qué son ahora estos movimientos? Son la respuesta sistemática -a veces no tan sistemática- de pueblos que no quieren aceptar el discurso dominante que todos nosotros estamos aceptando de manera implícita. La gran crisis económica mundial demuestra que el sistema ha llegado a un punto de saturación sin retorno, que necesita de una reforma radical, que podría venir a través de la observación de la «economía moral» que estos pueblos han practicado por milenios, la cual respeta el derecho de cada uno a tener un mínimo de subsistencia.


¿Una economía de la subsistencia?

La «economía de la subsistencia» no es una economía que produce lo necesario para no morirse de hambre, como muchos interpretan. Se trata más bien de una economía que privilegia el consumo sobre el intercambio. Esto nos hace notar que nuestro sistema económico ha llegado a un punto de colapso en el cual ya no es moral. ¿Qué ha dejado el «desarrollo» del Amazonas de Brasil? Sabanas improductivas. Punto. ¿Qué ha dejado el «desarrollo» de los llanos de Estados Unidos? Praderas vacías, sin gente, con poca producción. De todo esto han resultado pueblos sin territorio: pueblos muertos.

¿Cómo cambia esa figura actualmente, en que el principal interlocutor de los movimientos indígenas no son los Estados sino el capital?

El ciclo del Estado-nación, que empieza con la Revolución Francesa, está concluyendo. Ahora las fronteras sirven solo para contener a la gente, ya no al capital, no a la tecnología, no a la política. Por ejemplo, la política actual de Perú, de Colombia, de México; es en realidad una política de Estados Unidos. Las grandes decisiones las toman instancias transnacionales que privilegian el interés de particulares. Ahora, «el enemigo» de los movimientos indígenas es esta «institución transnacional diluida» que a veces habla a través del Estado (con sus órganos de represión) o a través de un sistema jurídico-legal viciado.

Entonces, el debate de los pueblos indígenas se da con un Estado corrupto, un sistema policial que funciona a medias, un aparato de justicia que no es igualitario y que habla en otro idioma, con otros símbolos, y que es manejado por personas educadas en un sistema de pensamiento totalmente occidental y que ostentan una ignorancia absoluta respecto de sus ideas y hábitos…


Como ocurrió con Bagua…

Lo que pasó en Bagua es de una atrocidad increíble. Respeto mucho a los pobres policías que fueron degollados, pero quién puso a esos policías en esa situación: un Gobierno que no sabe negociar ni dialogar. El reto es preguntarnos qué podemos hacer desde nuestra posición. Hay que decir las cosas, denunciar, criticar.


¿Qué posibilidad tenemos en este escenario?

Lo central es hacer una crítica a la idea de la modernidad, a los principios básicos del capitalismo: individualismo, democracia basada en la voluntad del ciudadano individual, la destrucción de las raíces de los ciudadanos en pos de la globalidad, el atropello de las tradiciones en nombre del «desarrollo» que no beneficia más que a los grandes capitales. Si eso se le está ofreciendo a la gente en Bagua, es normal que se resista. Hay que cuestionar esa modernidad, ese tipo de globalización.


Entrevista: Pablo Torrejón
Foto: Yanina Patricio

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