Las elecciones y la crucifixión
El país atraviesa, en estos días, por dos acontecimientos fundamentales, ambos de naturaleza colectiva. En primer lugar, las elecciones generales que se convocan cada cinco años desde la Constitución de 1979. Ese lapso ha sido ratificado en la Constitución de 1993.
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Carlos Ramos Núñez
Y, en verdad, parece el más prudente, ni tan corto como cuatro ni tan largo como el término de seis años. Además, conmemoramos la Semana Santa. A pesar de que es más antigua, ambas tienen carácter multitudinario, ambas grafican los contrastes del país, su fecundo y contradictorio mestizaje, sus virtudes y sus defectos, lo malo y lo bueno, sus sufrimientos y sus celebraciones como el martirio y la resurrección.
Se recordará la famosa disyuntiva, según los Evangelios, planteada por Pilatos, conforme una costumbre propia de la pascua judía al pueblo de Jerusalén allí congregado: ¡Jesús o Barrabás!»; así como la terrible, unánime e irrevocable respuesta popular: «¡Crucifícalo!», que habría de ejecutarse según la legislación romana.
Que el pueblo hubiera preferido salvar de la pena de muerte a un sectario asesino y asistirlo con una suerte de indulto público antes que beneficiar con el perdón o la misericordia a un predicador, profeta, el Hijo del Hombre, que solo en la víspera había sido aclamado en olor de multitud, más allá ciertamente de cualquier consideración histórica circunstancial, no ha dejado de provocar perplejidad en el campo de la ética, la teología y el derecho. ¿Podría decirse que esta atroz elección fue una irrefutable demostración de la estupidez de la democracia? ¿Es pertinente esta reflexión en el Perú de hoy?
Federico More sostenía con dureza que la democracia tenía el defecto (tal vez para algunos, la virtud) de encumbrar a los imbéciles. En efecto, muchos escritores abandonaron toda lucidez y no dudaron en adherirse al autoritarismo, entre otros muchos: Ezra Pound, DAnnuzzio, Leopoldo Lugones, Chocano y, quizá el más grande y confundido de todos, Borges. A la lista, por supuesto, pueden sumarse, con mayor o menor entusiasmo, artistas y académicos de todas las disciplinas desencantados del sistema democrático.
Hans Kelsen, en un párrafo titulado «Jesús y la democracia», en Esencia y valor de la democracia (1920 / 1929), considera que Pilatos, un escéptico, actuó democráticamente al dejar el caso en manos de un plebiscito. Gustavo Zagrebelsky, un constitucionalista piamontés de origen hebreo cuyo libro El derecho dúctil es un clásico de las letras jurídicas y que debería ser libro de cabecera de los jueces peruanos, y que ha dedicado al proceso a Jesucristo más de un estudio; refuta a Kelsen al sostener que esa no puede ser una manifestación de democracia. La democracia es reflexión, es crítica, es tolerancia, es mansedumbre, es diálogo, es cultura. La democracia no es una turba. Esa masa apresurada, sectaria y totalitaria que vociferaba ¡crucifícalo! era exactamente lo contrario, sostiene el antiguo magistrado de la Corte Constitucional italiana, de lo que presupone la democracia crítica.’
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