Javier Neves: al maestro con cariño
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David Lovatón
Director del CICAJ y docente del Departamento de Derecho
Con la lamentable partida del profesor Javier Neves Mujica, temo que la Facultad de Derecho de nuestra Universidad, en cierto sentido, ya no será la misma. Javier fue amigo y maestro de muchas generaciones de abogados y abogadas, dentro y fuera de las aulas. Era el “maestro Neves” para sus discípulos.
Nos conocimos en el verano de 1987, a propósito de un grupo de estudios de derecho laboral que formó con un grupo de jóvenes estudiantes, en unos años muy inciertos para el país de galopante inflación y violencia política. Javier nos recibía siempre cordial en su antigua casa de Jesús María, y el diálogo y aprendizaje en torno a autores como Pla Rodríguez, Mario de la Cueva u Óscar Ermida eran seguidos -cuando caía la noche- por varias botellas de “bebidas espirituosas” y, si teníamos suerte, con algunas pizzas de “El argentino”. A esas horas, la literatura y la música enriquecían al derecho; fueron los años que muchos descubrimos obras maestras de la literatura universal como Mafalda.
Maestro Neves ya no estás con nosotros, te perdimos en esta batalla larga que seguimos librando contra un enemigo invisible. Felizmente, de repetidas y diferentes formas, siempre te hicimos saber y sentir que te queríamos con toda el alma (“amigos, pese a todo” como gustabas decir a modo de cariñoso reproche). Pero nunca es suficiente; nos habría gustado despedirnos.
En esa época, Javier lideraba el área laboral de Desco (una de las ONG más importantes de entonces), que estaba conformada por jóvenes profesionales que tiempo después se convertirían -como él- en destacados profesores de nuestra casa de estudios. Por esos años, varias generaciones de estudiantes de Derecho fuimos jefes de práctica o asistentes de docencia de Javier y fuimos conocidos como los “Neves boys”, una verdadera cofradía en la que las bromas y el buen beber sellaron eternas amistades. Seguramente muchos de nosotros, con varios años a cuestas, nos seguimos reconociendo así con orgullo.
Javier también fue padrino de varias promociones en Derecho, siempre solícito para participar en los desfiles de las Olimpiadas pero lo más importante e imperecedero fueron sus entrañables discursos en las ceremonias de graduación, como este: “Que el derecho les guste, pues nadie puede convivir con lo que no quiere. Incluso, si su disgusto fuera extremo, no habría sino que dejar el derecho, con valentía y honestidad. El derecho no puede serles suficiente: está bien la norma y la doctrina y la sentencia y el contrato, pero no se olviden de aquellos que, para ser queridos, no hicieron derecho sino música, cine, pintura, poesía. La técnica importa, pero más que ella, el hombre. Los grandes juristas, sin duda, fueron también grandes humanistas. No nos resignemos a ejercer una profesión deshumanizada en una sociedad cada vez menos humana”. Siempre cito este fragmento en mis clases de Derecho constitucional de primer ciclo de Derecho.
La técnica importa, pero más que ella, el hombre. Los grandes juristas, sin duda, fueron también grandes humanistas. No nos resignemos a ejercer una profesión deshumanizada en una sociedad cada vez menos humana».
Luego le tocó ocupar algunos cargos, como jefe de Departamento y decano de Derecho en nuestra Universidad, y ministro de Trabajo. Todo lo hizo bien y fiel a su estilo: humor fino e invencible, y trato igual para el de arriba y para el de abajo. Siendo un laboralista protrabajador, supo distanciarse de algunas posiciones sindicales cuando consideró que no convenían al país, como su firme posición por cerrar el régimen pensionario de la “cédula viva”. A la vez, siempre fue un terco defensor de los sistemas públicos de salud y de pensiones.
Los últimos años enfrentó con entereza y admirable serenidad un tratamiento médico que debía hacerse varias veces por semana. Acomodó su vida y su felicidad a esa nueva rutina, y siempre me sorprendió lo bien que se había logrado adaptar. Formó su grupo de amigos del centro médico, en ocasiones salían a comer y a beber (esta vez sí, moderadamente), y, en general, brindó su gentil y gratuita amistad a todos los que se trataban allí.
Maestro Neves ya no estás con nosotros, te perdimos en esta batalla larga que seguimos librando contra un enemigo invisible. Felizmente, de repetidas y diferentes formas, siempre te hicimos saber y sentir que te queríamos con toda el alma (“amigos, pese a todo” como gustabas decir a modo de cariñoso reproche). Pero nunca es suficiente; nos habría gustado despedirnos.
Nos dejas tu legado, no solo a amigos, a discípulos y a los “jóvenes valores” del derecho peruano (otra frase tuya), sino también a la Universidad y al país. Un legado de honestidad y juvenil alegría. Pocas veces, las muestras de pesar por tu partida han sido tantas y tan unánimes.
Si se calla el cantor, calla la vida. Porque la vida, la vida misma es todo un canto».
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