"Un síntoma definitivo del talento de un joven es su compulsión por crear"
El Premio Southern, en la distinción Medalla Adolfo Winternitz Wurmser, fue entregado este año por primera vez a un artista plástico. El reconocimiento distingue la obra del pintor peruano y su incalculable significación artística y de importancia para el país. Conversamos con él sobre su visión del arte y su vinculación con la PUCP.
-
Fernando de Szyszlo
Artista peruano
Texto:
Miguel Sánchez FloresFotografía:
Guadalupe Pardo
¿Para qué sirve el arte?
Las funciones del arte son varias. Para el artista significa la posibilidad de la expresión y, con ello, expresar al grupo humano al que pertenece. Creo que la producción artística está marcada por las circunstancias. Como decía Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. En ese sentido, no hay pintores más españoles que Goya o Picasso o un poeta más peruano que Vallejo. La función del arte es expresar al grupo humano al que pertenece al artista y también actúa sobre el individuo a quien le amplía el horizonte. Me encanta aceptar esa frase de Malraux que dice: “Me gusta pensar que uno de los significados de la palabra arte es darle conciencia a los hombres de la grandeza que tienen pero ignoran”. Cuando nosotros escuchamos la Novena Sinfonía de Beethoven o vemos la Capilla Sixtina ampliamos nuestro horizonte personal. El arte es eso: una complicidad que no existe sin espectadores, auditorio, lectores.
¿Sobre su formación artística, qué elementos mencionaría?
Yo debo decir que mi formación no solo es mi experiencia de vida, de bueno y de malo, sino también los libros que he leído. Las historias de Dostoievski o las angustias de Marcel Proust. Creo que el arte está vinculado a la existencia del hombre, cuando ese animal toma conciencia e inventa, por ejemplo, la agricultura, se crea un tiempo para pensar quién es. Entonces ahí nace la religión, nace el arte y las ciencias que tratan de responder a esos interrogantes sobre el por qué estoy aquí, por qué muero. Es así que nace al arte como un testimonial contra la fugacidad del tiempo.
¿Cuáles son las señales de una verdadera pasión artística?
Por un lado está el trabajo diario. Pero, por otro, siempre he creído que un síntoma definitivo del talento de un joven es su compulsión por crear, por hacer, eso es una señal indudable de talento. El primer acto plástico es el de los enamorados que graban sus nombres en las cortezas de los árboles, eso mismo es tratar de poner fuera del alcance del tiempo un testimonio.
¿Qué le diría a un joven que aún duda de su vocación?
Es curioso porque cuando uno comienza tiende a creer que se necesita aprender técnicas; sin embargo, más importante es tener esa necesidad de expresarse. Si uno tiene eso, luego puedes aprender a dibujar, pintar, escribir, lo que sea. No tiene que ver con la edad tampoco. Si Cézanne hubiera muerto antes de los cuarenta años, no hubiera pasado a la historia. Por el contrario, personajes como Miguel Ángel o Velázquez parecieron artistas a los que no les costaba ningún trabajo pintar.
¿Cuáles son las pulsiones de un artista?
Y sobre el compromiso del artista, ¿cuál es su postura?
En ciertas circunstancias, el artista tiene que manifestarse, tiene que colaborar no solo con su trabajo sino también con su actitud para que cambien las cosas. Hay grandes escritores a los que les importó un comino lo que pasaba en el mundo, tales como Borges o Proust, dos de los más grandes escritores del siglo XX, quienes nunca se preocuparon por esas cosas. Hay otros que se preocuparon tanto que participaron no solo políticamente sino activamente como Hemingway, Lawrence de Arabia, o Malraux. Creo que una obra de arte verdadera tiene que reflejar lo más profundo de quien la crea y volvemos a lo que decíamos antes, lo más profundo de quien la crea está no solo vinculado a su propia experiencia sino también a su hábitat y circunstancias. El arte tiene una identidad aun cuando el artista no quiera darle identidad.
¿Qué buscaba cuando decidió viajar a París en los años cuarenta?
Cuando viajé a París yo creía que era miembro de la cultura occidental, pero una vez ahí me di cuenta de que no, que era un pariente pobre; pero también me di cuenta de que tenía una tradición muy rica y que tenía que ser considerada en mi obra. Es así, que para mí son tan importantes los tejidos de Paracas como las pinturas de Rembrandt. Todos en mi generación viajamos a París con la intención de poner al día al Perú en materia de arte contemporáneo y que, además, tuviera un contenido que marcara su procedencia. Éramos conscientes de que era necesario oponernos a la tradición, teníamos la necesidad de hablar en el lenguaje de nuestra época. En el Perú hablábamos un lenguaje atrasado. Por ejemplo, cuando llegó el impresionismo, en Francia ya había pasado el cubismo, la abstracción geométrica y el surrealismo, entonces había un doble desafío que era interesarse en lo propio y, al mismo tiempo, expresarlo en un lenguaje contemporáneo.
¿Cómo ve al arte contemporáneo?
Creo que se han perdido demasiado los valores. El libro que acaba de publicar Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, es un libro capital y debería ser de lectura obligatoria para todos los jóvenes artistas. En el libro, Mario quiere probar que el arte se ha vuelto ligero, sin contenido, que se ha vuelto un juego porque la sociedad ha perdido peso, así como la vida misma. El sexo se ha vuelto una especie de gimnasia sin valor, el arte mismo se ha vuelto un juego sin misterio, nuestra sociedad ha perdido trascendencia.
Con Mario Vargas Llosa también coincidió políticamente.
Siempre digo que me involucré no porque era amigo suyo sino porque yo tenía ese mismo sueño de un Perú distinto. Creo que esa campaña fue capital, es decir Mario perdió las elecciones pero su teoría ganó, o sea el Perú no sería el mismo sin sus ideas, aquellas que criticaban las nacionalizaciones. El Perú es otro y la política cuenta mucho menos ahora. Hay una inercia en el país, hay una clase media que ha crecido y que está tan llena de entusiasmo por mejorar que ya no es tan fácil de manejar.
¿Qué recuerdos de su época de estudiante en la PUCP?
Muchos recuerdos porque no solo estudié pintura en la PUCP sino que fui además profesor durante veinte años en la Facultad de Arte. Como estudiante, recuerdo mucho al profesor Winternitz. En su caso no era tanto la enseñanza de pintura porque él nunca lo tomó como una profesión sino más bien como una manera de vivir, entonces la educación que él daba era una educación espiritual. Él tradujo Las cartas de un joven poeta de Rainer Maria Rilke y nos hacía un hermoso curso con ese texto.
Algunos amigos:
Jorge Eduardo Eielson: un poeta de un talento increíble, realmente yo creo que para sus contemporáneos y amigos siempre fue deslumbrante. Nunca pasó desapercibido, todos nos dábamos cuenta de que Eielson era un talento increíble. Recuerdo que el doctor Basadre publicaba una revista que se llamaba Historia y junto a ella se publicaban plaquetas de poesía. Para el primer número, este le había propuesto a Javier Sologuren, sin embargo, el mismo Sologuren le dijo: “Hay un poeta que merece antes que yo ser publicado, este es Jorge Eduardo Eielson”.
José María Arguedas: es el Perú mismo, es el drama del Perú, José sufrió ese drama y nunca pudo ver que el problema tenía solución. Él siempre creyó, siempre tuvo fe que un día íbamos a descubrir que la sierra peruana era una parte importante y mayoritaria del Perú. Él nunca perdió la fe, pero sufrió por ser el abanderado de una causa que aún estaba en ciernes, de la que solo se ocupaban los políticos para hacer política pero que no la sentían.
Mario Vargas Llosa: es una persona que yo quiero mucho, seguramente es mi mejor amigo, es una persona fundamental para el desarrollo intelectual del Perú. Ha tenido una actitud tan ejemplar y honesta siempre con la vida. La ciudad y los perros es un libro que antecede tres años a Cien años de Soledad. Mario es ese talento sumado a una conciencia vigilante de lo que pasa.
Blanca Varela: usted sabe que fue mi esposa por muchos años, ella es una poeta de un talento increíble, y además de una modestia enorme. Nunca sintió esa responsabilidad tremenda de escribir todos los días, ella solo escribía cuando la compulsión de escribir no la podía contener más. Por eso su obra es tan corta, comprimida y muy poderosa. Blanca nadaba en talento.
Deja un comentario