El derecho a uno mismo
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Fernando del Mastro
Docente del Departamento de Derecho
Un niño vive en un mundo nuevo, donde experimenta dudas, rabia, deseos, miedos, tristeza, vergüenza, entre otras situaciones y emociones. Pese a ello, para un niño es muy difícil poder articular y expresar esas emociones y preocupaciones. Si no se le ayuda en ese camino, termina reprimiéndolas y desconectándose de su mundo interior.
Los primeros mecanismos que sirven para que ello no ocurra son el juego y el arte. Cuando una niña cuida una muñeca de un modo determinado o un niño enfrenta dos muñecos están expresando sus dilemas del mundo interior en el mundo real, intentando articular ambos. Esa relación ocurre siempre cuando el niño juega libremente. El arte también es un mecanismo vital para expresar sus dudas y deseos inconscientes, y entenderse mejor a sí mismo. Pese a ello, cada vez el juego es menos libre (ya sea porque se da en computadoras o porque los adultos dan todas las indicaciones para jugar “bien”) y el arte se esfuma de los colegios en los primeros años, cuando el niño “aprende” a no salirse de la línea. Por lo demás, muy pocos miran con real atención la forma y fondo del arte y el juego de los niños para comprender lo que están sintiendo y poder comunicarse sobre esa base.
Por otro lado, la comunicación con los niños tiende a darse desde la perspectiva del adulto, que impide comprender lo que en realidad nos comunican los niños. “Tengo frío” puede significar “necesito tu calor”, pero el adulto responderá “ponte una casaca”. Quitarle el juguete a un amigo puede significar celos o necesidad de atención. Los adultos reaccionarán con directivas o incluso castigando al “niño problema”. A nivel neuronal, el mensaje que queda grabado debe ser claro: no expresar lo que sentimos. A ello se suma el que se pierde la oportunidad fantástica de permitir que el niño comprenda lo que ocurre y se conecte con él mismo.
Cada vez los niños tienen menos contacto con la naturaleza, pese a que dicho contacto tiene efectos positivos increíbles. El niño proyecta su mundo interior en las historias de los animales, en el color de las plantas, en la firmeza de los árboles, en lo vasto del mar. Al jugar en la naturaleza desarrolla su creatividad y trabaja en su mundo interior, evitando la represión.
Y lo hacen también con los cuentos de hadas. Aun inconscientemente, estos cuentos les permiten comprender que las emociones pueden ser controladas, que es normal tener debilidades, que las personas pueden cambiar, que uno puede sentir emociones ambivalentes ante personas, que el humor ayuda a resolver problemas, que el mal existe. Estas historias tratan sobre temas que encantan, como la rivalidad, el sentimiento de soledad, el amor, el placer y la rabia. El logro radica también en que las historias no son explícitas. No hablan de adultos sino de gigantes, no hablan de casa sino de un lugar muy lejano, no hablan de madres sino de brujas o hadas madrinas. Así, permiten al niño trabajar inconscientemente sus propias dudas y temores, y encontrar soluciones, sin el riesgo de evitarlos por ser demasiado explícitos.
Lamentablemente, en parte por la excesiva tecnología en la vida de los niños, cada vez los cuentos son más explícitos y carentes de significado, y cada vez hay menos contacto con la naturaleza.
En los colegios, los cursos son obligatorios, la disciplina es aplicada por la autoridad aunque pueda no tener ninguna relación con las supuestas faltas y casi todo se enfoca en conocimientos (rara vez se siguen mecanismos para ayudar a los niños a comprender sus emociones). A ello se suma que uno estudia por la nota, para evitar el castigo o la vergüenza, o para tener el premio, y no porque descubrimos algo que nos motiva y apasiona. Nadie nace libre y nadie nace con la capacidad para comprenderse a sí mismo. Ambas son cosas que se conquistan con esfuerzo, valentía y ayuda. Lamentablemente, los diversos mecanismos que existen para ayudar a los niños en esa difícil tarea suelen ser dejados de lado.
Que no nos sorprenda entonces el bullying, el estrés infantil, los suicidios de menores de edad, la creciente medicación de niños, la cantidad de psicólogos infantiles, las drogas, la adicción a la tecnología y la incertidumbre de papás y mamás.
Probablemente, no haya nada más importante en el ser humano que la capacidad para conocerse a sí mismo. Siendo esto así, es curioso que no exista un derecho a nosotros mismos. Tenemos derecho a la libertad (que en el sistema legal equivale a mantener lo que crees sin importar cómo llegaste a creer en eso), a la identidad (DNI), a la propiedad, a la educación, al trabajo, etc. Legalmente está bien tener todos esos derechos, aun sin tenernos a nosotros mismos.
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