En la PUCP, desde hace mucho, Santa Rosa de Lima (1586-1617) figura como nuestra patrona. Y como en toda experiencia de fe, es preciso vivirla como revelación gratuita pero también como aporte a nuestras forma de ser, que impulse y transfome, para mejor, nuestra vida.

Quisiera por ello resaltar tres aspectos.

Rosa vivió con toda libertad y hondura la dimensión subjetiva profunda de la relación interpersonal íntima con Dios, propia del renacimiento vivida por otros importantes personajes de la época como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz. Razón por la cual fue incomprendida, ella y sus amigas, y tuvo que comparecer antre la Inquisición de Lima por sospecha de «alumbrada». Sus cuestionadores no podían entender la mística como tampoco nosotros ahora. El místico es como un artista, es una vocación de extrema sensibilidad hacia Dios, es una especie de sensor que vibra al compás del Espíritu de Dios, como vibran los genios de la música, la pintura y la danza. Por ello cuando fue inquirida, le era difícil explicar racional y detalladamente todo lo que vivía y sentía, de allí que cercada y presionada llega a declarar su experiencia con estas palabras que solo alguien de profunda vitalidad puede afirmar: «Cuando me siento como fuera de mí en aquel torbellino deshecho de obscuridades y sombras, llorando, me hallo de repente restituída en brazos de mi amado Esposo, como si de ellos nunca hubiera faltado, entre las claras luces de la unión primera. Siento unos impulsos ardientes de amor, como río o arroyo, que corre sin las prisiones del cauce que detiene su curso, con rápida y violenta corriente, buscando su descanso en la mar. Sopla luego apacible y fresca el aura de la gracia y comienza la tormenta gloriosa, adonde se anega el alma en aquel inmenso piélago de bondad y dulzura, y con trasformaciones inefables se transforma en el Amado, deshaciéndose de sí y haciéndose una misma con Él»(1).

Rosa solidaria

De allí que Rosa vivió un proceso de identificacion con Jesús en la totalidad de su ser. Encendida en llamas de amor no solo se extasiaba de vivir en oración y en las etapas del momento decisivo de su «vía crucis», sino en actuar los signos de su Reino en la acción solidaria con los más pobres de Lima. Dos pinceladas nada más: Rosa hizo de su casa un hospital, allí está la sala que le concedió su padre, para hospedar y servir a las mujeres de origen africano traídas como esclavas a Lima, cuando solo había hospitales para mestizos, criollos, españoles e indios, pero no para negros. Allí esta la imagen del Jesús «doctorcito» que iluminaba sus desvelos. Otra, que cuenta Luis Millones, en uno de sus sueños aparece la imagen de un obraje donde mujeres esculpen piedras (la minería ya era importante en el Perú) pero son dirigidas por Jesús, sin sufrimientos. Rosa afirmara su deseo de que este país que amamos fuera algún día «una partecita del cielo».

Es por todo esto que Rosa fue querida como Santa ya en vida, y amada con pasión por la gente sencilla. Rubén Vargas cuenta que su entierro fue inmenso y largo de varios dias, de modo que la gente le quería arrancar para sí un pedazo de sus atuendos, e incluso parece que en el masivo forcejeo el cadáver perdió uno de sus dedos. Cuando alguien es aunténticamente cristiano o cristiana la fe se propaga por si sola, evangeliza. Cuando hay doblez, la fe desaparece y la evangelización se interrumpe. Razón para seguir cultivando en todo nuestra comunidad universitaria estos valores laicos, místicos y solidarios, que nos muestran que no estamos tan lejos de ella y de su sencilla pero libre santidad.

(1) J. Meléndez. Tesoros verdaderos de las Indias en la historia de la gran provincia de san Juan Bautista del Perú, Roma 1681, p. 140. Citado por Cantu, F. Rosa da Lima e il «Mistico giardino» del Nuovo Mondo