Kant y los límites de la simple opinión
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Gianfranco Casuso
Profesor principal del Departamento Académico de Humanidades y coordinador del Grupo de Investigación sobre Teoría Crítica de la PUCP
Si cada uno tiene sus propias convicciones, si cada uno actúa guiado por sus ideas acerca de lo bueno y lo correcto, cabe preguntar entonces: ¿Quién tiene la razón?
Imaginémonos que un alumno decide quedarse en casa todo un fin de semana y estudiar para sus exámenes parciales en lugar de ir a una fiesta. ¿En qué se fundamenta esta decisión y qué la justifica? Podría decirse que estudiar para los exámenes es un medio que le va a permitir alcanzar un fin: aprobar los cursos. Continuando con este razonamiento, podríamos seguir preguntando: ¿y con qué fin quiere aprobar los cursos? A lo que bien podríamos responder: para acabar pronto la carrera. Acabar la carrera es, a su vez, un medio para conseguir un trabajo y esto último, uno de los medios posibles que le permitirían al alumno llevar una vida feliz y realizada.
Cuando entendemos a las acciones humanas de esta manera estamos hablando de una interpretación teleológica, puesto que telos significa fin y es el conjunto de nuestros fines o metas lo que da sentido y legitima a nuestros actos.
Esta aparentemente convincente interpretación tiene, no obstante, un gran defecto. Imaginémonos que el fin de una persona no es conseguir un buen trabajo luego de acabar sus estudios, sino más bien excluir de la vida pública a los homosexuales por considerarlos moralmente incapacitados y opuestos a su ideal de una sociedad decente. Igual que el alumno, esta persona va a buscar los medios adecuados que le permitan alcanzar sus fines y si lo hace eficazmente podría decirse que está actuando de modo racional.
Pero es claro que al intentar hacerlo, sus propias convicciones morales van a chocar con las convicciones de otras personas: en concreto, con las de aquellos considerados por él como “inmorales”. Si cada uno tiene sus propias convicciones, si cada uno actúa guiado por sus ideas acerca de lo bueno y lo correcto, cabe preguntar entonces: ¿Quién tiene la razón? ¿Cuáles convicciones morales son las correctas? ¿Es posible siquiera alcanzar un acuerdo entre grupos con convicciones distintas o mutuamente excluyentes? ¿Podemos contar con algún tipo de criterio que nos permita llegar a lo moralmente correcto independientemente de las opiniones o intereses particulares? Estas preguntas no pueden responderse desde una perspectiva puramente teleológica e individualista.
Este es precisamente el problema que Immanuel Kant vio y trató de solucionar. Él fue perfectamente consciente de que si queríamos alcanzar algún grado satisfactorio de armonía social, si queríamos evitar conflictos de conciencia como aquellos que dieron lugar a las guerras de religión que asolaron Europa durante los siglos XVI y XVII y que aún ahora impiden la integración de las sociedades, debíamos disponer de algo más que de un criterio basado en intereses y convicciones subjetivas para determinar lo moralmente correcto.
Kant, como muchos actualmente, desconfió de las creencias morales sustentadas en fines e intereses particulares como único medio de establecer consensos. Dichas creencias pueden servir a un individuo aislado como móvil para la acción, pero cuando entra en escena un otro con sus propios intereses, metas y convicciones, estas ya no son un criterio suficiente para determinar el modo correcto de actuar en sociedad, puesto que los diversos intereses pueden oponerse entre sí y conducir, potencialmente, a enfrentamientos irreconciliables o, incluso, a la exterminación física del oponente –como de hecho ha ocurrido no pocas veces en la historia de la humanidad.
El gran mérito de Kant consiste en haber planteado la necesidad de principios para establecer la validez de nuestros deberes que trasciendan la simple opinión, ya que esta suele ser obstinada y, lejos de mostrar tolerancia, trata siempre de imponerse sobre las opiniones contrarias –como es claro en los debates actuales en torno a la unión civil o la legalización de ciertas drogas. Cómo deben fundamentarse esos principios es, no obstante, la pregunta que aún hoy continúa abierta, pero los incesantes intentos por responderla no hacen sino seguir mostrando la enorme actualidad de Kant.
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