La política en la era de los social media
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Raúl Castro
Profesor de la Maestría en Antropología Visual
¿El creciente uso de los social media en internet está democratizando el debate público? ¿Acorta las distancias sociales? ¿Facilita la participación de nuevas voces? ¿O, por el contrario, se limita a reforzar el poder e influencia de los protagonistas habituales (políticos, periodistas, activistas o académicos)? Estas fueron algunas de las interrogantes que se discutieron en la mesa redonda “The Changing Face of Political Debate: Social Media in Peru”, en la que distintos investigadores intercambiamos puntos de vista. El escenario: el trigésimo primer congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés), realizado en Washington D.C. (EE.UU.), a fines del mes pasado.
Sobre la democratización del debate público, hay que decir que solo tres de cada diez peruanos tenemos acceso regular a internet. Así como en América Latina, en Perú, los indicadores de uso y penetración de los recursos online crecen día a día; sin embargo, en ambos casos, la llamada “brecha digital” es todavía profunda.
Pese a todo, el tema es relevante por dos razones. La primera es que aquellos pocos con acceso, además de ser activos usuarios de los social media, configuran también los sectores con mayor poder de decisión y persuasión en el quehacer público nacional. Facebook, Twitter o YouTube son nuevos escenarios en los que redes de personas, con intereses similares, interactúan como lo podrían hacer en otros espacios. Y la segunda, que sus acciones tienen un potencial carácter “viral”. Es decir, que los contenidos y mensajes que comparten pueden causar un impacto real en organismos oficiales. Por ejemplo, son capaces de golpear la vanidad de los políticos en ejercicio o de cambiar la agenda periodística.
Sobre este proceso de influencia y contagio es que hay que detenerse para comprender los potenciales alcances de las redes sociales. Estudios como los de Bill Wasik, en Estados Unidos, destacan que los millones de electores que postean activamente en la red conforman ya una cultura política amateur, que se caracteriza por el intercambio de “nanohistorias” ciudadanas. Es la suma de estas participaciones la que define tendencias y temperaturas emocionales que los políticos en campaña se ven obligados a seguir. Investigadores como John Postill o Dennis Campbell, por otro lado, recalcan el potencial movilizador de la edición online, conducente a hackear sistemas enteros. Tal es el caso de los indignados de España, los ocupas de Wall Street o, con mucho mayor poder transformador, la llamada primavera árabe.
Ninguno de estos escenarios es, por lo pronto, el nuestro. En el Perú, apenas asoma tímidamente el “netizen” local, intimidado por los vociferantes nombres de siempre, que acaparan followers y likes. Víctima de la dispersión partidaria que caracteriza a la política nacional.
No hay, pues, ni democratización ni nuevas voces. Sí hay, en cambio, un naciente espíritu comunitario, de talante fresco y renovador. Muchas individualidades que, en suma, protestan con humor popular y tácticas de remoción emocional, y que tratan de devolverle moral y dignidad a los asuntos de la convivencia colectiva. Si le gusta lo que ha leído, comparta.
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