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De héroes y celebraciones fosilizadas: sobre la conmemoración del 8 de octubre

Reflexión sobre las conmemoraciones cívicas vinculadas a guerras en nuestro continente y la construcción de imaginarios nacionales.

  • Jorge Bayona

En numerosas conversaciones informales he oído comentar que la celebración peruana de un revés militar –como lo fue claramente el Combate de Angamos– es reflejo de una actitud derrotista en el país. El viejo síndrome del «se jugó como nunca, se perdió como siempre». Quizá una fecha más propicia para un feriado sería la conmemoración del Dos de Mayo de 1866 (que en realidad fue un empate) o del 31 de julio, por la victoria contra Ecuador en 1941 (que en realidad casi fue un walkover).

No se trata acá de hacer una defensa de las virtudes de Miguel Grau o de las hazañas del Huáscar. Cabría preguntarse más bien si esta efeméride realmente refleja una actitud «perdedora» por parte de los peruanos. Si se empieza por revisar el calendario festivo boliviano, se ve que su único feriado republicano es el Día del Mar, celebrado cada 23 de marzo. Este conmemora el Combate de Calama, que también ocurrió durante la Guerra del Pacífico, y que fue una derrota de un grupo de bolivianos superados en número y armamento. La figura del héroe de la jornada, Eduardo Avaroa, sigue adornando numerosas plazas en Bolivia. Quizá la glorificación de estos personajes sea algo propio de los países derrotados.

Sin embargo, esto no se sostiene al compararlos con el caso chileno. Cabría esperar que, si conmemoraran alguna fecha de la Guerra del Pacífico, sería su victoria en Angamos, o las batallas de Lima. Chile también tiene un único feriado propiamente republicano, que es el 21 de mayo, Día de las Glorias Navales. Este rememora el Combate de Iquique, que fue una victoria pírrica peruana. Es decir, los chilenos, los vencedores en la guerra, también celebran sus derrotas. Existiría la posibilidad de que el héroe fuera el capitán chileno que llevó al blindado peruano Independencia a su perdición, mas no es así. La figura central del culto heroico chileno es Arturo Prat, el infortunado comandante de la Esmeralda, obsoleto buque que no tenía ninguna posibilidad contra el superior blindaje y artillería del Huáscar. Hacia el final del combate, y a falta de mejores opciones, saltó sobre la cubierta del buque peruano, donde terminó muriendo.

Este caso hispanoamericano de pervivencia de conmemoraciones de batallas del siglo XIX nos sirve para comprender no necesariamente el «espíritu» actual de los tres países (si es que ello realmente existe), sino más bien el culto al héroe. El héroe, tal como era entendido dentro de los parámetros del romanticismo decimonónico, era aquella figura que amaba tanto a su patria que estaba dispuesto incluso a sacrificar la vida por ella, especialmente en situaciones completamente sin esperanza. El que logren algo de importancia en dicho intento no les hace daño, pero frente a la muerte «gloriosa», resulta algo secundario. Y por ello es que Cáceres queda un tanto postergado por Bolognesi; y en el caso de Chile, Baquedano (general que ocupó Lima, entre otros lugares) es eclipsado por Carrera Pinto (capitán que murió derrotado en Concepción, Junín).

En conclusión, los cultos a los héroes en Perú, Bolivia y Chile son más similares de lo que parecería a primera vista. Lo que sí habría que preguntarse es por qué en un periodo en que lo ideal sería más bien la integración, siguen presentes efemérides propias de una cosmovisión en buena medida superada. La peruanidad o la chilenidad no tienen que ser encarnadas en héroes militares y en celebraciones que se han fosilizado en nuestro imaginario. Los latinoamericanos no somos solamente batallas «gloriosas», por más que los militares así lo quieran.

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