“La situación de los monumentos refleja la precariedad de la sociedad”
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Wiley Ludeña
Docente del Departamento de Arquitectura
Texto:
Jonathan DiezFotografía:
Archivo Histórico PUCP
¿Cuál es el valor del espacio público en una ciudad como Lima?
El valor de un espacio público está estructuralmente asociado a valores de ciudadanía, democracia, civismo. En Lima, lo público ha sido degradado por la actividad comercial. Esto refleja lo que pasa en la sociedad: se ha perdido la lógica de los espacios públicos. Somos una sociedad con espacios públicos sin valor y, por eso, vemos cómo son dañados todo el tiempo. Además, según encuestas del proyecto Lima Cómo Vamos, es dramático saber que lo que se considera espacio público son solo parques y plazas. ¿Y qué hay de las alamedas, calles, veredas? Esto dice mucho de la experiencia ciudadana: lo público no tiene valor. Cuando, en realidad, debe ser todo lo contrario: lo público cohesiona a una sociedad, estructura valores, da sentido a la convivencia colectiva y la tolerancia, enseña a vivir entre contradicciones y diversidad permanente.
¿Por qué los ciudadanos no nos sentimos bien en la ciudad?
La relación del ciudadano con la ciudad es de extrañamiento y enajenación con ella. La ciudad en nuestro país se ha constituido como un instrumento de explotación y exclusión. Pasó lo mismo con la ciudad hispánica, republicana y moderna del siglo XX, que no pudo estructurarse alrededor de la migración insostenible del campo a la ciudad. En realidad, la gente vive en el Perú a pesar de las ciudades, con sentimiento de culpa, con una aversión urbana de vivir en una ciudad sin ciudad: sin servicios urbanos, con el patrimonio cultural dañado y contaminación, y sin espacios públicos que nos permitan sentirnos ciudadanos. Esto es una tragedia.
Sin un interés por lo público e histórico, ¿Lima puede ser una ciudad moderna?
No. Los ciudadanos nunca han visto a Lima como un espacio para el desarrollo de sí mismos. Para la clase dirigente, la ciudad fue siempre vista como espacio de producción económica. Y es extraño porque el progreso industrial y la modernidad urbana es sinónimo de ciudad. Hoy, la capital es un paraíso/infierno que se debate en la incertidumbre de no saber qué hacer con ella. Y los monumentos son la mejor prueba de lo que planteo, pues no son parte realmente de la vida pública. Es duro pero cierto: la poca importancia a los monumentos quiere decir que la memoria en el Perú no importa. Ojalá tuviéramos un dato exacto de cuántos bienes y monumentos históricos no han sido declarados por el Estado, y siguen subsumidos en el olvido y abandono. La situación de los monumentos refleja la precariedad de la sociedad.
Sin embargo, a inicios del siglo XX, sí hubo intentos desde el Estado de dar cierta estructura a la ciudad.
Es verdad. Los episodios para planificar la capital han sido varios: desde Augusto B. Leguía hasta la reforma neobarroca, antes de la Guerra con Chile, con José Balta. Allí se dieron intentos de generar bulevares en el hoy centro histórico, en una propuesta urbanística estupenda y con una personalidad excepcional, que siguió hasta las plazas y avenidas de la época de Leguía. Este es uno de los mejores episodios donde sí hubo voluntad de planificación para hacer ciudad, pero que se fue perdiendo gradualmente ante la urgencia de un sector privado inculto y antiurbano, que solo vio la ciudad como un centro de explotación en todos los sentidos. Esa es la ciudad del siglo XX: la dominación de lo privado sobre lo público.
Pensando en el bicentenario de la independencia, ¿qué es lo más urgente que se debe cambiar en la ciudad?
El plan de Lima rumbo al 2035 es muy difícil de aplicar. Veamos a Castañeda, que tiene el típico programa neoliberal: la planificación sin planificación. Aquí se piensa que el mejor plan urbano es el que no existe y eso es, justamente, lo que debemos cambiar rumbo al 2021. Hay que planificar. No podemos seguir con ideas súbitas en un populismo urbanístico que estalla y sigue destruyendo la ciudad. Aunque parezca raro, esto sigue una lógica coherente: buscar la máxima rentabilidad al negocio. Antes de pensar en megaproyectos, que encubren a Lima con un falso perfil moderno, pienso que es vital que la gente experimente vivir con índices ambientales saludables, socialmente sanos y dignos. Tengamos o no rascacielos, grandes avenidas y trenes, lo que no debemos perder de vista en una ciudad es que la principal “obra urbana” es el ciudadano. Las mejores ciudades son las menos estridentes y más sencillas en su configuración.
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RENE PHILCO V.
Evidentemente los monumentos como manifestación humana necesitan de un cuidado y protección mas aun si estos son mas antiguos se les denomina como monumentos histórico artísticos y casi todos los paises son parte del patrimonio cultural de la nación , estos si se encuentran dentro de poblaciones y ciudades actuales sufren de los actuales problemas que tienen la mayoría de las ciudades, las causas antropicas como el crecimiento urbano o el desconocimiento del valor y la importancia de estas obras. Pero la ciudad tiene una finalidad y el de albergar a las personas dentro de un ambiente sano donde pueda desarrollarse física, mental y espiritualmente, no es necesario que cuente con muchas avenidas pavimentadas, altos edificios o rascacielos o enormes mercados donde puedan comprar de todos y así satisfacer sus inconmensurables ansias de vender y comprar , las ciudades modernas dentro de un mundo capitalista vienen destruyendo lo mejor del ser humano su libertad.