A propósito del Coloquio Universidad peruana: modelos para armar
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René Ortiz
Secretario General de la PUCP
En los tiempos posmodernos que corren, es particularmente importante esmerarse en la cuestión nominal. Por el nombre o con el nombre delimitamos la mitad de las cuestiones pendientes en un discurso que no puede ser fuerte y anunciamos el camino que… se hace camino al andar. Señalo esto a propósito del coloquio que motiva esta opinión porque se le ha asignado un nombre que acierta, a mi entender, en el sentido señalado.
La universidad peruana está, en efecto, en un trance de definición. Proviene de un período en el que no operó como un sistema universitario, ni pretendió serlo -no obstante que fuera asumida así entre los entendidos y los otros- para pasar a un período, el actual, en el que se pretende insertarla en un sistema encabezado por el Ministerio de Educación.
La autonomía universitaria de que gozaron las universidades en el régimen legal anterior y que lamentablemente no supieron cuidar y desarrollar, salvo contados ejemplos, está legalmente hoy en manos del poder político, incurriendo en un contrasentido porque la autonomía universitaria existe o tiene sentido solo frente a un poder político, estatal o de cualquier otra naturaleza, que amenace o afecte los propósitos universitarios. Y es que la cuestión universitaria es una cuestión política y, como tal, reúne propósitos no siempre integrados correctamente. Veamos.
En primer lugar, en la universidad peruana se funden elementos del modelo alemán, que privilegia la investigación, con los del modelo francés, dirigido a la formación de cuadros profesionales, desde el siglo XIX. Solo así se entiende que la universidad otorgue, luego de cinco años, la credencial académica y la licencia profesional. Otros países, como Francia por ejemplo, distinguen claramente la formación profesional de la formación académica; tanto una como la otra son de alto nivel y gozan de prestigio en sus ámbitos respectivos.
En segundo lugar, contamos con el modelo de universidad pública y el de universidad privada. Ambos han sufrido la legislación anterior que consideró conveniente regular de una misma manera dos realidades y dos propósitos institucionales, en el primer caso las políticas de Estado a canalizar mediante ellas, mientras que en el segundo las políticas consistentes con la identidad asignada por sus promotores. Como se ha señalado, en ambos modelos encontramos experiencias funestas por haber abusado de la autonomía universitaria y se piensa que un mismo molde legal podría corregir los desaguisados.
En tercer lugar, encontramos el modelo de autogobierno universitario y el de partes interesadas o emprendimiento privado. El primero está presente tanto en la universidad pública como en la privada; el segundo solo en la universidad privada. Por el primero, la universidad carece de propietarios, la rige la comunidad académica y esta define sus propósitos por sí misma, usualmente de carácter universitario. Por el segundo, los propósitos universitarios deben ser conciliados con los intereses de los emprendedores, sea con fin de lucro o sin fin de lucro.
Estos tres esquemas proporcionan modelos para armar; pero debemos estar alertas ante el escenario diverso que nos muestra el país. La realidad social peruana nos previene que estamos ante un caleidoscopio universitario –lo decíamos ya en Aula Magna del 2002- si consideramos lo peculiar de la universidad con autorización provisional o con autorización definitiva; hoy con licenciamiento o sin él, con acreditación o sin ella; si reparamos en lo propio de la universidad peruana cuya oferta es plural, como la de San Marcos, o politécnica como la de la UNI; si atendemos a las posibilidades de la universidad con recursos para desarrollarse o con los indispensables para subsistir; la capitalina y la provinciana, la que procede de la provincia e ingresa a la capital, la que procede de la capital y se instala en la provincia; la que privilegia su orientación por el comportamiento del mercado, la que pugna por preservar su identidad académica, la que conjuga eclécticamente ambas perspectivas. Y entre todas estas, las que logran insertar a sus egresados en el mercado y las que no lo logran; las que investigan científicamente y las que han decidido no hacerlo; finalmente, las que se proyectan a su comunidad local o regional y las que optan por no hacerlo.
Es significativo por preocupante que el último ranking sobre universidades peruanas, de AméricaEconomía (octubre, 2015), comprenda solo a diecinueve de las ciento cuarenta que operan en el país, sin contar a las extranjeras que actúan sin supervisión estatal. Son las diecinueve que aceptaron proporcionar información. Todo esto es señal de la diversidad caleidoscópica y advertencia para que no pretendamos regular la universidad peruana mediante un solo molde, o dos. Las universidades que merecen desenvolverse con un grado alto de autonomía universitaria no deberían sufrir las restricciones comprensibles en quienes deben esforzarse más para alcanzar estándares básicos.
Hoy la igualdad ante la ley debe conjugarse con el respeto a la identidad y a la diversidad. La universidad no es ajena a ello. Reconocer y valorar la calidad en la diversidad es la tarea inmediata. Es acertado, por ello, que se ofrezca un coloquio para hablar de modelos para armar, así en plural. Con el verso de Machado: caminante no hay camino, sino estelas en la mar.
Puedes saber más sobre el coloquio Universidad peruana: Modelo para armar en la Agenda PUCP.
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