Chalena Vásquez, tu canto es un canto libre
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Guillermo Vásquez
Músico. Egresado de Bibliotecología y Ciencia de la Información
En un momento en que la música popular se veía con desprecio, ella hizo escuela y construyó elencos.
Fuimos aprendiendo que tocar un instrumento no es solo ejecutarlo sino conocerlo, saber de dónde viene, por qué se toca así y para qué.
Etnomusicóloga pródiga, gestora cultural incansable, cantautora entrañable, pianista, investigadora lúcida, activista militante, poeta inalcanzable. Maestra. Amiga. Son tantas y tan diversas las actividades en las que se supo desenvolver con solvencia, que encasillarla en una sola resulta un despropósito. Se han escrito ya varias reseñas acerca de su obra y escribir una más no es el objetivo de estas líneas. Sin embargo, me parece imprescindible señalar que gran parte de su obra (investigación, poesía, música) se encuentra disponible para consulta en su página web, su canal de YouTube y en su Facebook, y que otra aún se encuentra inédita (tarea que nos dejas pendiente). Es que Chalena es así, de manos abiertas para todos, colocando incluso sus producciones musicales para libre descarga.
Conocí a Chalena probablemente el año 1991, en un evento organizado por ella en el que se presentaron el dúo Arguedas y la poeta Rosina Valcárcel. Aún no fundaba el Cemduc, pero ya se estaba gestando con miras a unir a los grupos existentes en aquel tiempo, el NACPUCP y el FOLKPUCP. Yo iba a ver al dúo y entablamos una conversación casual que no tardó en convertirse en clase maestra sobre el huayno coracoreño. En ese entonces yo acostumbraba decir que me gustaba el huayno ayacuchano, cuando no había escuchado realmente nada. Aprendí que el huayno huamanguino era diferente al de Lucanas, que en la Villa de Pausa el charango tiene un toque distintivo o que el arpa de Puquio es única y un largo etcétera. Era como si estuviese escuchando al mismo Arguedas en Los Ríos Profundos.
Poco tiempo después estaba tocando en alguna reunión y al terminar me dijo “compañero, ¿sabes qué estás tocando?”. No, no sabía. Fuimos aprendiendo que tocar un instrumento no es solo ejecutarlo sino conocerlo, saber de dónde viene, por qué se toca así y para qué. Cada canción con su razón. En todos estos años he visto a Chalena hacer lo mismo con cientos, tal vez miles de jóvenes que se acercaban a ella para saber. Y vaya que Chalena sabía. Pero el saber queda incompleto sin el hacer. En su curso Folklore y Arte Popular, de la Especialidad de Antropología, sus alumnos terminábamos su clase bailando tondero, “para que el cuerpo también aprenda”. Maestra.
Chalena nos abrió muchos caminos. Se constituía en un referente en cuando a la gestión cultural dentro y fuera de la PUCP, en los años en los que el solo hecho de hacer música andina o tener unos sikus en la mochila era sinónimo de ser terrorista. En un momento en que la música popular se veía con desprecio, ella hizo escuela y construyó elencos. En tiempos en que los etnomusicólogos e investigadores del arte popular peruano se contaban con los dedos de la mano, ella viajaba y vivía en comunidad, analizaba, escribía y publicaba en el Perú. Siempre a contracorriente, se hacía escuchar, lograba mucho con poco apoyo. Y siempre se daba tiempo para escucharte, aconsejarte, enseñarte, animarte, para enseñarte con el ejemplo, que, finalmente, es lo que hace una maestra. Todo el tiempo.
Hemos ido a despedirte, muy tristes, muy agradecidos, pero también muy contentos al constatar la cantidad de gente contigo: jóvenes y no tan jóvenes prometiéndote seguir el camino que nos dejaste trazado. Te prometemos dar la talla. Chalena, no te irás en silencio: que suenen los sikus, las quenas, los charangos y que vuelen las wifalas al viento. Te quedas con nosotros, cerquita del corazón.
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