Carlos Garatea: "Siempre la PUCP en el Perú y el Perú en la PUCP. Este es nuestro canto, nuestra esperanza y nuestra fe"
En una emotiva ceremonia por la Apertura del Año Académico 2024, el rector de la PUCP, Carlos Garatea, destacó «los valores y la energía que nos hacen una gran comunidad al servicio del bien común». A continuación, su discurso completo:
-
Carlos Garatea
Rector de la PUCP
En la Banda de Shilcayo, uno de los catorce distritos de la provincia de San Martín, a pocas cuadras de la Marginal de la Selva, hoy carretera Fernando Belaunde Terry, está ubicado el colegio Virgen Dolorosa, fundado en 1956 por las hermanas de nuestra señora de la Compasión, en medio de la verde y siempre cálida ciudad de Tarapoto. Aunque nace como escuela primaria, abre secundaria luego de recorrer el empedrado camino de la burocracia estatal y de vencer el olvido con el que se suele castigar el futuro de nuestra niñez. Desde su fundación — leo en su página web — las religiosas compasionistas, los padres de familia y los profesores “han trabajado para lograr que este Centro ocupe el sitial que le corresponde en la formación de jóvenes que hoy son eminentes profesionales que dan renombre a nuestra región”. Vaya que lo han logrado. Quince días atrás conocí a Karen, una chispeante, risueña y destacada egresada de nuestra Facultad de Psicología, exalumna del colegio Virgen Dolorosa de Tarapoto, y motivo de orgullo para sus padres y muchos de sus profesores y amigos de la PUCP.
Karen dedica actualmente parte de su tiempo a concluir una maestría, también en Psicología, en nuestro posgrado, y — vean ustedes los caminos por los que llevan el esfuerzo y la dedicación cuando prevalecen la voluntad, la inteligencia y la fe — coordina y acompaña a los becarios Lucet, el programa de becas que lanzamos el año pasado, dirigido a cuidar el talento y que, con la promoción de este año, la segunda, alcanza un total de 494 jóvenes talentosos que tienen ahora la posibilidad de acceder a una formación integral de calidad en la PUCP. Como muchísimos egresados que triunfan dentro y fuera del país, ella no sabe que sus historias nos alientan e ilusionan porque encarnan el sentido y el propósito de una institución que tiene al estudiante en el centro de sus preocupaciones. Nuestra querida Universidad cumple 107 años con esa misión. Debemos hablar de los que vienen y vendrán. Debemos mantener el camino, los valores y la energía que nos hacen una gran comunidad de mujeres y hombres al servicio del bien común. “De vez en cuando, la vida” pregona un ilustre catalán; entre nosotros, mil veces escuchamos decir a Felipe Zegarra: “Y la vida vencerá”. El mensaje es el mismo: sigamos siendo; sea siempre la vida; siempre todas y todos en la PUCP; siempre la PUCP en el Perú y el Perú en la PUCP. Este es nuestro canto, nuestra esperanza y nuestra fe.
"Debemos defender el alma de nuestra PUCP en un mundo signado por la incertidumbre, la velocidad y el egoísmo”.
Quise empezar de esta manera porque el trajín diario muchas veces nos hace perder de vista las historias que se desarrollan en nuestra comunidad; también decidí empezar así porque quiero ocuparme de las tres orillas en que se da el ejercicio del Rectorado y que, además de expectativas, generan tensiones, jaloneos y otro tanto de alegrías y sueños, encaradas — en mi caso— de la única manera en que debe hacerse: con un equipo comprometido, capaz y honesto. Muchos de sus integrantes están aquí esta tarde. Las tres orillas — podría llamarlas dimensiones, bandas, costados — que tengo en mente encuadran toda institución que quiere mantenerse activa, con consciencia del mundo que le ha tocado en suerte y del mañana que se avecina y que debe enfrentar con lucidez y serenidad, sin estridencias ni saltos mortales. La primera de esas orillas corresponde a los hechos, los resultados, es decir, aquello que demuestra que la bitácora estuvo bien diseñada. Valgan verdades, en ocasiones, esta primera orilla se tergiversa por la mano de santo Tomás y su escéptico “ver para creer”. Cito únicamente dos hechos recientes a los que todavía no damos el valor que tienen de cara a nuestro desarrollo académico y del país: el primero, los 494 estudiantes favorecidos con las becas Lucet que acabo de mencionar; el segundo, los 42 profesores nuevos, atraídos a nuestra planta docente mediante concursos internacionales, públicos y rigurosos, a través de un nuevo canal de ingreso, bautizado con un anglicismo a falta del correspondiente hispanismo, tenure track, una inyección de vitaminas a la renovación docente en nuestra Universidad, que equilibra así experiencia y juventud, y despliega un anclaje seguro en la internacionalización y en el avance del conocimiento; y tercero, una yapa, hemos alcanzado el 10° lugar en América Latina, el 4° entre las mejores universidades privadas también de América Latina y la 1° del país por 11 años consecutivos, según el ranking QS. Sé bien que dicho así estos numeritos apenas transmiten el enorme esfuerzo que los hacen realidad. En el 10° lugar, en el 4,° en el 1° están contenidos el empeño y el trabajo que pusimos todos en la PUCP para atravesar la crisis de la pandemia, mientras, en simultáneo, como si se tratara de una tormenta perfecta, el país entró en una espiral que no deja de descorazonarnos ni de interpelar nuestra fe en que algún día echará raíz entre nosotros una ciudadanía sana, libre y racional. Algún día saldremos de esta nube negra. Será como despertar de una pesadilla que parece más bien una interminable serie de horror.
La segunda orilla da la impresión de ser contradictoria con este panorama porque se resume en la necesidad de tener proyectos institucionales plausibles. En realidad, es un deber y un desafío. Deber por cuanto sin proyectos no hay mañana; y desafío por cuanto el agitado contexto en que navegamos obliga a extremar la prudencia y los cuidados. Sin perderlos de vista, estamos ilusionados con varios proyectos que tenemos en carpeta. Menciono dos de suma importancia: el primero, crear un área de ciencias de la salud, largamente postergada, y que en un futuro cercano nos lleve a los estudios de medicina y podamos responder así, con calidad y seriedad, como hizo un grupo de colegas de Ingeniería y de Psicología durante la pandemia, a la dilatada y honda brecha social que decide la salud y la vida de hombres, mujeres y niños; el otro tiene un alcance más general pero no menos trascendente: vamos a impulsar e invertir en actividades deportivas, tanto dirigidas a estudiantes como a profesores y personal administrativo. Quisiera que pronto podamos hablar de deportes PUCP. Soy un convencido de la función pedagógica, emocional e integradora de los deportes en la vida de las personas. Como muchos de ustedes, lo vivo desde que una “chapita” hacía de pelota de doce paños en el patio de mi colegio y una olla para sancochado reemplazaba a la cesta que define cada tanto en el básquet. ¡Qué lindos años! Por lo pronto, hace tres semanas instalé un grupo de trabajo dedicado a dar los primeros pasos que nos permitan llegar a ese objetivo. Por si es necesario insistir en la importancia del deporte, quiero tomarme un minuto para recordar que, en 1957, Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, prometedor arquero, escribió una hermosa columna titulada “La belle époque o lo que debo al fútbol” en la que reflexiona sobre las lecciones éticas que aprendió jugando fútbol. En ella dice: “En la práctica del fútbol todos se igualan en pro del objetivo común y la potencialidad inclusiva no hace distinciones de raza, de ideología, ni de religión, ni de sexo; el abrazo en la consecución del gol y de la victoria une a todos en un estallido de emoción al alcance de muy pocas vivencias; al igual que la tristeza de la inversa, de la derrota”. Dicho sea de paso, en los últimos años, el fútbol ha dejado de ser un deporte exclusivamente masculino. De lo que he visto, en confianza les digo, las mujeres juegan mejor en el Perú.
"La juventud nos confía lo más hermoso que tiene: su porvenir, su crecimiento, su felicidad”.
La tercera orilla atañe a los pendientes, tanto los que resultan de la bitácora inicial como los surgidos debido al desarrollo institucional o a las tareas que impone el entorno. Admitamos que dejamos atrás una lista de pendientes el 15 de marzo del 2020 y la reencontramos — más gordita y larga — tres años después, cuando volvimos al campus, en marzo del 2023, es decir, hace exactamente un año, cuando las vacunas nos permitieron regresar con seguridad. El complejo norte, el edificio de Fares, los laboratorios, las casetas de Humanidades son apenas cuatro ejemplos de las deudas que la administración debe ser capaz de sanear en el menor plazo posible. Pendientes habrá siempre; cuando no existan, nos habremos estancado. Pero ningún pendiente puede atentar contra la equidad académica.
El ‘alma’ de la PUCP
Ahora, la vida de nuestra Universidad no se reduce a hechos, proyectos y pendientes. La PUCP no está en los ladrillos, aunque los veamos; la PUCP no está en los sistemas, aunque nos hagan la vida más sencilla y eficiente; la PUCP no está en los presupuestos, aunque los necesitemos para crecer. Hay un intangible que nos define desde 1917. Es complicado enunciarlo porque incluye un abanico de dimensiones en convivencia: tradiciones, formas de ser, vocación por el estudio, el arte, el conocimiento, la cultura, el Perú, la ciencia, la creatividad, la fe, todo en un singular entramado en el que vibran el razonamiento, el juicio crítico, la libertad, la solidaridad, la innovación, el diálogo, las búsquedas, las dudas, las preguntas, la verdad, en fin, es tanto que los primeros artículos de nuestro estatuto no han conseguido describirlo a pesar de los esfuerzos que refleja el malabarismo de su redacción. Lo que trato de nombrar puede sintetizarse en los principios que dan forma y organizan el dinamismo sensitivo, intelectual y académico de nuestra vida institucional. Y, vean ustedes, esta — palabras más, palabras menos — es la definición de “alma” que trae el diccionario de la Academia, un término que ha perdido presencia en el coloquio no obstante su belleza y su poder descriptivo y evocador. En nuestro caso, entonces, se trataría del alma de la PUCP. Creo que el “alma de la PUCP” es una expresión más integral, sensible y viva que el manido “sello PUCP” o la “marca PUCP” que pecan de falta de movimiento y evocan una quietud final, ciertamente son enunciados valiosos y funcionales, pero carecen de la actividad y de la experiencia que vivimos todos los días en cada una de las sedes de la Universidad y que nos llevamos en el corazón cuando egresamos y hace que todo egresado sea siempre miembro de la comunidad PUCP.
Dicho esto, si descuidamos el alma de la PUCP, nos hundimos. Pasamos a ser una cáscara más de los muchas que deambulan y brotan en el Perú, y cuyo contenido no es otra cosa que humo. Cáscaras huecas, frascos vacíos, juego de espejos rotos que desfiguran y tergiversan la realidad. Parecen invencibles. Llegan con aires de infalible modernidad, con mucha pedantería en torno a un embaucador concepto de éxito e imponen la ficción de una simetría universal que succionan la savia que alimenta las ilusiones y da combustible al corazón y la creatividad. Todos lo padecemos en nuestros silencios y ansiedades. El poeta ovetense Ángel González lo dice con estos versos: “Es el momento este que nos pesa en el pecho //igual que una gran piedra// y nos inmoviliza”. Casi en simultáneo, desde la Patagonia, alza la voz del legendario Charly García, gritando a los cuatro vientos: “No voy a dejar que el destino hable por mí”.
"Pongamos manos a la obra, retomemos la urgencia de reflexionar sobre el Perú”.
Estoy convencido de que debemos defender el alma de nuestra PUCP. Para mí, es un pendiente continuo. Carece de plazo; se hace y renueva mientras caminamos. Está más allá del fierro y los cables, viene de atrás y mantiene vigente nuestros ideales y principios. No promuevo con esto la nostalgia de un mundo que jamás existió, ni oculto una invocación animista. De lo que se trata es de situarnos en el presente, ser capaces de asimilar el pasado para encarar el provenir desde el lugar en que estamos, y mantener viva la misión que nos permite levantarnos todas las mañanas y caminar en un mundo signado por la incertidumbre, la velocidad y el egoísmo.
Ya los oigo preguntar: ¿cómo hacemos? Lo primero es encarar una pregunta previa. ¿Para qué sirve la universidad en el Perú? ¿Sirve para algo? Aunque complique más las cosas, le saco filo y la reformulo: ¿cómo ser universidad católica hoy aquí? Sé que no son preguntas sencillas, pero pienso que son cuestiones necesitadas de respuestas e ideas frescas y nuevas para no perder el norte, y en cuya aproximación debemos dejar atrás la mediocridad y el quejumbroso lamento que nos condena a reemplazar la mirada de largo plazo y el bien común por la inmediatez y la miopía de quien reduce el horizonte a la ambición, el temor y los apetitos personales. Vistas desde otra perspectiva, las preguntas anteriores coinciden en lo que buscamos con nuestra formación. ¿Qué buscamos? Hace mucho que nos debemos un espacio para pensar en ello. La pandemia pasó, tenemos nuevos estudiantes, con nuevas formas de vincularse entre sí y con una mirada del mundo distinta de la que tuvimos a su edad. Y, como si no bastase, las principales instituciones del país están en caída libre, heridas por la corrupción e impregnadas de actividades económicas ilegales que corroen el Estado de derecho y la justicia; y, no lo olvidemos, los problemas de salud mental se han incrementado y el suicidio se ha convertido en una funesta opción para muchos jóvenes. Igualmente dolorosas son las cifras que reflejan el incremento de la anemia, de los feminicidios, de casos de violencia de género, de hostigamiento sexual, y qué decir sobre la escandalosa velocidad con la que perdemos bosques y ríos o ensuciamos el aire y el espacio común. Si esto sucede en nuestro entorno, debemos saber responder. No hay, claro está, una varita mágica que dé solución a tanto dolor y a tanto desconcierto; tampoco podemos dejarnos llevar por el entusiasmo que nos haga pensar que podemos reemplazar al Estado, olvidando nuestra condición de institución universitaria y que nuestros recursos son limitados. Nada de eso. Precisamente por ello, pienso que debemos asumir lo siguiente para gatillar el camino pedagógico y académico que nos ayude a responder en el aula a las cuestiones que acabo de poner sobre la mesa: somos buenos en sensibilizar a los estudiantes sobre las injusticias, las brechas, la discriminación, etc. pero aún nos falta mucho para enseñarles qué y cómo hacer para atender y resolver esos problemas respetando la democracia, la diversidad, el medio ambiente y la vida. La tarea es enorme y urgente. Sé que no es exclusiva de la PUCP ni se limita a nuestra responsabilidad ante los estudiantes, aunque esta sea central. Su alcance es mayor, incumbe a todos los miembros de nuestra comunidad y, sin duda, también a nuestra manera de vivir en sociedad, de dialogar y de imaginar el futuro. El padre Múnera, rector de la Universidad Javeriana, me hizo ver que lo que está en juego es un sentido de desarrollo, de civilización y, sin duda, una idea de cultura.
De todas las ideas que podrían listarse para encarar este desafío, quiero mencionar en primer lugar una que, para enunciarla, me permito desdoblar en tres: la persona, los estudiantes, el futuro. Es decir, la juventud. Puesta la banderilla en ese punto y concentrada nuestra atención en los muchachos que nos confían lo más hermoso que tienen, vale decir, su porvenir, su crecimiento, su felicidad, le doy de inmediato la razón a Raúl Zurita, otro gran poeta, cuando advierte: “No basta la técnica para conducir una institución educativa, por sí sola es un obstáculo: se necesitan ideas, moral e imaginación”. Repito: ideas, moral e imaginación. Nada de ello niega la formación profesional, ni el uso responsable de la tecnología, ni el énfasis en la investigación y en la ciencia que debemos mantener y promover. Ideas, moral e imaginación las anteceden y deben estar en todas las dimensiones de nuestra vida institucional. Ellas integran la impronta que debe respaldar y nutrir la formación que brindamos en las 66 carreras de pregrado, en los 152 programas de maestría y los 26 doctorados del posgrado, y, al mismo tiempo, deben percibirse con claridad cuando encendemos las luces altas para ver el futuro en medio de la neblina que invade el país.
"Debemos mantener el camino, los valores y la energía que nos hacen una gran comunidad al servicio del bien común”.
Y es que con la calidad académica no se juega. Confundir “calidad” con “mediocridad”, como sucede cuando se hace pasar el “atropello” y la “desfachatez” como expresiones “democráticas”, es elegir el camino más seguro al fracaso de la sociedad en su conjunto. Perforar el lenguaje, vaciarlo de contenido es tumbarse el pilar de la convivencia humana. En los últimos años hemos sido testigos de clamorosos afanes por quitarle el significado a “calidad académica” para reemplazarlo e incrustar en su semántica el interés, la rentabilidad y el poder político. Lo reconocemos de inmediato cuando la falta de calidad y experiencia académicas es revestida de un engañoso y simplón populismo ideológico. Todos aquí sabemos que costará muchos años revertir el daño que se infringe ahora al sistema universitario. Ante ello, nos toca mantener la vigilancia, generar alianzas, y defender principios y convicciones, institucionales y académicos, como hacemos desde que arremetió la “contrarreforma” contra el derecho de millones de jóvenes a tener una educación de calidad en el Perú y que ha debilitado un sistema que sacar adelante costó esfuerzo, dinero y cambios a universidades públicas y privadas.
En noviembre pasado, la reconocida filosofa valenciana Adela Cortina ofreció un conjunto de ideas y premisas sobre “calidad académica”, durante la reunión que tuvimos los 37 rectores iberoamericanos que integramos Cinda y que, como saben, tengo el honor de presidir. En esa oportunidad, la profesora Cortina dejó sentada una reflexión que quiero compartir con ustedes. La cito en extenso para invitarlos a conversar sobre el tema y acercarme así al final de mi discurso:
(…) educar con calidad supone, ante todo, formar ciudadanos justos, personas que sepan compartir los valores morales propios de una sociedad pluralista y democrática, esos mínimos de justicia que permiten construir entre todos una buena sociedad. Si quisiéramos enumerar esos valores, mencionaríamos la libertad (…) la igualdad de oportunidades y de capacidades básicas, la solidaridad por la que nos apoyamos como seres vulnerables, siempre necesitados de ayuda, el diálogo para resolver los conflictos y el respeto a las posiciones distintas de la mía, siempre que represente un punto de vista moral. Y también educar con calidad, en la escuela, y sobre todo en la universidad, supone formar buenos profesionales; gentes que, en caso de poder ejercer una profesión, sepan que no es solo un medio de vida, ni siquiera es solo un ejercicio técnico, sino bastante más.
Como si se tratara de un ser de otra galaxia, un conocido congresista local, retado con afirmaciones del talante que acabo de citar, sin vergüenza ni rubor, las redujo a “pelotudeces democráticas”. Me preguntaba: ¿0ara qué formamos? Formamos para hacer realidad lo que dice Cortina y “bastante más”. ¿Por qué? Porque las universidades debemos poner nuestro nervio y nuestra pujanza en formar ciudadanos, buenos profesionales y generar conocimiento, sin abandonar – aunque se oponga el entorno— la fe en que es posible construir un mundo mejor del que dejamos a nuestros hijos. En el Perú necesitamos, por cierto, un relato que nos integre en torno a una nueva luz después de haber vivido la implosión que han sufrido los discursos con los que cruzamos el siglo XX (Martuccelli). Las universidades podemos contribuir en su diseño y en su concreción sin salir de nuestras responsabilidades inmediatas. Sabemos que la ciencia y la investigación salvan vidas y que las humanidades y el derecho abren el horizonte e integran hombres y culturas preservando la multiplicidad de identidades y mundos posibles. El deporte es, como dije, un granito en ese camino y los estudios de ciencias de la salud o medicina serán, sin duda, algo más que un granito en cuanto hayamos concluido el diseño y pasemos a su ejecución. Pongamos manos a la obra, retomemos la urgencia de reflexionar sobre el Perú y aterricemos aquello en que podemos contribuir a hacer de este país nuestro el hermoso y singular país que todos deseamos tener. Vean cómo hay cosas que nos competen y que, con solo mencionarlas, reconocerán que están presentes en nuestro modelo educativo. Ante el auge del populismo y el autoritarismo en distintas partes del mundo, la Comisión Internacional sobre el Futuro de la Educación de la Unesco (2021) sugería que educar para enfrentar las crisis actuales y futuras debe empezar fortaleciendo, por ejemplo, las capacidades analíticas e interpersonales, y dotar a los y las estudiantes de habilidades para evaluar las fuentes de información, analizar diferentes argumentos, entablar debates y diálogos constructivos y enseñar a servirse de la tecnología y de los medios de comunicación modernos. Se trata, en suma, de principios pedagógicos que subsumo en la capacidad de discernir, en la urgencia de atender las emociones, y en el ineludible cultivo de la sensibilidad para absorber y vivir la riqueza de las culturas y las artes. En todo ello creemos. Pongamos manos a la obra. Permítanme una nota al pasar: las artes no son gastos ni importan como entretenimiento. Son espacios y expresiones privilegiados para formar la sensibilidad y el pensamiento; las artes enseñan a descubrir la diversidad y a valorar que allá afuera hay otros con otras necesidades, otras miradas y otros modos de vivir, creer y ser.
Llego al final. Termino recordando a Alphonse Bertillon, famoso criminólogo francés del siglo XIX. Don Alphonse decía que solo se ve lo que se mira y solo se mira lo que se está preparado para ver, una frase magistral que nos enseña que la realidad, «que a todos nos parece un valor indiscutible, no es más que un producto subjetivo y condicionado por las circunstancias. Y dado que la realidad se manifiesta por medio de palabras, podemos decir que solo se nombra eso que se mira y que estás preparado para ver” (Rosa Montero).
Siempre es más fácil ser valiente en pellejo ajeno. Nosotros, docentes, estudiantes, trabajadores, no podemos darnos ese lujo ni abandonar nuestros deberes. Nos toca actuar, decir, pensar, con sencillez, y, sin duda, nos toca escucharnos y querernos más, mucho más.
¡Gracias, mil gracias!
Deja un comentario