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“Es clave enseñar a los ciudadanos a desarrollar una visión crítica de los hechos”

En el marco de la Semana de Educación 2025, el Dr. Alex Ibáñez Etxeberria, especialista en educación patrimonial de la Universidad del País Vasco, visitó la PUCP para participar en la conferencia “Violencia armada, paz y reconciliación: una mirada desde la enseñanza de la historia”, organizada por la Facultad de Educación. Estas son sus reflexiones.

  • Alex Ibáñez Etxeberria
    Profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Universidad del País Vasco
  • Entrevista:
    Bárbara Contreras
  • Foto:
    Melissa Merino

Reconstruir y contar la historia de un país siempre ha sido un desafío, pero relatar aquello que aún duele —donde las cicatrices no han cerrado y cada memoria reclama su lugar— es un acto más delicado. Eso lo sabe bien Alex Ibáñez Etxeberria, doctor en Ciencias de la Educación y experto en educación patrimonial por la Universidad del País Vasco. 

Como investigador en procesos de educación de la memoria en contextos de posconflicto, Ibáñez ha desarrollado programas como Adi-adian (en euskera, “prestar atención”), que se centra en el caso del País Vasco. Este programa ofrece talleres de sensibilización en instituciones educativas, mediante los cuales los alumnos pueden acercarse a la historia del conflicto desde una metodología de enseñanza crítica, vivencial y centrada en el testimonio directo de las víctimas.

Visitó nuestro campus para participar en la Semana de la Educación que, del 1 al 8 de abril, organizó nuestra Facultad de Educación. Hoy, desde su experiencia, reflexiona sobre cómo abordar hechos traumáticos en el aula, el valor del testimonio, y los retos particulares que enfrenta el Perú en la construcción de una cultura de paz frente a la época del terrorismo, entre 1980 y 2000.

La importancia de una visión crítica para comprender la realidad

¿Por qué es importante hablar en las aulas sobre épocas de conflictos armados?

Porque son problemas reales que afectan a nuestro alumnado. Aunque no les haya tocado vivirlos de primera mano, marcan su historia vital y moldean la percepción que tienen del mundo. Silenciarlos sería ocultar parte de nuestra historia y eso no permitiría a los alumnos comprender la realidad que habitan ni ser críticos con ella. 

¿Cómo debería ser abordado este tema en las aulas?

Para empezar, debemos alejarnos de las verdades absolutas, ya que no existe una única versión de los hechos. Es fundamental entender cómo las personas vivieron ciertas situaciones, pues incluso si alguien tiene una visión equivocada de lo ocurrido, su percepción puede influir en sus decisiones y generar más violencia. Por ejemplo, una familia puede actuar basándose en lo que percibieron como una injusticia, aunque la realidad fuera otra. Lo esencial es cómo vivieron esa experiencia. Ante la falta de consenso sobre lo ocurrido, es clave enseñar a los ciudadanos a leer fuentes primarias, comparar diferentes perspectivas y desarrollar una visión crítica de los hechos.

¿Y cómo aterrizamos esa visión en una dinámica con estudiantes?

Desde nuestra experiencia, los testimonios de víctimas —a quienes llamamos “víctimas educadoras”— han demostrado ser muy efectivos. Cuando una víctima comparte su historia, lo hace desde la vivencia, no desde la teoría. Nuestro objetivo es preparar a los estudiantes para que, al escuchar a una víctima, no se centren en identificar al victimario, sino en reconocer y comprender el sufrimiento vivido, y rechazar la violencia que lo causa. Por eso, lo más poderoso no es la interpretación política, sino el relato de cómo la violencia y la injusticia transforman su vida. Por ejemplo, una compañera contaba: “Yo era hija de militar; tenía que viajar en autobús con escolta y vivía con miedo de que a mi padre le sucediera algo”. ¿Cómo crece un niño en esas condiciones? Ese tipo de relato impacta más que cualquier guía, libro o análisis académico.

También trabajamos con tablas y líneas de tiempo construidas a partir de hechos históricos. Investigamos en hemerotecas, comparamos regiones y fomentamos el uso de diversos periódicos como fuentes. Además, llevamos la indagación al entorno familiar con preguntas como “¿qué ocurrió en tu zona, papá?”, lo que permite conectar la historia pública con la memoria personal e incorporar una mirada intergeneracional.

¿Cómo miden el impacto del programa en los participantes?

A través de una metodología mixta siempre buscamos establecer el impacto que tiene la participación en el programa Adi-adian en los alumnos. Por ejemplo, nos basamos en declaraciones de los propios participantes, haciendo una “rutina del pensamiento”. Es decir, antes de que empiece el programa les preguntamos qué saben o qué conocen sobre el tema. Y también, una vez que acaba, volvemos a preguntarles lo mismo. Los resultados indican que los testimonios de las víctimas son fundamentales para impulsar ese cambio en la percepción y fomentar una conciencia basada en el respeto.

Nuestro objetivo es preparar a los estudiantes para que, al escuchar a una víctima, no se centren en identificar al victimario, sino en reconocer y comprender el sufrimiento vivido, y rechazar la violencia que lo causa”.

¿Qué papel juega el lenguaje en la manera de enseñar sobre estos temas? En Perú, se ha discutido mucho sobre el uso de los términos “conflicto armado interno” y “terrorismo”.

La ingeniería lingüística es clave. Me parece más ética la expresión “conflicto armado interno”, porque no niega la existencia del terrorismo. En cambio, hablar únicamente de terrorismo oculta o evita que se hable del otro lado del conflicto.

En tu experiencia, ¿cuál dirías que es la principal diferencia en la enseñanza sobre los conflictos armados en el País Vasco y Perú?

No es lo mismo hablar del conflicto en un escenario de posviolencia, como en el País Vasco, que en un país donde las causas estructurales que originaron la violencia siguen vigentes. En el caso de Perú, la desigualdad social que originó el conflicto aún se mantiene. Por ello persiste el temor de que lo que ocurrió se repita. Pero si no hablamos del conflicto armado, no entenderemos la realidad actual. Si no analizamos las causas que llevaron a la violencia, estamos pidiendo que la gente acepte pasivamente la desigualdad y las injusticias. No podemos pedir que las personas acepten que la vida es así y deben conformarse con eso, porque eso podría llevar a ver la violencia, nuevamente, como la única opción.

Debemos insistir en que la violencia nunca es la solución y que existen vías democráticas para resolver los problemas. Y eso requiere de un pensamiento crítico sobre nuestra realidad que solo se consigue discutiendo estos temas desde las aulas.

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