Informe PuntoEdu: Instrumentos del crimen
Especialistas de la PUCP analizan la problemática de la delincuencia juvenil desde una perspectiva psicológica, sociológica y legal. ¿Cuál es el origen de los chicos que ingresan a la vida delictiva?
Texto:
Carlos Franco
Cuando cometió su primer crimen, Norbin Antonio Aguilar Rodríguez tenía tan solo quince años. Hasta los catorce, el muchacho, que ahora pasa sus días recluido en el Centro de Rehabilitación Juvenil José Abelardo Quiñones, en Chiclayo, asistía al colegio, como cualquier otro chico de su edad, y ayudaba a sus papás con las tareas de la casa.
Norbin no parecía un adolescente rebelde ni un antisocial. Por su apariencia, incluso, cualquiera diría que no era capaz de matar siquiera a una mosca. Hasta la prensa local lo había descrito como un joven “de mirada angelical y sonrisa pícara”. Pero esa “mirada angelical” se convirtió en una, más bien, fría y calculadora la mañana del 21 de mayo del 2012, el día en que mató por primera vez.
Norbin le disparó un balazo en la cabeza a un policía. Lo hizo por encargo de su tío, Elber Fernández, a quien debía S/. 300. Él contó a la prensa que cumplió el pedido de Elber bajo amenazas: “Me dijo que, si no lo hacía, me mataría a mí y a toda mi familia. El día del crimen no lloré, la verdad no sentí nada. Solo disparé muy rápido y, luego, corrí”, confesó al diario Perú21.
Norbin relató que le había pedido prestada esa plata a su tío para comprarse ropa. El dinero escaseaba en casa y la familia tenía gastos más urgentes. Elber, un hombre inescrupuloso de 26 años, quiso zanjar la deuda con el asesinato del suboficial Fernando Rodríguez Torres. Era el precio que tenía que pagar por haberle puesto una papeleta. “Mi tío conocía todos sus pasos y puso en el camino piedras para que el ‘tombo’ baje de su auto. Me dijo: ‘toma tres cartuchos calibre 16. Si con uno no le das, ahí tienes dos más. Tienes que matarlo como sea. Si lo logras, ya no me pagas los S/. 300’”, detalló el muchacho, que cumple hoy una condena de seis años por su crimen.
Pero, para jalar el gatillo del arma, Norbin tenía que haber sido adiestrado en la violencia homicida. Porque no cualquier joven, con 15 años de edad, se somete fácilmente a la ley del plomo. Siempre hay móviles, motivaciones, complejos y violentos procederes; actos inexplicables o que se explican, tal vez, conociendo mejor la personalidad de aquellos que matan sin miramientos, que no tienen sentimiento de culpa o autocrítica, como sucedió con Norbin y otras decenas de sicarios adolescentes que son usados, día tras día, como instrumentos del crimen.
¿Base biológica?
“Estos jóvenes no solo transgreden normas, sino que no tienen autocrítica ni autocensura en su comportamiento”, afirma la Dra. María Victoria Arévalo, docente del Departamento de Psicología. “Todos nos damos cuenta de lo que hacemos y podemos controlar nuestro comportamiento y autocriticarnos. Ellos, en cambio, no lo hacen, y, además, son insensibles al dolor humano. ¿No has visto como, a veces, se ríen en la televisión? Parece que fueran insensibles al dolor”, añade la especialista.
Para la Dra. Arévalo, este tipo de accionar debe entenderse a partir de una diferenciación en el comportamiento violento de los jóvenes: “Para tener un comportamiento violento, hay que tomar en cuenta un tipo de problema que se llama ‘desorden de personalidad antisocial’, el cual tiene una base biológica en el cerebro que les impide incorporar normas de convivencia y valores, sin importar que vengan o no de un hogar estructurado”.
Pero el círculo familiar, así como el contexto donde se forman, crecen y educan estos adolescentes que actúan con la frialdad propia de un delincuente prontuariado, también son factores a considerar al momento de hacer un análisis de lo que se conoce como delincuencia juvenil.
Puedes leer el informe completo de PuntoEdu Año 10, número 304 (2014)
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