¿Por qué la actitud científica es relevante hoy?
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Mauricio Bustamante
PhD en Física. Center for Cosmology and AstroParticle Physics, The Ohio State University.
La ciencia es, más que un cuerpo de conocimiento, una forma de pensar sobre el mundo.
El transistor, las memorias de computadora, el láser y la resonancia magnética nuclear son productos del desarrollo de la mecánica cuántica, nacida en desafío de la Física de inicios del siglo XX, pero sumamente exitosa en la explicación de la naturaleza.
En la ciencia, son exclusivamente los hechos y las características medibles de la naturaleza los que determinan la validez de una explicación.
En 1633, la Inquisición obligó a Galileo Galilei a renegar de su descubrimiento de que la Tierra no permanece inmóvil, sino que gira alrededor del Sol. Resignado, mas no derrotado, Galileo pronunciaría la frase que se convertiría en uno de los actos más desafiantes de la historia de la ciencia: Eppur si muove. Sin embargo, se mueve. Sin importar lo que la Inquisición dijera, la evidencia de la naturaleza era incontrovertible: la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés.
Este acto de rebeldía encarna, de forma dramática, el espíritu del pensamiento científico: en la ciencia, son exclusivamente los hechos y las características medibles de la naturaleza – distancias, posiciones, masas, temperaturas, etc. – los que determinan la validez de una explicación.
Entre todas las posibles formas de dar respuesta a una pregunta, las dadas desde la ciencia son especiales: su validez o invalidez nace de interrogar a la naturaleza, a través de la experimentación y no de la adecuación a preferencias personales, construcciones sociales o códigos de ética. Como resultado, el método científico nos mantiene objetivos y honestos: está diseñado para que sea siempre la naturaleza quien guíe nuestros avances y para que no nos engañemos a nosotros mismos. De hecho, avances científicos decisivos han ocurrido a pesar de contravenir las posturas filosóficas de sus autores.
Un ejemplo ilustrativo es el del físico Max Planck. A fines del siglo XIX, se le encargó la tarea de mejorar la eficiencia de las bombillas incandescentes de luz. La tarea, aparentemente inofensiva, lo llevó a cuestionar la naturaleza misma de la luz. En 1899, en un acto confeso de desesperación, Planck propuso que, para explicar los resultados experimentales, la luz, aparentemente continua, tendría que estar compuesta de minúsculos paquetes individuales de luz o cuantos. A pesar de oponerse diametralmente a la Física clásica de la época, la evidencia experimental mostraba que esta explicación era la correcta. La cuantización de la luz sería la semilla de la mecánica cuántica, que nos permite entender la composición elemental de la materia y la luz. Planck recibió el Premio Nobel en Física en 1918. El transistor, las memorias de computadora, el láser y la resonancia magnética nuclear son productos del desarrollo de la mecánica cuántica, nacida en desafío de la Física de inicios del siglo XX, pero sumamente exitosa en la explicación de la naturaleza.
De esto se desprende la esencia del método científico: para separar las explicaciones – o teorías, como se conocen en ciencia – correctas de las incorrectas, los científicos hacemos una única pregunta: ¿esta teoría explica todas las observaciones relevantes de forma satisfactoria y sin contradicciones? Si la respuesta es no, la teoría es descartada. Si la respuesta es sí, entonces la teoría es aceptada como correcta provisionalmente. Más adelante, nueva evidencia podría revelar que una teoría inicialmente aceptada como correcta realmente no lo es. Lo que llamamos “leyes científicas” son explicaciones, usualmente de amplia aplicabilidad, que han sobrevivido la aparición de nueva evidencia muchas veces. Pero incluso ellas podrían fallar al tratar de explicar los resultados del próximo experimento. En la ciencia, la verdad siempre es provisional.
Esta actitud impregna el quehacer científico en todos los niveles, desde los grandes descubrimientos hasta la actividad cotidiana. Diariamente, en el repositorio público mundial de artículos de Física, se publican nuevos resultados experimentales y posibles explicaciones de ellos. Muchas no sobreviven largo tiempo; eventualmente son descartadas, cuando, al aparecer resultados de nuevos experimentos, son incapaces de explicarlos.
La ciencia es, más que un cuerpo de conocimiento, una forma de pensar sobre el mundo. Más aún, el pensamiento científico no es exclusivo de las ciencias naturales. Claude Lévi-Strauss, padre de la antropología moderna, dijo: “El científico no es una persona que da las respuestas correctas, es quien hace las preguntas correctas”.
El mundo necesita adoptar esta forma de pensar en más ámbitos urgentemente. La ciencia es de todos, no solo de los científicos profesionales. El conocimiento del mundo es un bien universal, no restringido a unos cuantos. La amenaza de la pseudociencia y los “hechos alternativos” (alternative facts) es real. La peligrosa dilución del conocimiento que representa esta forma de pensar tiene consecuencias palpables. La reaparición de enfermedades que habían sido erradicadas por la vacunación y la negación del cambio climático son dos ejemplos de relevancia mundial. La forma de combatir esta tendencia es no solo promover la actividad científica profesional, sino empapar de actitud científica a la educación básica, intermedia y superior.
La ciencia es una actividad ennoblecedora en sí misma, de la misma forma en que lo son el arte y las humanidades. Representa la pulsión fundamentalmente humana de averiguar, el impulso primate de saber cómo funcionan las cosas. En los últimos años, el Perú ha entendido el valor de hacer ciencia, básica y aplicada, y ha empezado un plan integral de apoyo a la actividad científica, de pregrado, posgrado y de interacción con la industria. Este es un avance fundamental en la dirección correcta. Hay también esfuerzos por mejorar la educación escolar, que ya han comenzado a rendir frutos. El camino es largo, pero ya hemos empezado a caminarlo.
Zeuthen, 29 de mayo del 2017
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