Desde hace mucho tiempo, la imagen de Micaela Villegas seduce la mente de Alonso Cueto. Todo comenzó en el colegio, para ser exactos. Fue un día en el que, de paseo por la Quinta de Presa en el Rímac, visitaron una casa donde le dijeron que había vivido la actriz. Aunque se ha comprobado que la historia no fue así, Cueto ya tenía su primer encuentro con ella.

Fue la mezcla de contrastes lo que hicieron inigualable a este personaje que supo trocar un insulto en el nombre con el que se hizo famosa: la Perricholi. Se dice que era una mujer sensual y, a la vez, muy autónoma; una religiosa con aspectos mundanos en su vida; una gran artista y también empresaria; una persona inteligente, sabia, cautelosa, y, a la vez, vehemente, apasionada y caprichosa. “Siempre las figuras que son contradictorias son atractivas para un escritor, porque no nos interesa la gente simple”, señala Cueto.

Cueto, docente de nuestro Departamento de Humanidades, ha pasado los últimos ocho años leyendo libros de historia colonial. Ha visitado las bibliotecas de la PUCP, del Instituto Riva-Agüero y del Instituto Raúl Porras Barrenechea. Además, ha complementado esta información frecuentando y conversando con profesores de nuestra Universidad que conocen del tema, como Paul Rizo Patrón, Scarlett O’Phelan, José Antonio Rodríguez y Alberto Isola.

No contento con eso, ha recorrido los lugares donde los amantes encontraban refugio. Imagina cómo fueron los jardines, los surtidores, los juegos y las caídas de agua cuando la pareja desataba los rumores entre los limeños. “Cuando uno escribe una obra histórica, hay que pensar mucho en reconstruir las costumbres, el habla, el lugar y, en este caso, hacerte amigo de la protagonista, conversar y visitarla todos los días. Eso toma un tiempo”, resalta.

Es así que, después de empaparse de toda la información posible, el libro estuvo listo a finales del año pasado y se publicó este 2019.

La Perricholi. Reina de Lima está narrada con un estilo de frases breves y envolventes que le imprimen velocidad y vigor a la prosa. La novela explora el indomable corazón de la actriz y ayuda a entender a la Ciudad de Reyes de ese entonces. “Es una expresión de los cambios que empieza a experimentar la sociedad. Hablamos de un tiempo en el que la Perricholi tiene un movimiento social muy grande, ya no es un siglo endeudado con las castas como era el anterior”, explica.

A sus 64 años, Alonso Cueto reparte su tiempo entre la docencia, la literatura y su familia. Tiene muchos proyectos en mente y se siente feliz de haber retratado parte de la historia del Perú en esta última entrega, con la que cierra por fin su capítulo con Micaela Villegas. “Se fue y sigue caminando sola por el mundo”, dice, con la esperanza de que algún día regrese.

Permio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo

Mientras almorzaba con unos amigos hace un par de semanas, en su casa en Miraflores, Alonso Cueto escuchó el sonido del teléfono. Casi nunca responde cuando está ocupado; pero, ante la insistencia de la llamada, lo hizo. Al otro lado de la línea, una voz con acento español lo saludaba con un ‘enhorabuena’. El escritor era el ganador del II Premio de Narrativa Juan Goytisolo de Alcobendas por su novela Palabras de otro lado.

La obra ganadora es una indagación sobre la identidad que transita entre Lima y Madrid. El punto de partida de esta historia es una mujer peruana que, en su lecho de muerte, le cuenta a su hija Aurora que su padre no es quien ella cree sino un español de nombre Ignacio Peña. La madre no le da mayor detalle, solo le deja algunas cartas que él ha escrito. Aurora se propone encontrarlo.

El jurado ha destacado del autor “su indagación en la búsqueda de la identidad mediante un lenguaje eficaz, una naturalidad narrativa, y una trama por distintos espacios geográficos de Perú y España”.

Participaron cerca de un millar de novelas del mundo hispanohablante. El premio, dotado con € 20,000 y la publicación de la novela en Galaxia Gutenberg, fue dado a conocer por el alcalde de Alcobendas, Ignacio García.

Cueto recibe este reconocimiento con gratitud, sobre todo hacia los miembros del jurado, presidido por Mercedes Monmany, a quien admira por su trabajo. “De pronto, el almuerzo se convirtió en un brindis, pero vine a la PUCP a dar mi clase y lo olvidé, porque uno se olvida todo cuando enseña literatura”, dijo. Sin dudas, sus historias han trascendido, tocado fibras y también nos hacen olvidar de todo lo demás.