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Una oportunidad para el Perú llamada Cañaris

  • Juan Javier Rivera Andía
    Magíster en Antropología de la PUCP

Apenas iniciado el 2013, la prensa peruana se ocupó de un pueblo hasta entonces casi desconocido: Cañaris (ubicado en el centro de un área cultural quechuahablante que se extiende por la sierra dividida entre Lambayeque, Cajamarca y Piura). Del 2008 al 2011 tuve la suerte de vivir haciendo trabajo de campo antropológico en esta comarca sin carreteras ni redes eléctricas que la relacionen con alguna de las capitales de esos departamentos.

¿Qué sucedió en Cañaris? En un contexto marcado por la poca voluntad de diálogo de una empresa minera extranjera, y por la desidia de unas autoridades regionales y nacionales, Cañaris decidió protestar públicamente. Decidió reclamar que el Estado oiga su voz, previamente expresada en acciones pacíficas y democráticas; su renuencia a la gran minería y su apuesta por un desarrollo fundado en los medios que sustentaron siempre su forma de vida campesina. Tal es su ―para muchos, impresionante― voluntad.

Durante años, Cañaris ha sido asolada por bandoleros que usurparon sus tierras con el poder de las armas. Sin embargo, nadie recuerda haber visto nunca tantos policías como los cientos que, en las recientes protestas, ocuparon la zona y dispararon contra su población desarmada. Ni los heridos ni el funeral de un hombre de avanzada edad, han merecido la atención de la prensa.

¿Qué más le debe Cañaris el Estado? ¿Los escasos y pequeños hospitales empeñados en imponerles prácticas de “salud” que les son ajenas? ¿Escuelas, a horas de camino, con  profesores que no hablan su idioma ni tienen incentivos para aprenderlo? Ningún agente del Estado que hayamos encontrado alguna vez allí hablaba quechua o se interesaba por ser traducido. Por su parte, la “mesa de diálogo”, instalada por el gobierno, ni siquiera se ha planteado un problema tan fundamental para sus objetivos, que parecen concernir solo a hispanohablantes.

Aunque esta parezca una historia conocida, cabe considerar que trata no solo de legitimidad, sino sobre todo de conocimiento. ¿Cuánto de legitimidad y de conocimiento estamos dispuestos a perder, en aras de un supuesto progreso y de unos ingresos que, por lo demás, no parecemos estar en capacidad de aprovechar en bien de todos?

De hecho, Cañaris muestra bastante bien cuánto ignoramos el Perú (y esta ignorancia es tanta que hasta podría dudarse si se explica por carencias crónicas u ocultas voluntades). No se requiere, en verdad, esfuerzos desmedidos para verificar que Cañaris posee, por poner solo algunos ejemplos, un patrimonio cultural único en el Perú (y probablemente en todos los andes); unos conocimientos ancestrales que abarcan áreas tan diversas como la medicina tradicional y la arquitectura religiosa; que preserva restos arqueológicos de inusual iconografía y bosques relictos con numerosas especies aún no estudiadas. ¿Tienen acaso nuestras instituciones para el desarrollo y la cultura alguna utilidad mayor que la de promover el conocimiento de regiones como Cañaris?

A pesar de estar rodeados por una sociedad que, si no los ignora, los estigmatiza como “pobres” o “radicales”, los ciudadanos de Cañaris muestran una dignidad y una fortaleza notables. ¿Por qué siguen hablando un idioma que es ajeno al poder? ¿Por qué no ceden a la tentación de la violencia clandestina y siguen apelando al derecho?

Las claves que guarda Cañaris podrían ayudarnos a probar, pues, no solo la aptitud de nuestras autoridades para respetar el juicio de un pueblo (por humilde que les parezca), sino sobre todo algunos de los tantos misterios de la historia del Perú y de su compleja realidad cultural. Cañaris no es en absoluto un problema; sino una oportunidad para conocernos mejor como nación.

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