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Sobre el diálogo y el respeto

  • Tesania Velázquez
    Directora de la Dirección Académica de Responsabilidad Social

Es en espacios como la universidad, dedicados a la comprensión de nuestra sociedad, donde justamente se debe practicar el diálogo de escucha atenta y empática, con respeto irrestricto y absoluto por todos los miembros de la comunidad universitaria".

Los espacios de diálogo siempre son reclamados cuando se alcanzan los momentos más álgidos en los conflictos. Exaltadas las partes por la justa defensa de sus derechos, cada una exige a la otra que la deje hablar.  Esa exaltación impide que recordemos que el diálogo no consiste meramente en conseguir hablar. El diálogo queda roto cuando se vocifera o amenaza porque ninguna parte escucha, solo quiere callar a la otra.

Abrirse a la escucha implica por un instante prestar atención y ponerse en el lugar de las otras personas. Solo así se puede discernir cuándo detrás del ataque hay miedo o arrogancia. Escuchar con atención permite pensar mejor las palabras, los sentimientos y las acciones con las que se responde en pro de un acuerdo. Y los acuerdos solo se alcanzan cuando las personas enfrentadas en dos bandos dialogan sinceramente porque realmente quieren resolver el origen del conflicto. Los últimos acontecimientos que han reactivado el conflicto local por el proyecto minero las Bambas son el claro ejemplo de qué ocurre cuando en nuestro país el Estado no reconoce y no escucha con franqueza las demandas de sus ciudadanos.

Pero así como no prestan real atención las instituciones públicas a las demandas de peruanas y peruanos por defender los intereses del Estado, se presenta la misma actitud en las instituciones privadas, incluso en la convivencia diaria, en el quehacer cotidiano. Entender esta práctica enraizada en cada persona nos hace caer en la cuenta de que, camino al bicentenario de nuestra república, no hemos aprendido a escucharnos y mirarnos como sociedad. Hasta que no consigamos guardar silencio para escuchar las razones, mientras no dialoguemos, habrá desconfianza y se negarán los puentes de encuentro. Continuaremos cayendo fácilmente en la difamación y el agravio, dejando de lado los argumentos, y peor aún, sacando provecho de los lugares de poder, consolidando la vulneración habitual de los derechos, y atentando, como siempre, contra la dignidad de la parte que ha de ser vencida. Es en espacios como la universidad, dedicados a la comprensión de nuestra sociedad, donde justamente se debe practicar el diálogo de escucha atenta y empática, con respeto irrestricto y absoluto por todos los miembros de la comunidad universitaria. Ninguna ofensa o injuria contra cualquier miembro de nuestra casa de estudios tendrá cabida. Siempre serán repudiadas.

Si es tarea de todos empezar a reconstruir el tejido social y aprender a reparar el daño que generan la corrupción y la violencia, ¿por dónde empezamos? Pues cultivando el dialogo hasta ser capaces de escucharnos y reconocernos. Ese es el respeto que no solo debemos esperar recibir, sino ante todo, empezar a ofrecerlo.

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