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Historia: ¿cada vez celebramos menos los carnavales?

¿De dónde nace la tradición de mojarnos en febrero? El doctor Jesús Cosamalón , docente del Departamento de Humanidades, nos explica la evolución histórica de las fiestas de carnavales.

  • Texto:
    Alejandra Yépez
  • Fotografía:
    Roberto Rojas

A inicios del siglo XX, los carnavales eran una importante festividad limeña, la cual solo se podía comparar con Navidad. Sin embargo, esto no fue siempre así. A lo largo de la historia peruana, la sociedad tuvo distintas perspectivas sobre esta tradición que data de la conquista española.

Celebrada originalmente tres días antes de la Cuaresma (domingo, lunes y martes de la primera semana de febrero), los carnavales fueron promovidos, al inicio, por la Iglesia católica. “Era una manera de marcar el paso de un tiempo de caos a otro tiempo más ordenado, que marcaría la entrada a la Cuaresma. Los días de carnaval son como los días de la carne, en los que la gente se puede comportar de maneras en las que usualmente no podría”, explica el historiador.

Los comportamientos tolerados incluían burlarse de las autoridades, arrojarse huevos podridos y, por supuesto, mojarse. “En las zonas rurales, el carnaval fue adquiriendo otras particularidades. En la sierra central, la fiesta coincidía con las épocas de lluvia, por lo que se fue volviendo una festividad agrícola”, afirma.

Época republicana

Con la independencia del país, la percepción sobre los carnavales cambió considerablemente. “En los inicios de la época republicana, había una necesidad de crear una imagen de un pueblo civilizado, ordenado y trabajador, lo cual chocaba frontalmente con la práctica colonial del carnaval”, narra el doctor Cosamalón.

Las élites republicanas consideraban indecente una celebración en la que el pueblo se descontrolaba, las mujeres eran tocadas y las autoridades eran arrojadas a las acequias. “En esta época, eso se asoció a algunos grupos en particular: mulatos, negros, zambos, indios que, en ese momento, ‘expresaban su inmoralidad’”, indica.

Cabe resaltar que siempre hubo una parte de la clase alta que participaba en los festejos estivales. “Ellos hacían fiestas privadas con máscaras, en las que se arrojaban chisguetes con agua perfumada, tenían una versión más ‘decente’ de la fiesta”, expresa.

Posguerra del Pacífico

La Guerra del Pacífico fue otro hito que transformó la percepción de las élites sobre esta fiesta, ya que “dejó claro que el Perú no había construido una sociedad homogénea, ni una idea de nación. Después de esta guerra, la construcción de nación suponía la integración de lo popular dentro de la vitrina nacional. Esto requería asimilar ciertas prácticas populares como el carnaval, además porque quienes habían luchado defendiendo al país habían sido afrodescendientes e indígenas que también querían tener un lugar en el imaginario popular”, explica.

Es así que en 1922, con Augusto B. Leguía como presidente, se celebró la primera fiesta de carnavales organizada por el Estado. A partir de ese año,  en la ciudad de Lima, se empezó a realizar un importante corso y la elección de una reina de belleza.

“Hay vídeos en los que se ve al presidente Leguía jugando carnavales. Él también está presente en los corsos que, a partir de este momento, adquieren un tono oficial”, explica. Es desde este momento que la fiesta de carnaval –renovado y europeizado- se convierte en una de las festividades más importantes del país.

El ocaso del apoyo estatal hacia la fiesta de carnaval ocurre en 1959, cuando entra en vigor el Decreto Supremo 384, promulgado un año antes por el presidente Manuel Prado. Con este documento, se canceló la realización de corsos por carnavales y se trasladó la celebración al primer domingo de febrero.

Cosamalón explica que, con el tiempo, los juegos de carnavales fueron desapareciendo de los espacios de clase media y se refugiaron en los barrios más populares. “Hoy en día, si vas un domingo a lugares como Barrios Altos o el Rímac, sabes que te van a mojar. Los carnavales sobreviven donde existen vínculos barriales. No se va a encontrar en los de clase media, donde las personas no saben ni siquiera el nombre de su vecino que vive al frente”, concluye.

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