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Una nueva “carritera” para los estudios andinos*

  • Luis Andrade
    Docente del Departamento de Humanidades
  • Fotografía:
    Mario Lack

Me gusta imaginar obras colectivas como la que celebramos hoy día como las faenas comunales que son, o solían ser, tan comunes en los Andes. Propongo por eso recordar por un momento la manera como José María Arguedas representa el final de la construcción de la carretera de Puquio a la costa en su temprana novela Yawar Fiesta: “A los veinte días los comuneros llegaron a las ‘lomas’, sobre la costa”, nos dice el narrador. “Desde la cima de Toromuerto, vieron Cerroblanco, el auki de las lomas; contemplaron el valle de Nazca. Como una culebra ancha, negruzca, salía de la base de los cerros, serpenteaba en el arenal, daba vueltas sobre la tierra blanca de la costa, donde la luz del sol ardía como quemando polvo blanco, polvo espeso que escondía el horizonte. ¡Ahí estaba la tierra de la fiebre! Abajo, entre el arenal sediento”.

“De allí regresaron los sondondos, los chakrallas, los sukaras, los andamarkas, por el camino carretero, nuevecito. Regresaron componiendo, anchando el camino en los barrancos, empedrando los fangales. Sentían cariño por su ‘carritera’, como por los duraznales que crecían en los ríos de sus pueblos, como por las torcazas que cantan en las lambras que crecen a la entrada de sus casas. En Puquio quedaron los varayok’s de todos los pueblos, para esperar la entrada del camión que debía llegar para el 28, con los varayok’s de los cuatro ayllus. Los varayok’s de Puquio decidieron llegar hasta el pie de las lomas. Cien indios cargarían agua para los que trabajaban en el camino. De Nazca, hasta el pie de las lomas, estaban trabajando los costeños, para dar alcance a los puquios”.

Me gusta, decía, esta comparación porque da cuenta de la colaboración y organización metódica que debe haber, entre bambalinas, tanto en la construcción de una obra vial colectiva como en la elaboración de una serie enciclopédica tan copiosa como las Fuentes documentales para los estudios andinos. La compenetración, complementariedad y, por qué no, también la competencia de acciones que debe existir entre chakrallas, sukaras, andamarcas, puquios y costeños debe de ser similar, pensaba, a la que existió entre los 124 autores y los más de 20 revisores y asesores internacionales que, según información de Joanne Pillsbury, se “entroparon”, para usar otra palabra arguediana, en esta empresa descomunal. A ellos se ha sumado ahora una nueva tropa de minuciosos editores, traductores y correctores que han trabajado codo a codo para sacar adelante la obra en castellano.

Sin embargo, cuando tenemos entre manos los tres tomos ordenados, correctamente compaginados e ilustrados con esmero, nos cuesta imaginar el cúmulo de tareas diarias, consultas cotidianas y pequeñas decisiones que conducen a la elección de un gráfico, a la corrección de un ítem bibliográfico, a la actualización de un dato editorial. Hay detrás, pues, tanto trabajo colectivo como en la construcción de un largo camino, y reconocer este punto casi obvio, pero que se suele perder de vista cuando tenemos un libro listo, es lo primero a lo que yo quería invitarlos en esta presentación. Quería enfatizar este punto obvio porque es fácil olvidarlo, así como es fácil dejar de ver el trabajo que hay detrás de una escultura, de un buen poema, de un artefacto verbal, para usar una expresión tan querida por el antropólogo Frank Salomon. Pero ahí justamente reside, según algunos, la calidad de una obra artística: en la ilusión de sencillez, de fluidez, de naturalidad, en la sensación de que “esto tendría que haber existido siempre” que caracteriza tanto a las obras artísticas como a los buenos libros de referencia.

Pero yo no soy experto en arte ni mucho menos, y como estoy a punto de meter la pata, si es que no lo he hecho ya, debería dedicarme a lo mío, que es la lingüística, y que es lo segundo que quería tratar brevemente en esta presentación. ¿Cómo así resulta útil esta serie de tres volúmenes para esta disciplina? Por supuesto, la respuesta depende de cómo entendamos la lingüística y su papel en el estudio del espacio andino, y creo que hay por lo menos dos grandes maneras de concebir estos asuntos. La primera, tan válida como la otra, entiende la lingüística como una ciencia estrictamente relacionada con los datos sobre las lenguas, sus estructuras y sus historias internas. La segunda la ve, más bien, como una disciplina humanística estrechamente ligada a la comunicación entre los pueblos y las personas, que se nutre permanentemente del contacto con las disciplinas conexas, como la historia, la antropología y la arqueología, tanto así que se la puede comprender casi como una disciplina fronteriza que no puede hacer cabalmente su trabajo sin acudir a los enfoques y a los hallazgos de esas otras áreas. Hecha esta distinción, yo pienso que para ambas maneras de entender la lingüística hay material de enorme interés en estos tres volúmenes.

Si partimos de la primera manera de entender esta disciplina, el primer volumen nos entrega una sistematización bastante clara de “textos indígenas”, como el Manuscrito de Huarochirí y los yarahuis editados por Middendorf a fines del XIX por parte de un experto como Martin Lienhard; una revisión de los diccionarios, vocabularios y gramáticas de las lenguas andinas, por parte de Sabine Dedenbach; dos útiles introducciones de Teodoro Hampe Martínez al mundo de la impresión colonial; la producción de libros y la de periódicos y panfletos; así como un útil examen del arte performativo y teatral andino por parte de Margot Beyersdorff.  Desde este punto de vista más restringido de la lingüística, el segundo y el tercer volumen nos permitirán acceder a biografías de personajes claves en la producción de gramáticas y diccionarios del quechua y el aimara, tanto coloniales como republicanos: nada menos que Xavier Albó pasa revista a lo que sabemos hoy sobre el jesuita aimarista Ludovico Bertonio, y nada menos que Franklin Pease se ocupó de fray Domingo de Santo Tomás, el dominico autor de la gramática y vocabulario quechuas más antiguos que conocemos; Rodolfo Cerrón-Palomino escudriña los pocos datos de que disponemos sobre el gramático de la lengua mochica, Fernando de la Carrera; y Bruce Mannheim ordena lo que tenemos conocido sobre el jesuita Diego González Holguín, cuya gramática y vocabulario del quechua cuzqueño de inicios del XVII tal vez estén entre las fuentes más citadas sobre los Andes coloniales, para bien o para mal.

Ahora bien, si partimos de la segunda manera de entender la lingüística, aquella que la concibe como una disciplina indisociable de la historia, la arqueología y la antropología, la cosecha será aún más abundante. Por poner unos cuantos ejemplos, el colega Frank Salomon nos ayudará a introducirnos en los principales problemas que rodean a la comprensión del monumental Manuscrito de Huarochirí; Kenneth Andrien nos pondrá en alerta sobre los cuidados metodológicos que habrá que tener al trabajar con documentación colonial legal y administrativa; Inge Schjellerup nos brindará datos claves para comprender por qué a pesar de su corta duración el obispado de Martínez Compañón en Trujillo, a fines del siglo XVIII, resulta un episodio clave para la historia de las lenguas andinas; y Nicolás Sánchez Albornoz nos dará noticias fundamentales sobre la producción del Compendio y descripción de las Indias occidentales por parte del religioso carmelita Antonio Vázquez de Espinosa. Soy consciente de que me quedo corto en los ejemplos, pero creo que son suficientes para destacar una idea central, y es la riqueza de este compendio para lograr que aquellos que no somos historiadores ni arqueólogos ni etnohistoriadores nos acerquemos a estas disciplinas con la cautela y previsión que merecen, pero también con la confianza de estar siendo guiados en este camino, en esta carretera, por varios de sus conductores más entrenados, con más kilometraje.

Vuelvo nuevamente a Arguedas para recordar con ustedes el momento final de la construcción de la carretera de Puquio hacia la costa, tal como la presenta el narrador. “El 28 de julio llegó el primer camión a Puquio. Entró con los dieciséis varayok’s de los ayllus. Tras el camión fueron corriendo todas las mujeres de los indios, los viejos y los mak’tillos. Los doscientos vecinos y ‘chalos’ de Puquio (extraña palabra arguediana para designar a los mestizos en los años cuarenta) gritaron en la plaza, viendo a los dieciséis varayok’s de pie, serios y tranquilos, sobre la plataforma del camión. Algunos vecinos no pudieron contenerse y lloraron viendo entrar el camión a Puquio”.

No estoy proponiendo aquí un ritual de llanto colectivo por ver salir de la imprenta esta nueva obra de la colección Estudios Andinos, aunque sospecho que algunos de sus tramos más difíciles sí les habrán dado ganas de llorar a los encargados de la edición. Solo quiero destacar que, tal como en el caso de la carretera, esta obra no sería posible sin las pequeñas y grandes acciones cotidianas efectuadas por chakrallas, por sukaras, por andamarkas, por costeños, por puquios; léase, por historiadores, antropólogos, lingüistas, editores, traductores, correctores. Sin su trabajo esforzado, los lectores no estaríamos celebrando hoy día esta nuestra nueva “carritera”.

* Presentación del libro Fuentes documentales para los estudios andinos, leída el 23/06/2016 en el Auditorio de Humanidades. En tres tomos, Fuentes documentales fue editado en inglés por Joanne Pillsbury y la editora en español es Ximena Fernández Fontenoy.

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Victor Casimiro A.

En que gobierno se asfalto la carretera Nazca, Puquio Abancay.