Homenaje a Julio Cotler
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Eduardo Dargent
Docente del Departamento de Ciencias Sociales
Debo hacer un homenaje a Julio Cotler y cuento con cinco minutos. En cinco minutos no puedo hablar de su producción académica al detalle, pero no mencionarla sería una herejía en este evento. En cinco minutos no puedo reflexionar sobre el tipo de académico que es Julio y por qué lo veo como una inspiración frente a otras posturas académicas que me gustan menos o que encuentro insufribles. Pero cinco minutos son nada, más si con esta introducción ya pasó un minuto.
Entonces, para poder decir un poco de todo esto, voy a centrarme en el legado de Julio para comprender nuestro país desde una mirada amplia, comparada y comprometida. Aunque Julio siempre se presente como sociólogo, y estudió esta carrera en Francia, es curioso que fuera del Perú sea considerado un politólogo, aunque uno muy distinto a lo que la opinión pública local define como tal (una suerte de reformólogo electoral). Pero muchos no saben que también tuvo formación como antropólogo, le debo el dato a Martín Tanaka. Esa diversidad disciplinaria ayuda a entender la variedad de enfoques y riqueza de su Clases, Estado y Nación. El libro ofrece una mirada histórica y estructural para explicar una sociedad que se moderniza con fuertes continuidades conservadoras. Su descripción del orden social, económico y político del Perú de esos años es el de un triángulo sin base. Actores que en otros lugares logran articular la base y modificar esas estructuras conservadoras fracasan en el Perú. Un poder conservador que llega al territorio.
La suya, entonces, es una mirada compleja, pero a la vez analítica, con factores que viajan bien al momento de comparar y comprender otras trayectorias de América Latina. Cuando comencé el doctorado, hace una década, fue fácil colocar a Cotler y su perspectiva entre los politólogos comparativos que miraban procesos de desarrollo en América, África o Asia.
Y fue reconfortante ver que eso hacía un politólogo. Eran años en los que en el Perú todavía se asociaba más a la ciencia política con el estudio de partidos políticos o instituciones formales. Pero en estas perspectivas más cotidianas, vinculadas a la cooperación internacional, era común no problematizar qué diablos era una institución, cómo así podíamos asumir sin más que las reglas formales eran importantes si su debilidad cotidiana era evidente. En el trabajo de Cotler hay instituciones, pero están enraizadas, apoyadas en el poder y rara vez están escritas.
Hoy, que estudia el poder en el Perú mirando empresarios y tecnócratas, repite este estilo analítico que me parece tan valioso. Es capaz de describir el poder de estos actores, pero también sus limitaciones. Un poder en la sociedad que es, en mi opinión, ya menos un triángulo sin base: fortaleza en la cúpula, pero enormes dificultades para llegar y gobernar el territorio. Y es por esas investigaciones que nos hemos conocido más y, creo, hecho amigos.
Esta mirada realista, con frecuencia pesimista, no es desinteresada. Admiro que como académico sea consecuente con sus hallazgos, pues su análisis no incluye al actor social salvador, al movimiento social que súbitamente puede convertirse en agente de cambio. Es fiel a su realismo. Pero no es un entomólogo. Al revés, participa y opina.
Fue un actor de la democratización en los setenta, de la resistencia al fujimorismo y más recientemente un crítico agudo de ese libertarismo dogmático tan simplón como presente. Raymond Aron era descrito en Francia como un observador comprometido, demoledor de dogmas y modas. Para muchos, me incluyo, Julio ha representado lo mismo durante nuestra vida política. Por todo ello, es un privilegio, de los más gratos de mi carrera, haberle dedicado este elogio de cinco minutos.
* Este texto fue publicado originalmente el 15 de mayo del 2017. Corresponde a un breve discurso dado durante el Seminario Internacional «Horizontes sociales y políticos desde los países andinos».
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