Carlos Fuentes: cronista del futuro
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Ezio Neyra
Director de la Dirección del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura
"Los libros de Fuentes se nos presentan como cantos dramáticos de una mezcla virtuosa, como retratos de nuestras victorias y derrotas en que nos reconocemos como parte de una comunidad"
Ha muerto Carlos Fuentes, y con él muere también una forma de ser escritor. Embebido, al igual que varios de sus pares del boom literario latinoamericano, por la tradición del intelectual público francés, Fuentes izó en su vida pública la bandera del diálogo e hizo de las palabras las murallas de un territorio en donde se soñaba con cambiar el mundo. Una forma de ver el mundo. Por ello Fuentes escribía sin parar (pocos días antes de su muerte anunció que acababa de entregar a la editorial una nueva novela y que la semana que le seguía, o sea, esta, empezaría una nueva), porque creía en la palabra que da sentido y orden al mundo. Entusiasta con la política y la producción literaria contemporánea, Fuentes tendió puentes, facilitó encuentros, agitó el debate.
Ha muerto Carlos Fuentes, y a lo mejor también haya muerto un tipo de novela. Lector de Bernardo de Balbuena, de Hernán Cortés, del Inca Garcilaso de la Vega, entre otros cronistas, Fuentes fue considerado por muchos como el gran cronista del México contemporáneo. Allí están sus novelas y sus libros de ensayos para demostrar esta cuasi obsesión con la que se enfrentó a la enorme tarea de novelizar el pasado y el presente mexicanos con miras a converger en un futuro armónico. De hecho, en contra de las versiones negras de nuestra experiencia como latinoamericanos (que consideran que nuestra identidad está por construirse, que culpan de nuestros traumas a las potencias coloniales que nos subyugaron), los libros de Fuentes se nos presentan como cantos dramáticos de una mezcla virtuosa, como retratos de nuestras victorias y derrotas en que nos reconocemos como parte de una comunidad. No en vano, Fuentes escribió Terra Nostra, esa fabulosa novela que pocos han leído pero de la que muchos hablan (y la que quizá ninguno de los escritores vivos nos atrevamos a replicar). Tampoco en vano reivindicó la figura de Hernán Cortés, cuyo legado la mayoría mexicana prefirió ocultar, como uno de los grandes artífices del mestizaje, que hoy en día define la mexicanidad y el futuro de la región.
Ha muerto Carlos Fuentes y en el fondo, para quienes La muerte de Artemio Cruz, Aura o Terra Nostra nos deslumbraron y nos formaron como lectores y escritores, ha muerto alguien cercano. Es cierto que, leídas hoy en día, hay una creciente distancia con muchos de sus libros, quizá por la propia consigna de su autor de escribir novelas modernas (que en su momento, en efecto, lo fueron), y sobre todo por esa intención de totalizar la ficción, de plasmar en ella todas las respuestas relacionadas con el universo real. Pero los gustos y las modas literarias son cíclicos, y no debe sorprendernos que los libros de Fuentes vuelvan a ser leídos como lo que son: crónicas contemporáneas de un mundo que urge de sentido. Que no puede haber futuro sin un conocimiento del pasado que dé sentido al presente es parte fundamental de su legado.
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