Monseñor Carlos Castillo: “Tenemos que ver a todos los Cristos crucificados del mundo”
En entrevista con PuntoEdu, el arzobispo de Lima invita a dejarnos llevar esta Semana Santa por el Espíritu de Dios y sumarnos a una campaña contra el hambre. El Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica del Perú reflexiona sobre el país y nos habla de su gran inspiración, los jóvenes, que “están elaborando el proyecto de la felicidad de los peruanos”.
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Mons. Carlos Castillo Mattasoglio
Arzobispo de Lima y Gran Canciller de la PUCP
Entrevista:
Rafaella LeónFotos:
Renato Pajuelo
La sonrisa pícara y amplia es uno de los rasgos que más definen la personalidad del 33° arzobispo de Lima y primado del Perú, Carlos Castillo. Pero hay momentos, como los días previos a la Semana Santa, en que parece estarse preparando para horas de profunda contemplación. El sacrificio del hombre que inauguró la Eucaristía y que cambió las reglas del cristianismo a partir de su muerte en una cruz le recuerda que, desde niño, vivió fascinado con su historia. Un tío suyo, sacerdote auxiliar de Lima, solía regalarle una cajita con ostias. Monseñor Castillo, séptimo hijo de un policía que llegó a ser comisario del Rímac y de una mujer muy religiosa que cantaba bellísimo, jugaba a la misa desde chico. Cuando fue ordenado sacerdote (1984), sus hermanas lloraron recordando esa cajita con la que él les daba la ‘comunión’.
Yo vivo orando. No solo estoy pensando en Dios, sino que estoy hablando con él. Es un trato amigable, coloquial, permanente. Cuando lo hacemos inspirados por él, siempre en el fondo habla el Espíritu".
El recién nombrado Gran Canciller de la PUCP estaba con el papa Francisco en el Vaticano mientras se definía esta designación. Hace pocos días, monseñor Castillo le escribió con la cercanía que los une: “Ya se ha hecho público esto que usted me tuvo como sorpresa y no me dijo”. En nuestra Universidad, lleva más de tres décadas enseñando (actualmente, es profesor principal del Departamento Académico de Teología). Todos los lunes dicta Revelación de Dios en la Historia, un curso que recorre los caminos de nuestra religión, desde Abraham hasta Jesús. Encontramos al monseñor en la silenciosa capilla del Palacio Arzobispal de Lima, donde prefiere darnos la entrevista y ser fotografiado, no junto al altar de dorado barroco, sino cerca de un Cristo de tamaño real que carga su pesada cruz.
¿La Semana Santa es -o debería ser- un tiempo ideal para pensar en lo que estamos haciendo mal y haciendo bien?
Quisiera que en esta Semana Santa nos dejemos inspirar por el Señor. Más que llegar con grandes propósitos, decirle: «Dame inspiración para que cuando haya una tentación, renuncie; cuando haya una cosa interesante, me apunte; cuando haya algo que me exija, esté dispuesto a superar la dificultad y abra el corazón».
Cuando haya una oportunidad de ayudar…
Que ayude con las manos llenas. El último examen de la vida será preguntarnos cuánto hicimos por el pobre que nos interpela. ¿Cuán solidarios fuimos?
Usted ha hablado de una “grave crisis de hambruna” en zonas de pobreza en Lima. Hay más pueblo y menos alimento en las ollas comunes. ¿Qué ha visto y qué hacemos para remediarlo?
El hambre ha aumentado por todos lados, hay una necesidad que nos llama a cambiar en cómo el Estado está haciendo las cosas. Pero mientras se ponen de acuerdo por lo menos para hacer alguito -ojalá-, nosotros debemos movilizarnos. Apelo a eso que tiene nuestro pueblo: sabe muy bien organizarse desde hace siglos. En esta Semana Santa, va a ser importante unirnos a esta campaña del Arzobispado de Lima contra el hambre: ‘Compartiendo como Jesús el pan y la vida, saciemos unidos el hambre de nuestro pueblo’. Todos podemos apuntarnos.
¿Qué consejos nos daría para entregarnos a esta semana de reflexión, día por día?
El miércoles aprovechamos para hacer un examen de conciencia, podríamos intentar ir a una iglesia a expresarle al Señor nuestro dolor por no acogernos a esa actitud de amor que siempre está presente en el mundo. El jueves es el día en que Jesús se reúne con sus discípulos para despedirse, sabe que está en un momento decisivo y lo han amenazado de muerte. Ese día nos reunimos en medio de la adversidad para esperar, como lo hizo él. El viernes no se celebra misa. Nada puede sustituir al acontecimiento de la entrega del Señor. Es un día para contemplar. Y así como contemplamos a Jesús en la cruz, tenemos que ver a todos los Cristos crucificados del mundo, a la gente de Ucrania, de Palestina, de Israel, la gente que está sufriendo las consecuencias de la ambición inhumana.
“A ti te digo: ¡Levántate!” fue el lema episcopal elegido al ser nombrado arzobispo de Lima. ¿En el fondo es también una frase urgente para hablarle al Perú?
La frase es muy del Sábado de Gloria y muy propia de Jesús, que se va a levantar de la muerte. Si él quería estar con los pobres no era para que se quedaran pobres, sino para que surgieran, y por eso los cura, los sana y los ayuda a levantarse. Los peruanos siempre estamos pensando en los problemas de nuestro país, porque hay algo inconcluso, lo que Basadre llama al Perú como ‘promesa’. Nos inunda una actitud de esconder lo que somos y de vivir de apariencias. Pero escondiendo no podemos ver las cosas buenas que tenemos.
Los jóvenes son nuestros héroes de hoy, nos están llenando de esperanza. Ellos están elaborando el proyecto de la felicidad de los peruanos".
Usted es gran admirador de nuestros héroes. ¿Nos faltan más Bolognesis, más Bastidas? ¿Quiénes son los héroes cotidianos de hoy?
Están en las ollas comunes, en las personas que luchan todos los días por salir adelante con honestidad y sencillez. Como también son héroes los chicos que, a pesar del miedo de salir a la calle por los peligros que acechan, ¡toman las plazas para bailar! Nos están llenando de esperanza. Yo siento que los jóvenes están elaborando intuitivamente el proyecto de la felicidad de los peruanos.
Alguna vez dijo: “Para que exista una esperanza, hay que educar”. ¿La universidad peruana está cumpliendo su rol formador de mejores personas y profesionales?
El problema es cómo educar. Una de las cosas que me sirvió mucho durante mi juventud católica fue la educación a partir de la reflexión comunitaria, nos entreteníamos en comprender lo que vivíamos. Esto nos llevó a un desarrollo muy fuerte del sentido crítico que nos ayuda a despertar, apoyados por la fe. Es un método que tenemos que reintroducir en la educación. En ese sentido, la PUCP ha dado muy buenos pasos, nos ha enseñado a entender desde la experiencia de la conversación.
La música: «un eco de Dios» en su vida
¿Es usted un optimista? ¿Qué le da esperanza?
Mi optimismo quizá sea porque Jesús ha resucitado, la vida no termina en la muerte sino en la plenitud de la alegría. Mi familia ha sufrido mucho, pero siempre estaba muy alegre, sobre todo mi mamá. Cuando la iban a operar la fui a confesar. “Ya mamita, empieza a decirme tus pecados”. “¿Pecados? Tú dame la solución, que yo me confieso con Dios”. Se estaba muriendo, nunca le temió al Señor. A pesar de que en mi familia hemos vivido historias muy duras, nos ha quedado alegrarnos por una belleza del amor desarrollado en esos momentos de sufrimiento.
¿Uno de esos momentos fue la muerte de su hermano?
Sí, eso me marcó definitivamente, yo tenía 15 años, él muere además salvándole la vida a un amigo, por ayudarlo. Llevaba en su camioneta a un grupo de policías, se adelantaron los guerrilleros, los emboscaron y quien dispararon primero fue a él. Un sobreviviente quedó sepultado entre todos los cadáveres. Una vez lo encontré en un taxi, yo me iba a Ismael Castillo (mi hermano tiene su calle en Lince, yo vivía ahí). Me dijo: “¿Usted lo conoció?”. “Sí, es mi hermano”. Y me contó que él estuvo el día de su muerte. Es una gracia que me dio el Señor.
En la Juventud Estudiantil Católica (JEC), me aconsejaron que no me hiciera cura sin antes conocer el país. Mis viajes por el Perú y mi ingreso a la UNMSM, en 1968, fueron con ese propósito".
¿Aquel suceso ayudó a definir su camino sacerdotal?
Siempre quise ser cura, desde chiquito. Mi tío Ignacio Arbulú, que era auxiliar de Lima, me llevaba a la Pampa de Amancaes y ahí estaba la iglesita de San Juan Bautista. Él hacía la misa, luego me daba una cajita con ostias y yo jugaba a la misa de pequeño. Pero lo de mi hermano fue el empujón fundamental. Él me había regalado una Biblia, arranqué la primera página y escribí una petición, que yo pueda ser agustino algún día. Doblé la hoja y la metí a su ataúd. Y Dios respondió: no entré a los agustinos, fui diocesano en el Perú, como Agustín en Hipona. Pensé: o yo amo a este país y aquí me quedo porque mi hermano ha muerto acá, o yo no soy cura. Posteriormente, en la Juventud Estudiantil Católica (JEC), me aconsejaron que no me hiciera cura sin antes conocer el país. Mis viajes por el Perú y mi ingreso a la UNMSM, en 1968, fueron con ese propósito. Debía haber ingresado un año antes, pero me la pasé jugando ajedrez en vez de prepararme para el examen.
También pudo haber sido músico…
¡Claro! La música es una especie de eco de Dios en mi vida. En la casa teníamos un piano, mi mamá nos enseñó a todos los hermanos a bailar charlestón, después aprendí a tocar guitarra. Estuve en el coro del colegio. En el 68, con un grupo de amigos pusimos música a poemas de nuestra compañera María Emilia Cornejo. Nos presentamos al Festival de Agua Dulce, quedamos en cuarto lugar. En el repertorio, agregué una canción mía, «Paloma», dedicada a una antigua enamorada.
¿La poesía es una forma de hablar con Dios?
Sin duda. Siento a Dios que camina tan en mí con la tarde y con el mar. Con él nos vamos juntos. Anochece, con él anochecemos. Orfandad. («Dios», Los Heraldos Negros). Los dos abuelos de César Vallejo eran curas, lo religioso estaba muy presente.
¿De qué otras formas habla usted con Dios?
Yo vivo orando. No solo estoy pensando en Dios, sino que estoy hablando con él. Es un trato amigable, coloquial, permanente. Hay que escoger también algunos momentos especiales para leerlo con la palabra que nos ha dejado. Cuando lo hacemos inspirados por él, siempre en el fondo habla el Espíritu. Me pasa con las homilías. Ustedes creen que todo lo que digo lo digo yo. Sí, pero hay muchas cosas que leo y luego me pregunto: ¿cómo he podido decir esto? La experiencia de ser cura, de ser creyente, de ser predicador, de ser poeta, es dejarse llevar por el Espíritu.
¿Cómo se dejará llevar por el Espíritu en esta nueva etapa como Gran Canciller de la PUCP?
Gracias a la PUCP que me ha arropado con este nombramiento. Ojalá que podamos también profundizar los estudios teológicos lo mejor posible y relacionarlos con las dificultades históricas, con los pobres, las situaciones extremas que estamos viviendo. Le pido a nuestra Universidad que siempre se mantenga como servicio, nos debemos a la gente, ese fue el legado del padre Dintilhac. Esta actitud de servicio nos ayudará a guiar a los nuevos héroes que han de nacer.
Cuando el 2019 fue nombrado arzobispo de Lima dijo: “Ojalá yo represente la esperanza”. ¿Lo ha logrado?
No lo sé, creo que fui muy ambicioso al decirlo. Quisiera pedir perdón por cosas que todavía me faltan y que no logramos. Gobernar no es que uno ya sabe todo y uno manda, gobernar es cogobernar, sinodalmente. A veces, hay olas grandes, más chicas, hay tormentas y huracanes, y eso requiere de aprendizaje. La esperanza se genera, por eso el Papa nos dice “que no les roben la esperanza”.
Campaña de apoyo a las ollas comunes
Para ayudar a la campaña del Arzobispado de Lima en favor de las ollas comunes, contactarse al 941 684 200 o acercarse a Jr. Chancay 282, Lima.
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