A lo largo de la vida, las personas asumimos distintos roles: empezamos en el ámbito familiar siendo hijos, para luego ser hermano, sobrino, primo, tío, algunas veces padre o madre, esposo, abuelo o suegro. Asimismo, fuera del ámbito familiar, a lo largo de la vida, tendremos amigos, compañeros de estudio, colegas de trabajo, socios, etc.

El devenir de la infancia, adolescencia y juventud (por lo general, la etapa más formativa) acontece guiada por nuestro núcleo familiar más cercano, y es recién en la edad adulta cuando se nos presenta la oportunidad privilegiada de reflexionar y optar por nuestro legado; definir cuál será el foco de nuestra motivación y sentido de vida, como le llaman algunos. Unos optarán válidamente por el desarrollo familiar, otros por el emprendimiento, por la investigación, por el arte o por actividades gremiales; en fin, ninguna de ellas excluyente.

En el caso de nuestro entrañable y querido Carlos Soldi, a quien conocí hace más de tres décadas en las aulas universitarias, él tuvo la habilidad de dedicar tiempo y atención a todas ellas, sin excepción. Pero ahora que escribo estas líneas, con mucho pesar por su partida, si tuviera que sintetizar su legado, si tuviera que resumir su vida en un título, el homenaje será referirnos a él siempre como profesor. Porque Carlos se distinguió por su permanente compromiso con la formación de jóvenes profesionales en nuestro país.

Tenía la habilidad de transmitirnos conocimientos de manera clara y amena, de mantener nuestra inquietud por aprender, de buscar nuestra rigurosidad académica, de mejorar permanentemente nuestra capacidad de comunicación oral y escrita. Pero, además de ello, Carlos fue quien nos enseñó, con su ejemplo, la sobriedad y sencillez en el actuar, y la empatía necesaria para entender a todos.

Carlos fue el primer ingeniero convocado en el año 1974 por el padre Felipe Mc Gregor y por don Alberto Benavides de la Quintana para la creación de la sección Minas y, a lo largo de más de cuatro décadas, formó más de cuatrocientos ingenieros de minas.

Como testimonio personal de todo lo anterior, permítanme contarles cómo conocí a su madre, doña Ana María, que, al igual que Carlos, se distinguía por su sencillez, calidez e inquietud académica. En la década de 1980, cuando las computadoras «main frame» se volvían obsoletas, llegaron las primeras computadoras personales, las cuales eran inaccesibles para un estudiante universitario como yo. Ambos (doña Ana María y Carlos), junto con Toño Samaniego, me permitieron desarrollar una tesis académica que requería muchas iteraciones numéricas para representar el comportamiento de una excavación subterránea.

Para ello, durante todo un periodo de verano, de lunes a viernes, durante las mañanas, me dirigía al escritorio de doña Ana María en la Av. Armendáriz para usar su computadora personal. En este periodo corto no solo pude concluir la elaboración de mi tesis de manera satisfactoria, sino además pude apreciar la investigación y conocimiento de doña Ana María en la historia y la arqueología de nuestra cultura preincaica. Eso me permitió estimar otra cualidad de Carlos que, sin duda, había heredado de su madre: él siempre, en sus disertaciones académicas, exponía los temas en contexto, sea este histórico o geográfico.

Concluyo este texto expresando a nuestro profesor Carlos Soldi, y a su familia, el más profundo agradecimiento por el legado que ha dejado en todos nosotros, sus alumnos.