Virtualidad, telepresencia y la nueva normalidad
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David Chávez
Coordinador de la Sección Ingeniería de las Telecomunicaciones y director del Cetam
De manera repentina, las personas hemos volcado nuestra atención hacia las redes, la telecomunicación y el Internet para reconocer su importancia y protagonismo en nuestro quehacer cotidiano, nuestras costumbres y prácticas.
Los académicos, que venimos contemplando con mucho interés el aumento de la preponderancia de la comunicación digital en todas sus manifestaciones, vemos cómo ahora esa tarea se ha extendido a todos. Hemos reconocido rápidamente que el acceso a la red, tanto móvil como fijo, es ahora una nueva suerte de cordón umbilical.
El acceso a la red, tanto móvil como fijo, es ahora una nueva suerte de cordón umbilical».
Es fácil imaginar situaciones en las que acceder o no acceder, o el desempeño de dicho acceso, está relacionado con temas críticos; en el extremo, aun de vida o muerte. Aceptada esta realidad, el siguiente paso que nos toca dar está encaminado hacia la telepresencia.
La propuesta es simple. Ante la incertidumbre que genera no saber con certeza si las personas con quienes interactuamos directamente nos pueden contagiar o resultar contagiadas por nosotros, es razonable evitar el contacto al máximo. Y esto nos lleva a contemplar la nueva normalidad, donde será imperativo evitar las concentraciones de personas en todo ámbito: el trabajo, la escuela y la universidad, el transporte público, el entretenimiento, como el cine y los conciertos, entre otros. Es razonable esperar que pronto las más acatadas referencias y especificaciones sobre salud y seguridad en el trabajo, como las de la norma internacional ISO 45000, sean sujetas a revisiones y actualizaciones en este sentido.
Una persona telepresente, por lo tanto, puede ver, oír, olfatear, saborear o tocar cosas que no están al alcance directo de sus órganos sensoriales».
Volvamos entonces al protagonismo de las telecomunicaciones y el auge de la telepresencia. Este término técnico, acuñado en la década de los 80 del siglo pasado, estaba inicialmente asociado a sistemas de defensa o de automatización de la manufactura, pero ha sido adoptado también en otros entornos cada vez más alejados de la corporación, y más cercanos al hogar y a la intimidad de la persona. En el contexto de una pandemia ocasionada por un virus, como ahora, se convierte en opción real para la continuidad de la actividad laboral, educativa y social de los individuos.
Para no abundar en términos técnicos, la telepresencia se resume en telecomunicar la información que compone la totalidad de la sensorialidad de la persona humana, separando, en distancia y tiempo, los elementos sensores y actuadores de cada canal sensorial. Una persona telepresente, por lo tanto, puede ver, oír, olfatear, saborear o tocar cosas que no están al alcance directo de sus órganos sensoriales. De esta manera, quedan impedidos todos los vectores de transmisión de enfermedades biológicas, pues el intercambio y el contacto material entre la persona y los objetos que se perciben son nulos.
Varios centros e instituciones de investigación y desarrollo -entre las que se incluye la PUCP- trabajan para mejorar esa experiencia telesensorial y hacerla menos ajena a nuestra cotidianeidad».
Las múltiples sesiones de videoconferencia en las que venimos participando desde que el Gobierno decretó medidas de aislamiento nos han enseñado que es viable y aceptable la interacción humana asistida por telecomunicación. Pero, naturalmente, aspiramos a que la interacción sea más rica sensorialmente hablando. Esas expectativas no están desatendidas.
En estos días, en varios centros e instituciones de investigación y desarrollo –entre las que se incluye la PUCP, a través del Departamento de Ingeniería–, trabajan precisamente para mejorar esa experiencia telesensorial, con el fin de hacerla más sensible, más accesible en términos de interfaces y menos ajena a nuestra cotidianeidad.
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