La obra de Svetlana Alexievich: ¿periodismo o literatura?
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Mario Munive
Director de la carrera de Periodismo de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación
¿Puede un texto periodístico alcanzar la misma altura, la misma hondura que una obra literaria? ¿Acaso la prosa documental no está facultada para suscitar el placer estético o la íntima conmoción que despierta la lectura de una ficción? Con sus matices, he visto revolotear estas interrogantes en internet luego que la Academia Sueca reconociera con un Nobel la obra de la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich.
Durante más de un siglo la prédica de la objetividad y su camisa de fuerza –la pirámide invertida— han tratado de enclaustrar el periodismo en las celdas de las estadísticas y los resultados. A la doctrina de la objetividad, estandarte comercial de las agencias de noticias, le debemos un dogma que ha contaminado muchas redacciones. Este vinculó lo creativo con lo ficcional, lo imaginativo con lo imaginario, lo estético con lo ficticio, lo veraz con lo notarial. Y esta asociación pronto se convirtió en sentido común. Tanto lo diseminaron los medios que más tarde se instaló también en las facultades de comunicación. En algunas hoy se asume que lo breve, lo inmediato y lo impersonal son atributos inherentes a la práctica periodística.
La obra de Svetlana Alexievich demuestra exactamente lo contrario. El periodismo puede ser subjetivo, atemporal, visceral y, al mismo tiempo, verificable y de relevancia pública. Géneros como la crónica o el reportaje buscan transmitir la textura de la vivencia humana, pero también una experiencia estética. Y este punto de encuentro con la literatura se da, en principio, a partir del uso de las mismas técnicas de escritura y montaje narrativo. Ciertamente, un periodismo que registra las emociones, relata los hechos, busca contexto e invita a pensar, nunca será la aspiración de quienes ejercen el oficio siempre de prisa y construyen “la realidad” con datos gélidos, imágenes de impacto y declaraciones arrancadas al vuelo. La ambición aludida aquí pertenece a una legión de cronistas que, en distintos idiomas y culturas, apuesta por un periodismo que sea literatura a ras del suelo, capacitado para captar y trasmitir la vida íntima y emocional de las personas.
Gracias a Voces de Chernóbil, la única obra de Svetlana Alexievich traducida al español, hemos “escuchado” el testimonio de los sobrevivientes de la catástrofe registrada en 1986 en una planta nuclear de la Unión Soviética. Los recuerdos de Liudmila Ignatenko, una muchacha de 23 años, con seis meses de embarazo, que se aferra al cuerpo literalmente desgarrado de su esposo durante catorce días de agonía, pertenecen al mosaico de historias orales que componen esta obra llamada por los críticos “novela polifónica” o “novela coral”. La autora lo explica así en su página personal en internet: “Escogí un género para que las voces humanas hablen por sí mismas. Personas reales cuentan en mis libros los acontecimientos de la época, la guerra, el desastre de Chernóbil y la caída del gran imperio (soviético). Juntos graban la historia del país, su historia común, mientras cada uno pone en palabras su propia vida”.
Cuenta Alexievich que cuando recoge la versión de esos testigos escarba y espera hasta extraer sentimientos y recuerdos que permanecían sepultados. El collage que arma luego, en cada uno de sus libros, se compone con esas voces captadas durante periodos de reportería que duran tres o cuatro años. Los métodos de investigación de la Nobel de Literatura 2015 se engarzan con la mejor tradición del periodismo narrativo latinoamericano. Los mismos pasos han dado en nuestra región, con sus particulares temáticas y estilos, Martín Caparrós, Juan Villoro, Alma Guillermo Pietro, Leila Guerriero y Alberto Salcedo Ramos. Me gusta pensar que a ellos se refería García Márquez cuando afirmó que este oficio era el más bello del mundo.
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