"Al Sendero Luminoso del VRAE le interesa el dinero y la conexión con los narcotraficantes"
El profesor Gonzalo Portocarrero ha publicado recientemente el libro «Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso» (Fondo Editorial PUCP, 2012), en el cual a través de 15 ensayos analiza la figura de Abimael Guzmán, el sustrato mítico de la sociedad peruano-ayacuchana y los métodos de persuasión que contribuyeron al surgimiento de la insurrección senderista.
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Gonzalo Portocarrero
Sociólogo. Profesor principal del Departamento de Ciencias Sociales.
Texto:
Luis YáñezFotografía:
Jorge Ruiz
Para sus seguidores, Abimael Guzmán era un ser sobrehumano, con soberanía absoluta y que se encontraba por encima de las leyes del resto de mortales. ¿En qué se diferencia de otros caudillos políticos de nuestra historia reciente?
Abimael Guzmán no era cualquier orador de plaza. Era un profesor universitario, un «orador sagrado» que se alucinó como la persona que iba a salvar al Perú, a partir de su contacto privilegiado con el saber y de su conocimiento del marxismo. Siempre andaba de terno y corbata, con los zapatos limpios y con un libro bajo el brazo. Le gustaba citar a grandes pensadores y abrumar a los demás con su saber. Adquirió respeto entre los jóvenes de Huamanga. Era el profesor, el que sabía todo.
¿Qué encontraban en él?
Sus seguidores de base –que nunca lo conocieron- proyectaron en él sus necesidades y deseos: una especie de superhombre, un supercientífico, dotado de una voluntad de hierro y con un conocimiento exhaustivo de las cosas. Pero ante sus seguidores inmediatos, que sí lo conocían, Guzmán no era la figura heroica dispuesta a dar la vida por la causa ni el guerrillero que vive en el campo. No seguía para nada el modelo del Che Guevara ni de Tirofijo en Colombia, más bien era el señor profesor universitario que creía que la guerra puede dirigirse desde lejos y que evitó enterarse de los detalles sangrientos. Era un líder peculiar.
Guzmán manejó un discurso persuasivo que no estaba abierto a una discusión de ideas sino al cumplimiento de su palabra como si se tratara de un mandato divino.
Eso ocurría en la década del setenta, donde había mucho dogmatismo dentro del marxismo. Lo que hace Marx es secularizar el paraíso en la figura del socialismo. La felicidad sería posible aquí y ahora si el agente mesiánico (el proletariado) hiciera realmente un cambio revolucionario en la sociedad. Guzmán radicaliza esta tendencia mesiánica dentro del marxismo: su discurso trataba de hacer que la gente «despertara» de su sueño, de su fatalismo, de su resignación. Que se diera cuenta de la opresión en la que había vivido y que desde ahí surgiera el odio hacia los opresores, manifestado en violencia. Uno tenía que sentirse orgulloso de odiar, porque en el odio está la virilidad, la capacidad de acción, de transformar la realidad. Era un discurso de un profeta del odio que quiere convertir el odio en una suerte de evangelio redentor.
Y que emplea la violencia como arma de liberación, como una herramienta legítima para el cambio…
Sí. En Guzmán hay un dogmatismo en torno a la violencia, que cree que a corto o largo plazo, la violencia resulta benéfica al pueblo. Tratar de estabilizar las cosas es impedir que las contradicciones se desarrollen hacia su natural resolución que es el socialismo. Por eso cada vez que había una situación difícil, la respuesta de Guzmán fue incrementar la apuesta de la violencia.
Violencia que también vino por parte de las Fuerzas Armadas y la Policía, en respuesta a la violencia subversiva…
Hubo un combate para ver quién generaba más terror: Sendero Luminoso (SL) compitió por ser el terror más grande, en términos de tortura y crueldad. En cambio, las FF.AA., que tenían mucho más capacidad de fuego, podían ejercer un terror menos insidioso pero más efectivo en términos a la cantidad de gente a la que podía llegar.
Un aspecto que Ud. resalta en el libro y que no se suele mencionar mucho está relacionado a la infancia y juventud de Guzmán, cuando enfrentó situaciones traumáticas que ayudaron a la construcción del «Presidente Gonzalo».
Abimael Guzmán es una persona que pertenece al mundo señorial, dentro del cual se encontró en una posición precaria por ser hijo de una relación no formalizada. En un inicio vivió con su madre, pero cuando esta comenzó un nuevo compromiso, se quedó en la casa de unos tíos en el Callao donde fue maltratado y humillado. Ante esta situación, su papá lo recogió y lo llevó a Arequipa donde estudió en el colegio La Salle. Sin embargo, en el plantel recibió el desprecio de sus compañeros por ser un hijo natural (ilegítimo). Incluso, los padres de su primera enamorada se opusieron al romance porque consideraron que un «bastardo» no podía ser un buen pretendiente y la obligaron que rechace a Guzmán.
Frente a estas situaciones difíciles y traumáticas –y como compensación-, Guzmán se inventó el personaje del Presidente Gonzalo, se identificó como la persona que salvaría al mundo a través de su conocimiento de la ciencia. Adquirió un protagonismo fundamental en la insurrección senderista, que comenzó con su decisión y terminó con su caída. Si no hubiera existido Abimael Guzmán, no hubiera habido Sendero Luminoso.
Esa es una afirmación tajante. Luego de la captura de Abimael Guzmán, ¿se podría afirmar que Sendero Luminoso ya no existe?
En lo fundamental sí, porque hubo una desilusión tremenda. Sus partidarios esperaban que Guzmán no fuera hallado o de lo contrario, muriera en combate (en ese caso, se hubiera convertido en un héroe). Pero Guzmán nunca estuvo tentado por el martirio que impuso a sus propios seguidores; apenas cayó, pensaba en cómo obtener facilidades carcelarias. Él no hizo lo que predicó. Cuando cae Abimael Guzmán, SL implosiona, se derrumba.
Desde hace algunos años atrás, se especulaba la formación de una nueva alianza entre los remanentes del VRAE con el narcotráfico. ¿Lo que vemos hoy en día es un grupo armado al servicio de la droga o son senderistas propiamente dichos?
Por un lado, creo que entre el Sendero Luminoso histórico y el MOVADEF hay una clarísima continuidad. Sus seguidores provienen de una cultura señorial, de una clase media, de universidades públicas de provincias. Ellos piden la amnistía tanto para los militares como para los terroristas, que se corten los juicios y que haya una suerte de reconciliación nacional. Detrás de todo esto están las tratativas de Abimael Guzmán y los altos mandos de verse liberados.
Por otro lado, lo que tenemos en el VRAE es un Sendero Luminoso muy distinto: ya no tiene ese trasfondo religioso ni una ambición política muy clara y parece una banda mercenaria al servicio del narcotráfico. Es gente de extracción más popular, sin ideología, sin mayor nivel educativo, más pragmática. Son dos mundos sociales distintos; no veo una continuidad significativa entre el SL de Guzmán y lo que vemos ahora.
¿Sendero Luminoso se está «FARCarizando», como dice Jaime Antezana?
En eso tiene razón, porque el SL que tenemos en el VRAE es mucho menos terrorista que en la época de Guzmán, ya no asesina como forma de construir una correlación de fuerzas, como forma de dominar a la gente por el terror. Trata más bien de ganarse a la población. Por supuesto que emplea la violencia, recurre al terror, pero no de manera sistemática. Lo que más le interesa es el dinero y la conexión con los narcotraficantes.
¿Ud. está de acuerdo con el calificativo “narcoterrorista”? ¿Cómo podríamos llamar a estos grupos remanentes?
Yo creo que la palabra “terrorista” es una palabra que tiene un contenido que implica destruir la humanidad y se convierte en un estereotipo que justifica la violencia y el asesinato. Es parte de un lenguaje de anulación de cualquier derecho humano y es una palabra que debería usarse con más cuidado. Estos grupos tienen un aspecto delincuencial que no es político y un aspecto violento que no es sistemático ni llega a ser propiamente terrorista. Tampoco podemos hablar de una “guerrilla” porque no es un grupo armado que pretenda controlar al Estado. Son bandas delincuenciales que tratan de hacerse fuertes al ponerse a la sombra de lo que fue SL.
Un gran sector de la población sigue sintiéndose postergada y excluida, víctima de abusos y discriminaciones. ¿No sería este el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de un nuevo movimiento terrorista?
Creo que las condiciones internacionales y culturales ya no son las que hubo en la década de los setenta, cuando existía la expectativa del socialismo como una posibilidad y de la revolución como un horizonte, con una juventud dispuesta a sacrificarse por el bien de la sociedad. Ahora el horizonte lo marca el consumismo y la juventud actual es más bien pragmática, hedonista. La situación es totalmente diferente.
El malestar que puede sentir la sociedad ya no va a ser catalizado de la manera en que lo fue por Guzmán, que logró galvanizar en torno a sí la rebelión contra el maltrato, la servidumbre, la ideología de los jóvenes radicales, las ansias de poder de los intelectuales marginados. Esta coalición es muy difícil en el Perú hoy en día; la protesta social ya no va a estar concentrada por una fuerza sino que estará dispersa y expresada en formas muy variadas en la vida cotidiana.
Al parecer, hemos dado vuelta a la página muy rápido y no nos hemos detenido a analizar este proceso. ¿Qué podemos hacer con las nuevas generaciones?
Educarlos en el valor de la vida humana. El desprecio por la vida humana continúa y es el elemento de fondo que puede llevar al asesinato o a la tortura, sea por parte de las fuerzas del orden o por fuerzas subversivas.
El Perfil
Nombre: Gonzalo Portocarrero
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