Por el día de San Pedro y San Pablo
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P. Juan Bytton, SJ
Departamento de Teología
Para sorpresa de muchos, la única mención de la entrega de las llaves del Reino de los Cielos a Pedro se da en el Evangelio de Mateo: «Simón Pedro, toma las llaves, abre la Iglesia» (τὰς κλεῖδας τῆς βασιλείας τῶν οὐρανῶν) (Mateo 16:19). Un impresionante gesto es mencionado una sola vez en el Nuevo Testamento.
En los textos paralelos de los otros dos Evangelios sinópticos que vendrían a ser la “confesión de Pedro”, se presentan también peculiaridades que vale la pena revisar brevemente. Así, en Marcos, esta confesión viene luego de la multiplicación de panes y la curación del ciego de Betsaida (Marcos 8: 1-26). Luego viene la mención a la suerte que correrá el Mesías, la reprensión de Pedro – “apártate de mí Satanás” (Marcos 8: 33) – y las condiciones del seguimiento para todo discípulo/a. Por su parte, en Lucas, la confesión de Pedro llega exactamente después de la multiplicación de los panes (Lucas 9: 12-17) y en un momento de oración de Jesús, justo al terminar la escena al igual que en Marcos, con las condiciones para el seguimiento a Jesús. Es decir, Mateo enmarca la entrega de las llaves en este contexto compartido de identificación y resistencia, de curación y seguimiento. Y lo hace en Cesarea de Filipo, en los límites del país, lejos del centro.
Para el primer evangelista, la confesión de Pedro es correspondida con la confesión de Jesús: “Tú eres el Cristo” y “Tú eres Pedro”. A la imagen de la Roca (πέτρᾳ), que identifica a la Iglesia, se une la imagen de las llaves (κλεῖδας), que une a la comunidad con el Reino de Dios. Es por ello que en el capítulo 18 de este mismo Evangelio lo que queda atado en el cielo vuelve ahora dirigido a todos los discípulos, en un contexto de la fraternidad, del amor al hermano/a y a la unión en la oración. Para Mateo, la entrega de las llaves es signo de solidaridad, de confianza y de perdón “hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 22).
En el mundo hebreo, consignar las llaves es dar autoridad. “Atar y desatar” significa para el judaísmo la autoridad que recibe el rabí por parte de la sinagoga para “prohibir y permitir”. Pero la autoridad que otorga Jesús en nombre del “Reino de los cielos” es diferente: es una autoridad para servir, para amar.
La primera acepción del verbo griego δήσῃς en Mateo 16:19 deriva del verbo δεω (atar, ligar, unir). De modo análogo, el verbo λυω (desatar). Sin embargo, vale también aplicar una segunda acepción al verbo δήσῃς y es la derivada del verbo δεομαι (interceder, orar por…). Jesús rompe con la concepción judía porque lo vence el amor del Padre. En primer lugar, otorga la autoridad de enseñar no a un sabio, no a “un doctor de la ley que quita la llave y no entra, ni deja entrar” (Lucas 11: 52), sino a Pedro, hombre tosco, débil, afanoso y temeroso. A él, primero, y luego a la comunidad, otorga esta autoridad que enseña a creer sirviendo y a amar caminando en la fe, sanando enfermos y predicando la Palabra, en una espera constructiva del Reino que vendrá. Todo esto cobra mayor sentido a la luz de la presencia permanente del Kyrios, del Señor, cabeza de la nueva comunidad, impulsada por la Pascua.
No sorprende, entonces, cómo Jesús rompe el esquema clásico para presentar la novedad de una buena noticia ligada, atada, al Reino de Dios. Buena noticia que dinamiza estructuras estancadas y cansadas. Jesús intercede por el ser humano, con la ayuda del ser humano. Por eso, lo llama amigo y no siervo (Juan 15:15). La concepción clásica abre paso a una nueva primavera. No por casualidad Mateo da inicio a este relato haciendo referencia a la advertencia del Señor para estar atentos a los “signos de los tiempos” (Mateo 16:3).
Ayer, Jesús confío en Pedro y hoy nosotros confiamos en el Espíritu que orienta a su sucesor, que lleva a la Iglesia “en salida”, “a las fronteras existenciales”, “haciendo lío”, “como tienda de campaña”; porque la Roca es de Dios, y las llaves de los y las valientes que salen a Su encuentro en un mundo que vive atado en el “yo”, en el poder, en la guerra, en la intolerancia, en el hambre de humanidad. Hoy, sobre la roca de una comunidad humana que apunta al Reino, las llaves abren las puertas de una Iglesia que busca renovarse: Simón Pedro toma las llaves, abre la Iglesia… que el mundo vuelva a ser lo que mi Padre ha soñado para él.
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