Avatares de la inter- disciplinariedad
Desde los años treinta del siglo pasado ha habido intentos por definir la interdisciplinariedad, pero el interés en precisar la noción y en promoverla en medios académicos se intensificó en Estados Unidos y en Europa a partir de los años setenta.
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Susana Reisz
Decana de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas.
Desde entonces, el término interdisciplinario se ha aplicado a temas, a unidades académicas resultantes del estudio de esos temas y a una metodología de investigación que cuestiona la conveniencia de mantener fronteras disciplinarias rígidas y que aboga por la práctica de una hibridación creativa en la que el cruce de límites dé como resultado el mutuo análisis y el mutuo ensanchamiento de los marcos epistemológicos en contacto.
Temas interdisciplinarios son aquellos que, por su complejidad, por su amplitud, por haber estado ausentes del enfoque disciplinario tradicional o por todas esas razones juntas, necesitan ser abordados desde varias disciplinas. Tal es el caso de objetos de estudio como el cambio climático, la situación de la mujer en la historia de la humanidad, las industrias culturales de la era mediática o los aportes de las culturas africanas a los países que participaron en el tráfico de esclavos.
Unidades académicas interdisciplinarias son aquellas surgidas de la necesidad de estudiar esas áreas temáticas desdeñadas o ignoradas dentro del panorama de los campos del saber universitario hasta casi el último cuarto del siglo XX. Ejemplos de este tipo son los relativamente jóvenes «estudios de la mujer» , los «estudios de género» (allí incluidas las «masculinidades»), los «estudios culturales», los «estudios afroamericanos», los «estudios andinos» o, en un regreso a las fuentes predisciplinarias de la antigüedad grecolatina , los «estudios humanísticos».
La puesta en práctica de los programas llamados interdisciplinarios puede limitarse al hecho de que en ellos participen docentes procedentes de distintas disciplinas sin que se plantee el objetivo de integrar los respectivos saberes y enfoques metodológicos en un plan colectivamente diseñado y llevado a la práctica en forma dialógica. Un modelo a medio camino entre una organización curricular multidisciplinaria como la descrita y una enseñanza interdisciplinaria en el sentido fuerte del término, sería el caso en el que profesores de distintas áreas se reunieran con cierta regularidad para coordinar el contenido y el desarrollo de sus respectivos sílabos, y para hacer ajustes en relación con un objetivo pedagógico común. Un paso todavía más audaz en esta dirección cooperativa sería una modalidad de enseñanza experimental, de transversalidad sistemática, en la que especialistas de diferentes áreas compartieran actividades docentes dialogando entre sí en el aula e incluyendo a los estudiantes en ese diálogo.
También en el plano de la investigación la interdisciplinariedad puede entenderse y practicarse de diversas maneras. La alianza de saberes de distinta procedencia puede darse dentro de la visión de mundo de un solo investigador desde el momento en que sienta que su formación en una disciplina determinada es insuficiente para entender las intrincadas redes de factores de orden natural y social que subyacen en cada aspecto de lo observable y en cada dificultad por superar. Sin embargo, la pluralidad de perspectivas resultante de esa suerte de monólogo interno con disposición dialógica está parcialmente neutralizada por el hecho de proceder de una intención analítica y una cosmovisión individuales.
La experiencia de los límites disciplinarios puede ser vivida de un modo todavía más radical, que incite a dar un salto más difícil de ejecutar y de repercusiones menos controlables: un salto consistente en el compromiso de mantener un diálogo con investigadores de otras áreas –y con actores sociales no académicos involucrados en el problema que se intenta resolver– que dé como resultado una solución de autoría colectiva o –caso especialmente relevante para las humanidades y las ciencias sociales– una escritura colaborativa que recoja los acuerdos epistemológicos y los hallazgos de todos los participantes suprimiendo las marcas de estilo más personales.
Aparte de favorecer el avance de las ciencias en el mundo cada vez más interdependiente de nuestros días, este segundo tipo de trabajo interdisciplinario facilita el acercamiento entre las personas y el intercambio de los conocimientos acumulados a lo largo de años de investigación y reflexión solitarias. La construcción de esta relación personal-epistemológica posibilita, a su vez, el desarrollo de actitudes y sentimientos tan necesarios en este periodo de desconcierto ideológico como la solidaridad y el aprecio por aquellas conexiones interpersonales en las que el interés por el bien común y la alegría de compartir conocimientos y hallazgos se imponen sobre una competitividad de cuño individualista. La tarea requiere mucho tiempo y mucha paciencia pues implica dos esfuerzos aparentemente contradictorios: ampliar el horizonte epistemológico de la propia disciplina para integrarse en una modalidad de pensamiento e indagación colectiva y aportar, desde una larga experiencia individual, aquellos métodos de análisis y aquellos conocimientos específicos que solo cada disciplina en particular puede proveer.
Nada de esto es fácil, pero vale la pena intentarlo.
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